El brillo de pánico de los ojos de Pedro se transformó en confusión e indecisión. Trató de decir algo, pero Paula aprovechó la oportunidad para besarlo. Mordisqueó sus labios hasta vencer su resistencia, y cuando él por fin le devolvió el beso con voracidad, con pasión, agarrándola de la cabeza y besándola como si fuera incapaz de saciarse de ella, Paula sonrió. Jamás se saciaría de ella.
-¡Oh, Dios, Paula! -musitó Pedro enterrando el rostro en su cuello.
Él estaba temblando. O quizá fuera ella. Era difícil saberlo. Tampoco podía descartar un temblor de tierra.
-Quizá debiéramos... -comenzó a decir Pedro.
¿Sabía qué quería?, ¿Parar? No, de ningún modo. ¿Quitarse la ropa? Sí, definitivamente. Pedro se aferró al borde del jersey de Paula, pero finalmente cerró el puño. No, aún no. Primero necesitaban hablar. No, no hacía falta hablar.
-Paula, ¿Estás segura de que esto es...? Quiero decir, ¿De verdad quieres...?
Pedro la sintió respirar hondo, dispuesta a interrumpir sus divagaciones. Y se armó de coraje. Paula lo agarró de las solapas y enterró el rostro en su cuello, diciendo:
-Pedro, cállate.
Gracias a Dios. Una vez más se besaron, y Pedro no volvió a preocuparse por si debían hablar o no. Hasta que sonó el teléfono de la cocina. Paula lo miró, respiró hondo, se giró de espaldas a él y contestó casi a gritos. Era Ignacio. Evidentemente. Quería asegurarse de que ella estaba a salvo. Buen hombre, admitió Pedro a pesar de los celos. Paula colgó y se enderezó antes de girarse de frente. Tenía la ropa descolocada, estaba despeinada.
-¡Dios! -susurró ella-. ¿Qué estábamos haciendo?
Pedro sacudió la cabeza confuso No hacía falta ser muy listo para darse cuenta de que ella daba marcha atrás. Sus ojos casi reflejaban horror. Se encogió de hombros y se cruzó de brazos.
-¿De verdad necesitas que te conteste?
-No.
-Bien, porque si fuera así es que necesitas muchas más lecciones.
-Comprendo -contestó ella cruzándose de brazos también-. Así que eso formaba parte de las lecciones, ¿No?
-No pienso dignarme a contestar -dijo Pedro, respondiendo de inmediato-: Tú sabes que no.
-¿Pero por qué lo has hecho?
-¿Hacer qué?
-Tú me besaste, ¿Recuerdas?
-Sí, después de que tú me dijeras que...
-Que te deseo. Sí, te deseo -declaró Pedro-. Quiero eso y mucho más. Es evidente lo que quiero, ¿No?
Ambos sostuvieron la mirada unos segundos, hasta que ella sacudió la cabeza y apartó la vista, diciendo:
-Sí, una aventura. Eso es lo que quieres, ¿Verdad? Tal y como tú dijiste, «Una relación sin ataduras con alguien que te atraiga». Sin compromisos, sin futuro, familia o hijos. Eso es lo que quieres conmigo, ¿Verdad? Lo que crees que yo debo tener antes de atarme a alguien para siempre. Quieres que tengamos una aventura.
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