jueves, 18 de abril de 2024

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 35

Paula salió corriendo al baño.


-¡Paula, era una broma! ¡No tienes arrugas!


-¡Me faltan sólo semanas para cumplir los treinta! -respondió ella a gritos-. Deben estar a punto de salirme. Jamás debes bromear acerca de las arrugas con una mujer que va a cumplir los treinta.


Pedro se dirigió al baño y se apoyó sobre el dintel de la puerta.


-Lo siento, ya te lo he dicho: No tengo hermanas.


Paula se miraba al espejo y se ponía crema entre los ojos.


-¿Crees que esa crema va a evitar que te salgan arrugas? -preguntó él.


-No. Seguro que hay alguien muerto de risa nadando en la abundancia a costa de las mujeres.


-Las arrugas no son tan malas -repuso Pedro-. Yo tengo.


-Sí, tienes arrugas en los ojos que destacan cuando te ríes, pero te hacen parecer más maduro y más atractivo -contestó Paula- ¡Hombres! No es justo. Definitivamente Dios no es mujer. El mundo sería muy diferente si lo fuera.


-¿Te importa dejar la discusión teológica para otro momento? Tenemos que marcharnos.


Paula obligó a Pedro a dejarla en la puerta del restaurante y dar la vuelta a la manzana antes de estacionar y entrar en el local él también. De ese modo su pareja no sospecharía que iban juntos. Él giró los ojos en sus órbitas, pero obedeció. Ella se sintió sola y abandonada a las puertas del restaurante. Era una idiota. Casi treinta años, y tenía que contratar a una carabina. Resultaba patético. Aunque inteligente, sin duda. Corrían tiempos peligrosos. Llegaba pronto. Ignacio se retrasaba. Tenía tiempo de sentarse en la mesa, calmarse y prepararse. Miró por la ventana, y de pronto se dió cuenta de que en realidad a quien esperaba era a Pedro. Era imposible que él la dejara tirada, tenía que llegar antes que Ignacio.


-¿Paula?


Por fin habían llegado. Los dos. Lea estrechó la mano de Ignacio y sonrió. Él tenía una sonrisa agradable, pasó sin dificultades el examen de la primera impresión. Ignacio se sentó. Paula observó a Pedro, sentado solo en una mesa y escondido detrás de la carta.


Pedro estaba aburrido. La noche anterior, igual que auténticos profesionales, Paula y él habían estado investigando el local y seleccionando las mesas ideales para la misión. Desde su sitio podía verlos a los dos sin que Ignacio se diera cuenta, e incluso podía oír en parte la conversación. La mesa era perfecta, pero se sentía como un perfecto estúpido. Para empezar, jamás había salido solo a cenar. Y menos aún a un restaurante como aquél, lleno de parejas. La gente lo miraba con compasión. En segundo lugar tampoco tenía mucho que hacer. Paula estaba superando la prueba a pesar de los nervios y el rubor. Se mostraba encantadora, divertida, y parecía llevarse bien con Ignacio. Y él también pasaba todas las pruebas, reconoció a su pesar. Era educado y atento, no hacía nada que pudiera alarmarlo. Lo cual era bueno, se recordó. Trató de cenar lentamente, al ritmo de ellos. Era difícil, ya que ellos se interrumpían para hablar y él no. Debería haber llevado un periódico, algo para entretenerse. Tras pedir el postre se dió cuenta de que Paula trataba de llamar su atención. Alzó una ceja inquisitiva, y ella hizo un gesto en dirección a los servicios. Se puso en pie y se dirigió allí. Minutos más tarde Paula pasó por delante de él y entró en el servicio de señoras. ¿Qué hacer? Pedro vaciló. ¿Esperaba ella que él entrara allí? Paula entornó la puerta, sacó un brazo y lo arrastró dentro. Por suerte se trataba de servicios individuales. Podían haberlo visto entrar y podrían verlo salir, pero nadie lo vería dentro.


-¿Qué tal?, ¿Qué es tan urgente para arrastrarme hasta aquí?


-Lo había olvidado -susurró Paula-. El asunto del dinero. ¿Debo pagar?, ¿Qué es lo habitual? En este tipo de citas parece lo justo, pero no quiero insultarlo. ¿Qué hago?


-No lo sé, yo siempre pago -contestó Pedro encogiéndose de hombros.


-¿Porque quieres o porque se espera de tí?


-Ambas cosas, supongo.


-¿Y tus parejas suelen ofrecerse a pagar? –siguió interrogándolo Paula. 

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