¿Lo decía con sarcasmo? Pedro se giró para observar su rostro y comprobarlo, pero Paula se había marchado a abrir la puerta. ¿Qué hacer?
Paula estaba a punto de salir y besar a aquel tipo sólo porque él le había dicho que no era para tanto.
-No hagas nada que no desees hacer, Paula -recomendó Pedro por última vez, volviéndose hacia la ventana-. Dijiste que no te hacía sentirte bien, así que no lo hagas. El juego se ajusta a las circunstancias, ¿comprendes? Las reglas son flexibles, puedes romperlas. Puedes decidirte incluso sobre la marcha.
Paula no respondió nada, así que Pedro no supo si ella lo había oído.
-Adiós, Pedro, márchate cuando quieras -se despidió Paula.
Paula abrió la puerta y saludó a Ignacio. Pedro fingió no escuchar cada palabra. Luego la puerta se cerró. Él se sentó en el sofá y cerró los ojos. ¿Sabría manejarse sola?, ¿Sabría él? Ignacio parecía no darse cuenta, pero a Lea le costaba prestarle atención y no pensar constantemente en el apasionado beso que le había dado Pedro. Otra vez. Parecía una respuesta automática. Ella decía que era una tonta, y él la besaba para hacerla callar. ¿Por qué? ¿Y por qué tenía que gustarle tanto?, ¿Por qué habría preferido hacer caso omiso del timbre de la puerta y seguir tomando lecciones en el sofá? Paula deseaba gritar, acurrucarse con Frida en la cama y llorar. El ronroneo de la gata era perfecto para los corazones rotos. ¿Corazones rotos? Pinchó un tomate con el tenedor y reflexionó. ¿Había cometido la estupidez de enamorarse de Pedro? Su corazón echó a galopar al analizar la profundidad de sus sentimientos hacia él y compararlo con lo que sentía por Ignacio. La enorme diferencia la asustó. Respiró hondo y trató de olvidar. Buscaba un marido, no un tipo que se apuntara a la legión en cuanto oyera hablar de compromisos. Alzó la vista y sonrió a Ignacio. Él sonrió a su vez, y ella trató de concentrarse en la conversación y enumerar mentalmente los puntos a su favor. Ignacio era guapo, agradable, encantador, y quería de la vida lo mismo que ella. Toda la culpa era del beso. Era natural que la afectara, hacía más de un año que nadie la besaba. Cualquier beso de cualquier hombre la habría afectado. El de Ignacio, sin ir más lejos. Esa misma noche.
Nada más llegar al restaurante Pedro observó que todo iba bien. Como de costumbre. Por desgracia. Ignacio y Paula charlaban y reían. Ella no parecía nerviosa. Por supuesto, porque estaba decidida a besarlo. Y una vez tomada la decisión la ansiedad desaparecía. Pedro apretó los dientes y presionó al camarero para que le diera una buena mesa desde la que observar. Por desgracia sólo quedaba libre una frente a Ignacio. Él lo vería, pero Paula no. Aunque pensándolo bien casi era lo mejor. Ignacio no lo conocía, y era posible que ella se enfadara al enterarse de que los había seguido. ¿Qué estaba haciendo?, ¿Estaba celoso? Y si era así, ¿Qué haría al respecto?, ¿Tener un hijo con Paula? Sacudió la cabeza en silencio. Por supuesto que no. Pero entonces, ¿Qué hacía allí? Un espía, se había convertido en un espía. Seguía al coche de Ignacio, que llevaba a Paula de vuelta a casa tras una eternidad en el restaurante y otra eternidad en el bar más próximo, donde ambos habían estado bailando. ¡Bailando! Por supuesto los seguía por el bien de Paula, tal y como ella le había pedido en otras ocasiones aunque no en aquélla. Pedro estacionó dos casas más allá y caminó hasta la puerta, donde Paula se despedía de Ignacio. O eso esperaba Pedro. Se detuvo tras un árbol y los observó charlar y reír. Entonces Paula abrió el bolso y comenzó a buscar las llaves. Y Se puso tenso. ¿Le pediría que entrara? Imposible, era demasiado pronto para eso. Ni siquiera se habían besado. Aún. No podía permitírselo. De pronto Ignacio alzó una mano y la puso en el hombro de Paula, y antes de que pudiera darse cuenta estaba corriendo en su dirección. La pareja se separó sobresaltada. Los dos lo miraron. Ignacio con sorpresa, ella enfadada. Ya se ocuparía de eso después.
-¡Paula! -sonrió Pedro ampliamente, abrazándola, alzándola y haciéndola girar en el aire-. ¡Hola, cariño! Decidí pasar por aquí a charlar.
-¿No estabas en el restaurante? -preguntó Ignacio señalándolo con un dedo-. Estoy seguro de haberte visto en el restaurante. Estabas solo, en una mesa junto a la puerta de la cocina.
-Eres observador -comentó Pedro.
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