martes, 2 de abril de 2024

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 16

A veces resultaba difícil concentrarse en hojas de cálculo y fórmulas estadísticas. ¿Por qué no le había pedido su número de teléfono a Pedro? Imposible contactar con él para cancelar la cita. La había llevado a casa, había tomado nota de la dirección y había quedado en pasar por allí a la hora de cenar dos días después. Faltaban sólo cuatro horas, pero entre tanto Paula había cambiado de opinión mil veces. Quizá él también hubiera cambiado de opinión, quizá no apareciera. Incluso era posible que contara la anécdota a sus amigos entre risas. Gimió y se tapó la cara con las manos. Mejor concentrarse en los números. Con ellos era imposible equivocarse. Nada de ojos azules y sonrisas sexys. 


Llovía cuando Pedro recogió sus cosas y abandonó la oficina. Como siempre, se había dejado el paraguas en el coche. Detestaba los paraguas. Al llegar al aparcamiento estaba calado. El reloj del salpicadero le informó de que faltaban veinte minutos para la cita con Paula. Había pensado llamarla para cancelarla, pero por alguna razón había seguido adelante. Ella confiaba en él, le había contado su secreto. No podía abandonarla. Aunque quizá ella hubiera cambiado de opinión. Las ideas nocturnas inspiradas en el alcohol solían parecer ridículas a la luz del día. Quizá incluso se sintiera avergonzada de haberle contado algo -tan íntimo, algo que ni siquiera se había atrevido a confesar a sus amigas. Sonrió y condujo en dirección a casa de Paula. La cita resultaba interesante. Ella era interesante. Si no estuviera empeñada en encontrar marido... Y luego estaba el asunto de Romina, el engaño. Aunque quizá su hermanastra tuviera razón y la cosa se solucionara fácilmente. Sus dudas, casi olvidadas, volvieron a surgir en el instante en que Paula le abrió la puerta. Ella parecía diferente, y no sólo por los vaqueros y la camiseta descolorida. Se mostraba tímida, casi avergonzada, violenta. Y muy vulnerable. No personificaba al lobo malo mirando a Caperucita. La otra noche, entre la emoción y el alcohol, ambos se habían sentido como colegas. Pero volvían a ser extraños. Resultaba decepcionante.


-Creo que la otra noche bebí demasiado -dijo ella riendo nerviosamente en cuanto él entró. Paula se apoyó en la puerta y desvió la vista a otra parte-. Ayer, cuando me desperté, no podía creer que habláramos de... Lo que hablamos. A decir verdad, me siento muy violenta.


Pedro se echó a reír y le lanzó una mirada maliciosa, tratando de romper el hielo.


-Bueno, si te sirve de consuelo, yo tampoco suelo interrumpir citas ajenas.


-Fue una cena extraña, ¿Verdad? -sonrió ella-. Pero te agradezco que me rescataras. No me lo digas, ¿Está lloviendo?


-Un poco.


-Deberías pedir un paraguas en tu próximo cumpleaños -sugirió Paula.


-Tengo paraguas, más de una docena -explicó Pedro-. Mi madre es muy optimista, está convencida de que algún día encontrará uno que finalmente me guste. Los tengo de todos los tipos, colores y tamaños...


-¿Y no te gusta ninguno?


-No me gustan los paraguas.


La sonrisa tímida de Paula se expandió por fin. Era como ver salir el sol.


-¿Te gusta tener frío y estar mojado?


-¿Es que has hablado con mi madre? -contestó Pedro con otra pregunta-. Ella dice exactamente lo mismo.


Paula ladeó la cabeza y tocó su chaqueta. Aquel contacto pareció calentarlo, pero debía ser producto de su imaginación.


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