-¿Qué tal estoy? -preguntó Paula girándose a un lado y otro, tratando de verse en el espejo desde todos los ángulos-. ¡Pedro!, ¿Qué tal estoy?
Qué pregunta tan típica. Cualquier hombre se arrodillaría rogando clemencia ante tanta insistencia. Además, la respuesta daba igual. Ninguna mujer veía en el espejo lo mismo que su hombre. ¿Su hombre?, se preguntó Pedro sacudiendo la cabeza. ¿Era así como pensaba en sí mismo?
-Y bien -insistió ella impaciente-. ¿Tengo buen aspecto?
-Estás preciosa, Paula -contestó él con sinceridad-. Adorable. Si dejaras de morderte el labio y fruncir el ceño, diría incluso que estás bellísima.
Paula lo miró a través del reflejo y comenzó a revolverse el cabello. Pedro la tomó de las manos para que estuviera quieta.
-No, tu peinado es perfecto.
-No, no lo es.
-Lo es -insistió él-. Todo es perfecto. Estás preciosa. Lo digo en serio. Deja de preocuparte.
Paula se soltó y se giró de nuevo hacia el espejo con ansiedad.
-¿Parezco demasiado... Algo?
-¿Demasiado qué?
-No sé -contestó Paula encogiéndose de hombros-. Ya sabes a qué me refiero, a que parezca que me he esforzado demasiado por gustar. ¿Crees que hay algo en mí que pueda asustarlo?
Pedro gruñó y se pasó las manos por el cabello.
-¡No puedo creerlo! ¿Todas las mujeres hacen esto antes de una cita?
-Tengo poca experiencia, pero creo que sí -contestó Paula.
-Pues las compadezco.
-Gracias.
-Me alegro de no tener hermanas -continuó Pedro-. Esto es un tormento.
-¿No dijiste que tenías una hermanastra?, ¿No fue ella quien te arregló la cita con Candela?
-Sí, pero mi padre se casó con su madre hace sólo un par de años. Somos amigos, pero no somos realmente hermanos -explicó Pedro.
Paula asintió y volvió a mirarse al espejo.
-Quizá no debiera ir de rojo. Es demasiado llamativo, ¿No?
-No, de rojo estás maravillosa. Y ahora apártate del espejo y relájate. Aún quedan diez minutos para que nos marchemos.
-¿Diez minutos? Hay tiempo de sobra para cambiarme -repuso Paula-. Y peinarme. Y si no voy de rojo, voy a tener que maquillarme de nuevo. ¡Pedro!
-¡No vas a cambiarte, Paula! Estás perfecta. No lo líes todo.
-¿Seguro? -insistió Paula.
-Confía en mí, ese tipo no podrá creer en su suerte.
-¡Qué encanto eres! -exclamó Paula poniéndose de puntillas para besarlo en la mejilla-. Gracias, eres magnífico para mi autoestima.
-De nada.
-¿Y si él es horroroso?, ¿y si le gusta acariciarme con el pie como a Julián?
-Yo estaré allí -contestó Pedro-. Al más mínimo problema, te rescataré. Como la última vez.
-¿Lo prometes?
Paula estaba preciosa con aquellos ojos expectantes alzados hacia él. Pedro se imaginaba a sí mismo rescatándola una y otra vez.
-Sí, te lo prometo.
-Estoy muy nerviosa, Pedro.
-No lo estés. Relájate -recomendó Pedro.
-Para tí es fácil decirlo, pero yo no puedo. Me resulta físicamente imposible -explicó Paula-. La adrenalina me desborda.
-¿Te pusiste así de nerviosa con Julián?
-No, esa cita era sólo para practicar. Fui sin esperar nada en realidad.
-¿Y cuál es el problema ahora?, ¿Tus expectativas?
-Exacto -confirmó Paula-. Además, tú lo elegiste.
-No confíes tanto en mí, Paula -gruñó Pedro-. Yo sólo elegí a un candidato, pero no es tu única oportunidad.
-Lo sé. Lo siento, me estoy comportando como una niña -se disculpó Paula.
-Tranquila, yo estaré allí. Si ocurre algo, sólo tienes que hacerme una señal.
-¿Vas a raptarme y a besarme hasta que me estremezca? -preguntó Paula entre risas.
No era mala idea. La imagen tronó en la mente de Pedro, dejándolo pensativo. No, no era en absoluto mala idea. Pero no creía que Paula pensara lo mismo.
-¿De qué estás hablando?
-De nada -sacudió la cabeza Paula-. Julián hizo correr el rumor de que me raptaste y me besaste. Según parece tiene mucha imaginación.
-La idea es interesante, trataré de recordarla por si surge la ocasión - contestó Pedro.
Paula sonrió. Creía que él hablaba en broma, no era en absoluto consciente de los derroteros por los que discurría su mente. No era de extrañar que necesitara ayuda con los hombres, era incapaz de adivinar qué pensaban.
No hay comentarios:
Publicar un comentario