Tres hojas, tres hombres: Adrián, Ignacio y Santiago. Sus datos, sus aficiones e intereses, y una corta biografía. Lo único que tenía que hacer era elegir a uno y llamar. Paula agarró el auricular y llamó a Pedro.
-Lo tengo -dijo en cuanto él contestó.
-Bien, lo tienes. ¿Pero el qué? -contestó Pedro reconociendo inmediatamente su voz.
-¡A los candidatos de la agencia! Tengo la información aquí delante.
-Comprendo.
-¿Puedes venir después del trabajo? Prometo que esta vez yo haré la cena - aseguró Paula.
-¿Para qué me necesitas?
-Para trabajar -contestó Paula escueta-. ¿O es que vas a echarte atrás?
El silencio de Pedro la asustó. No la habría sorprendido que él se echara atrás. Él no se jugaba nada, excepto la amistad que había surgido entre los dos. Por supuesto ella le pagaba, pero a Pedro no le interesaba el dinero. Y Paula no estaba segura de querer hacerlo sola. Resultaba reconfortante tener a alguien a quien confiárselo todo.
-Claro, iré a tu casa. Aunque no sé para qué, pero allí estaré.
-Pediré pizza. ¿Te parece bien?
-Estupendo. Intentaré llegar hacia las siete, ¿De acuerdo?
Pedro se sabía de memoria los datos de los tres candidatos. Paula se los había leído seis veces. Ella no sabía con cuál ponerse en contacto primero, pero él se negaba a darle su opinión y ejercer demasiada influencia sobre ella.
-Bien, a ver qué te parece esto: Escribimos los nombres por orden de preferencia cada uno en un papel y luego nos los cambiamos -propuso Paula.
-Está bien -accedió Pedro encogiéndose de hombros-. Pero sólo si después eliges uno y lo llamas.
Paula escribió los tres nombres sin responder. Él hizo lo mismo, y ella le quitó el papel inmediatamente. Habían elegido al mismo candidato.
-Ignacio, ¿Eh? -comentó Paula-. Es el primero en las dos listas. ¿Por qué?
-Parece una persona constante y estable.
-Bien, lo llamaré -afirmó Paula mirando el teléfono-. Supongo que debería hacerlo ahora, antes de que pierda el coraje.
-Estupendo -contestó Pedro poniéndose en pie para darle un beso en la mejilla-. Buena suerte, sé que le gustarás.
Pedro se dió la vuelta para marcharse, pero no llegó lejos. Paula corrió tras él y le tiró de la chaqueta.
-¿Adónde crees que vas?
-A la cocina a pedir la pizza por el móvil. Quería darte intimidad.
-No pienso consentir que me dejes sola -aseguró Paula agarrándolo con fuerza de la muñeca.
Pedro la miró un momento, le quitó el papel que llevaba en la mano y comenzó a pulsar los números en el teléfono móvil. Ella colgó.
-¿Qué estas haciendo?
-Llamar a Ignacio.
-¡Tú no vas a hablar con él! -exclamó Paula.
-No iba a hablar con él, sólo iba a pasarte el teléfono. Cuanto más lo pienses, peor.
Paula le quitó el móvil y se lo guardó en la chaqueta, al tiempo que decía:
-Quédate aquí, no hace falta que escuches. De hecho es mejor si no escuchas, pero a pesar de todo quédate aquí por si...
-¿Por si qué?
-Por si surge una emergencia.
-¿Qué emergencia? -preguntó Pedro-. Nadie te amenaza, Paula. Y yo estoy tan perdido como tú. Jamás había hecho antes algo así.
-Bueno, pero quédate conmigo. Si me pongo a tartamudear o digo una tontería, cuelgas, ¿De acuerdo? Y si me desmayo, me echas agua fría.
Pedro era incapaz de resistirse cuando ella le pedía un favor con ojos suplicantes. Ni siquiera lo intentó. Por eso dejó que lo arrastrara de nuevo al salón y lo hiciera sentarse en el sofá. Paula alcanzó el teléfono y se sentó tan cerca que prácticamente estaba en su regazo.
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