jueves, 4 de abril de 2024

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 17

 -Al menos la tela de tu chaqueta es a prueba de agua. Dame, te la colgaré - se ofreció Paula-. ¿Quieres un té?, ¿Café? La cena será sencilla, estará en media hora -informó ella de camino a la cocina.


Pedro la siguió, pero la enorme gata negra que se restregó contra su pierna lo distrajo. Se inclinó y la acarició. Paula volvió la vista atrás al ver que él no respondía.


-¿O prefieres una bolsa de agua caliente y una manta eléctrica? Te advierto que Frida te serviría exactamente igual.


-¿Frida?


-Uñas afiladas, dientes afilados... Es mi gata. ¿Café?


-Sí, gracias -contestó Pedro recogiendo a la gata y llevándosela.


El departamento de Lea era pequeño pero acogedor. Definitivamente a Paula le gustaba el hogar, sería una buena madre. Aunque había algunas cosas fuera de lugar. Pedro se quedó parado ante la puerta de la cocina, observando una roca con utensilios de cocina incrustados que había sobre un estante. 


-Precioso, ¿no crees? -comentó Paula-. Es de un artista de aquí.


-Es... Diferente -dijo al fin Pedro, tras pensar mucho en el adjetivo.


-Sí, lo intuí en cuanto lo ví. Se llama «Distancia». ¿Ves ese otro? -añadió Paula señalando otra horrible escultura en el mismo estante-. Es mi favorito. Adivina cómo se llama.


Pedro se quedó mirando aquel objeto. Si entornaba los ojos y se olvidaba del alambre que lo rodeaba parecía un pájaro.


-Ni idea.


-¿No? A mí me parece evidente. Se llama «Flash».


-«Flash» -repitió Pedro entornando de nuevo los ojos para tratar de averiguar por qué tenía ese nombre.


Nada, imposible. Paula lo miraba y sonreía.


-No te gustan las esculturas, ¿Verdad?


-Pues... -Pedro tosió-. Bueno, es cierto. No me gustan estas esculturas. No son el tipo de objeto que yo elegiría, pero la verdad es que no sé nada de arte.


-Pero sí sabes lo que te gusta, ¿Verdad? -sonrió Paula ampliamente.


Probablemente no era la primera persona a la que no le gustaban esas esculturas. Ambos entraron en la cocina en la que, por suerte, no había más obras de arte.


-He estado pensando... -dijo Paula de espaldas a él, preparando el café-. He estado a punto de llamarte y cancelar la cita, pero no tenía tu teléfono.


Paula se dió la vuelta hacia él y se quedó un rato mirándolo. Parecía querer comprobar si se alegraba de romper el trato. Pedro esperó a que se explicara.


-Pero luego cambié de opinión -continuó Paula vacilante-. Por achispada que estuviera, en cierto sentido tenía razón. Si lo piensas bien no es tan mala idea. Así que si tú quieres seguir adelante, yo estoy dispuesta a llevar a cabo este alocado plan -rió -. Aunque es una locura, ¿Verdad?


Pedro se apoyó en la encimera de la cocina y asintió. No sabía por qué, pero se sentía aliviado por el hecho de que ella no hubiera cambiado de opinión. 


-Sí, quiero seguir adelante. De hecho creo que puede ser muy divertido para los dos. Nos lo tomaremos como un juego, ¿De acuerdo?


-Ah... Estupendo. Es... fantástico. Bien -contestó Paula.


La expresión de su rostro y su forma de retorcer las manos, sin embargo, sugería lo contrario. Paula contaba con que él se echara atrás, comprendió Pedro de pronto.


-He tomado algunas notas -añadió ella señalando un bloc sobre la mesa de la cocina-. Anoche. No podía dormir, así que empecé a hacer planes. 


-No sé si tienen algún sentido, pero para empezar...


Pedro dirigió la vista a los papeles al comprender que ella no iba a decir nada más. La expresión de Paula, de nuevo, era la de una persona acorralada.


-¿Puedo leerlas?


-Sí... -respondió ella encogiéndose de hombros, vacilante-, supongo. Son sólo algunas ideas, no es ningún plan infalible ni nada por el estilo.


Pedro dejó a la gata en el suelo y sacó el único taburete que había debajo de la mesa, se sentó y trató de leer. Pero enseguida alzó la vista. Sabía muy poco acerca de Paula. Romina apenas le había contado nada, y tampoco le había hecho demasiadas preguntas la noche de la cita.


-A propósito, ¿A qué te dedicas?


-A la estadística -afirmó ella-. Trabajo en una empresa de seguros. ¿Y tú?


-Tengo que admitir que tenías razón, me dedico a la empresa -sonrió Pedro-. Soy abogado, me ocupo de temas corporativos. Pero no tengo el corazón ligado al índice Dow.


Paula se ruborizó al recordarlo, se dió la vuelta y sirvió dos cafés. Cuando volvió a alzar la vista vió a Pedro frunciendo el ceño ante sus notas. Trataba de descifrar la letra.


-¿Leche?, ¿azúcar?


-Ah, no, gracias, lo tomo solo -contestó él.


Paula se sentó frente a él.


-Parece que has estado dándole vueltas -comentó él volviendo la página.


Paula asintió. Aquellas notas contenían sus pensamientos, sus preocupaciones. Por lo general no le habría enseñado algo así a nadie, ni siquiera a su mejor amiga. Era demasiado personal. Pero se lo enseñaba a Pedro sin reservas. Al fin y al cabo se trataba de un asunto de negocios. 

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