jueves, 25 de abril de 2024

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 41

 -¿Qué estás diciendo, Pedro?, ¿Qué quieres decir con eso de que él no es tú?


Pedro dejó la cerveza y dió un paso adelante. Estaba a escasos centímetros de Paula, podía oler su fragancia, sentir su aliento. Temblaba ante los esfuerzos de reprimirse para no tocarla. No se acobardó, sostuvo su mirada.


-Cuando pienso en que tú lo besas, siento que todo en mi interior se desgarra -susurró él con voz ronca-. Cuando te veo darle la mano, siento deseos de arrancarle los brazos. Cuando los veo reír, siento deseos de meterlo en un avión a Singapur.


-Pedro...


-Te deseo -añadió él con firmeza-. Te quiero para mí.


El silencio se prolongó. 


-Pedro...


La voz de Paula era apenas un susurro. El brillo de sus ojos demostraba que esas palabras significaban algo para ella. Pedro alzó la mano y le recogió un mechón de cabello tras la oreja. Y dejó la mano allí, en la curva de su mejilla, comenzando a acariciarla. Los centímetros que los separaban parecieron desvanecerse sin que ninguno de los dos se moviera. Se sentía bien con ella en sus brazos. Ella tenía una mejilla suave, un cabello sedoso. Pedro besó su piel, olió su fragancia suave y delicada. Sintió los labios de Paula moverse contra su mejilla, pero no acariciándolo, sino buscando las palabras. Sin embargo no oyó nada. ¿Qué trataba de decirle?, ¿Que parara?, ¿Que siguiera?, ¿Que se dejara de tonterías y la besara? Ella no contaba con todo el tiempo del mundo. Podía escapar de él si lo deseaba, pero sólo le quedaban unos segundos. Era suya. Sí, suya. El sentimiento posesivo era ridículo, pero lo impulsaba a abrazarla con fuerza, con desesperación. Ella disponía sólo de unos segundos. ¿O no? Paula no era suya. No debía desearla. Sobre todo teniendo en cuenta sus expectativas de futuro. Sin embargo así era. Y ella tampoco debía desearlo. No obstante se lo estaba diciendo en ese momento, aunque sin palabras. Aun así...


¿Por qué no la besaba?, se preguntó Paula. Apenas podía pensar dadas circunstancias: Envuelta en sus brazos, con los labios de Pedro sobre su mejilla, con sus dedos enredados en el cabello... La deseaba. Y por si sus palabras no habían resultado suficientemente convincentes, la tensión de su cuerpo lo confirmaba. Los corazones de ambos galopaban. Las manos de ella habían quedado prisioneras entre los cuerpos de los dos. Trató de liberarlas, pero entonces él, para su sobresalto, comenzó a soltarla. Inmediatamente se presionó contra él tratando de evitarlo, lo sintió dar un paso atrás y quedar acorralado con la espalda contra la nevera. Lo siguió, alzó el rostro para mirarlo a los ojos un segundo y se abrazó a él. Enredó los dedos en su cabello y tiró de su cabeza hasta quedar lo suficientemente cerca como para besarlo. Pero Pedro se resistía. Sus ojos la escrutaban como si estuviera tratando de descifrar el verdadero sentido de la vida.


-Pedro -murmuró Paula-. Estoy tratando de besarte. Colabora, por favor.


Él sonrió, pero sus ojos expresaron terror además de vacilación. Era fácil reconocer ambos sentimientos. Paula se derrumbó. Naturalmente, Pedro tenía miedo. Estaba convencido de que ella le pediría más de lo que podía darle. Probablemente al día siguiente reservara un billete para Pakistán. Ella sonrió adoptando una actitud protectora.


-Tranquilo, Pedro, ya lo sé -susurró Paula-. Ni tú eres lo que yo busco, ni yo soy lo que buscas tú. Pero no importa, aun así podemos... Besarnos una vez, ¿No? ¿Qué daño puede hacernos? 

No hay comentarios:

Publicar un comentario