martes, 23 de abril de 2024

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 40

 -¿Estabas en el restaurante? -preguntó Paula.


Pedro sonrió, agarró del hombro a Paula, que trató de soltarse, y se presentó:


-Tú debes ser Ignacio, yo soy Pedro. Un amigo de Paula. Quizá me haya mencionado, ¿No?


-No, creo que no. Bueno... -contestó Ignacio mirando a Paula-. ¿Todo bien?


Paula asintió. Parecía incapaz de articular palabra, pero su furia se desataría pronto. Ignacio los miró a ambos indeciso y añadió:


-Bueno, me voy. ¿Seguro que todo va bien?


Paula tartamudeó algo y asintió. Ignacio se marchó, y acto seguido alzó la vista hacia Pedro con ojos negros de ira. Dirigida toda hacia él. La realidad pareció golpearlo de pronto. ¿Qué había hecho?, ¿Y por qué? Abrió la puerta, y Pedro se coló. Ella parecía dispuesta a darle con ella en las narices.


-¿A qué ha venido eso? -preguntó Paula enfadada, cerrando la puerta.


-Ibas a invitarlo a entrar, ¿Verdad? -la acusó Pedro-. ¡Hace un par de horas te repugnaba la idea de besarlo, y ahora ibas a invitarlo a entrar!


-¿Y qué? Me estaba contando una larga historia, así que le dije que pasara un minuto en lugar de quedarnos sentados eternamente en el coche.


-¿Y crees de verdad que él iba a limitarse a charlar?


-¿Por qué no? -preguntó a su vez Paula-. No todos los hombres interpretan una invitación a tomar café como una invitación a la cama, Pedro.


-La mayoría sí -gruñó él.


-¿Y qué si lo invito a pasar la noche?, ¿Por qué no? ¡Ah, claro! -respondió Paula sin esperar la contestación de él-. Temes que lo eche todo a perder y lo espante, y tengas que empezar el trabajo otra vez desde el principio.


-No exactamente.


-Entonces, ¿Qué?


Paula se quedó mirándolo, esperando una respuesta. Estaba roja de ira y sus ojos echaban chispas de fuego.


-¡Dios, Pedro!, ¿Te das cuenta dé lo que has hecho?, ¿Te das cuenta de la impresión que le has causado? Ahora Ignacio creerá que eres mi ex y que me sigues o algo así. Tendrás suerte si no llama a la policía. 


Paula caminó nerviosa y furiosa de un lado a otro, se quitó el abrigo y los tacones y añadió:


-¡Apuesto a que no vuelve a llamarme nunca más, y será por tu culpa!


-Bueno, pues buen viaje.


-Él podría ser el hombre ideal, ¿Sabes? -continuó Paula con los brazos en jarras-. Todo estaba saliendo a la perfección.


-¿A la perfección? -repitió Pedro-. ¡Hace dos horas estabas a punto de vomitar ante la idea de besarlo!


-Los nervios -contestó ella-. Me gusta. Y yo le gusto. ¡Todo habría ido bien si me hubieras dejado besarlo!


Bien, así que no se habían besado en el coche. Pedro sonrió satisfecho. Pero fue un error. Paula sacudió la cabeza disgustada, se acercó a escasos centímetro y elevó la voz hasta casi gritar:


-¿Cuál es exactamente tu problema, Pedro?


Estaba preciosa. Sus ojos brillaban de emoción, toda su atención se la dirigía a él. Pedro se sintió tentado de abrazarla y besarla, de demostrarle cuál era su problema. Pero no lo hizo. En lugar de ello se dió la vuelta y se dirigió a la cocina, diciendo:


-Necesito tomar algo.


-Sírvete tú mismo -contestó ella siguiéndolo-. ¿Por qué has ido al restaurante?


-Es una suerte que fuera, ¿Verdad? Es evidente que todavía no sabes lo que haces -contestó Pedro sacando una cerveza.


-No te comprendo, Pedro. Llevamos semanas trabajando en esto. ¿Por qué has tenido que arruinarlo todo?


-Es sencillo -dijo él abriendo la botella y dando un sorbo-. Ese tipo no es el adecuado para tí. Tienes que buscar más.


-No necesito buscar más, sólo necesito a alguien...


-Adecuado, lo sé -la interrumpió Pedro-. Me has dicho muchas veces lo que buscas. Bien, pues olvídalo. Ignacio no sirve.


-¿Por qué?, ¿Has descubierto algo nuevo acerca de él?


-Sí.


Paula cambió de actitud de pronto, su enfado se desvaneció en parte y su voz perdió fuerza. 


-¿Sí?, ¿El qué?, ¿Algo malo?


Pedro dió un largo trago mientras pensaba qué contestar.


-Sí, algo malo.


Paula esbozó una expresión de preocupación, olvidó definitivamente la ira y se apoyó en la pared. Parecía sola, triste. Y todo eso sólo de pensar en perder a Ignacio. Los celos lo corroían.


-¡Dios! -susurró ella-. Tenía que haber algo malo, lo sabía. Dímelo, Pedro, ¿Qué es? Está casado, ¿Verdad?


Por toda respuesta Pedro sacudió la cabeza.


-¿Peor aún? -siguió preguntando ella.


Pedro se encogió de hombros.


-¡Oh, Pedro!, no irás a decirme que es un criminal, ¿Verdad?


-No.


Paula estaba impaciente y aterrada. Se acercó a él y puso un puño en su pecho, tratando de hacerlo hablar.


-¿Qué es, Pedro?, ¿Qué tiene de malo? ¡Dímelo!


Pedro se restregó la cara varias veces, pero no sirvió de nada. No recuperaba la sensatez ni siquiera utilizando todas sus tácticas para retrasar el momento de contestar. Estaba a punto de decirlo, era incapaz de reprimirse. Respiró hondo, alzó la vista, y por fin lo soltó:


-Que no es yo.


Aquellas palabras resonaron en el aire largamente. Pedro se sentía desfallecer esperando la respuesta de Paula. No sabía qué esperaba, no sabía qué quería que sucediera, pero contenía el aliento. Ella tragó. Apartó él puño de su pecho y dió un paso atrás. Estaba totalmente desorientada.


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