Sí, seguramente era eso. Al menos eso suponía Pedro. ¿Qué otra cosa podía querer? Asintió sin mucha convicción. La deseaba a ella, ésa era la palabra clave.
-No funcionaría, Pedro. Yo no soy de ésas, no hago esas cosas. Tú sabes lo que quiero -continuó Paula trémula-. Y aunque me... -Se interrumpió y sacudió la cabeza-. Tú no eres lo que yo quiero -repitió desgarrando el alma de Pedro-. No eres estable, no eres responsable. No eres adecuado. Me lo has dicho tú mismo. No eres lo que quiero, Pedro. No.
-¿Y él sí? -gritó Pedro-. ¿Ese tipo sí es lo que quieres?
-Sí, lo es. Es adecuado para mí. Tú... No.
-Quizá yo no sea lo que tú crees -la contradijo Pedro tragando.
Paula lo miró con ojos muy verdes, teñidos de deseo. Eso lo hizo concebir esperanzas y desesperarse al mismo tiempo.
-¿No lo eres?
Pedro no sabía cómo responder. Él no era lo que ella deseaba, eso no podía remediarlo. Y Paula tenía razón. Aquella vez no sería diferente de otras: Huiría en cuanto se sintiera atrapado. ¿Por qué iba a ser diferente? No era justo jugar con los sentimientos de Paula. Ella había sido muy clara desde el principio. ¿Pero por qué no sentía deseos de tomar un avión a Finlandia sólo de pensarlo?
-Has dejado las cosas muy claras, Pedro. Tú no eres lo que yo quiero... - repitió Paula en un susurro.
Pedro endureció el corazón al oírlo, se puso a la defensiva. ¿Cómo había consentido que las cosas llegaran tan lejos sabiendo que ninguno de los dos era lo que quería el otro? Sacudió la cabeza y sonrió tenso, diciendo:
-Lo sé, ya te había oído la primera vez. Adiós, Paula.
-Pedro...
La voz de Lea parecía suplicar, llorar. Lo persiguió durante todo el camino de vuelta a casa.
-Esta tarde estás lejos.
Paula apartó la vista de la escultura que contemplaba y sonrió en dirección a Ignacio.
-Lo siento, tengo muchas cosas en la cabeza. No pretendía aburrirte.
-No me aburres -objetó Ignacio tomándola de la mano para llevarla a ver la siguiente obra.
El contacto no la hizo sentir nada, no veía estrellitas. No era justo, Ignacio era el hombre adecuado para ella.
-Ésta es interesante -comentó Ignacio.
Paula la observó. Era la típica pieza a la que Pedro habría llamado una horrible obra de arte.
-A juzgar por tu forma de sonreír debe gustarte mucho -añadió Ignacio.
La sonrisa de Paula se desvaneció. ¿Por qué no podía sacarse a Pedro de la cabeza? Él no era lo que ella quería. Lea deseaba una familia, hijos. Y no podía arruinar su plan persiguiendo el arco iris. Pero no podía negarlo, lo echaba de menos. Echaba de menos al amigo en el que Pedro se había convertido. Y echaba de menos también al amante en el que, a pesar de todo, quería que se convirtiera. No era lo que ella deseaba, Paula se lo había dicho. Pero en cierto sentido era mentira. Y él tenía que saberlo. Lo malo era que ella tenía planes, y él no era sino un obstáculo para llevarlos a cabo. .. Ignacio la guió a través de la galería hasta la cafetería junto a la entrada. Paula ni siquiera se dió cuenta hasta que estuvieron sentados.
-¿Por qué hemos venido aquí?, ¿No quieres ver el resto? -preguntó Paula.
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