—Hola, Pedro.
—Hola, Tomás. ¿Qué tal?
—Bien. Venía a preguntarte si querías practicar mañana. Mi padre ha comprado un par de toros y he pensado que, a lo mejor, te gustaría probarlos.
Pedro se quedó inmóvil. Aquélla era la oportunidad que había estado esperando.
—No sé… No había pensado montar todavía.
—Sí, claro, entiendo. Aún no estás bien del todo —sonrió Tomás.
—De todas formas, podríamos hablarlo mientras cenamos.
—Ah, genial. Venga, yo invito a las copas.
Estupendo. Quizá el alcohol le haría olvidar a cierta pelirroja.
—¿Seguro que estás bien? ¿No necesitas nada? —preguntó Federico.
—Estoy bien y no necesito nada —contestó Paula.
—Entonces, ¿Por qué sigues trabajando?
—Soy una mujer embarazada, Fede, no una inútil. Además, sólo estoy ayudando un poco al doctor Morris…
—Pedro debería estar a tu lado —la interrumpió él.
—No, Pedro está donde quiere estar.
—No sé si eso es verdad —suspiró Federico—. Nunca había visto a mi hermano tan feliz como cuando está contigo.
—Cielo, sube a darle un beso a los niños —lo llamó Romina.
—Sí, ahora voy.
—No, creo que es mejor que vayas ahora mismo —insistió su mujer.
Evidentemente, quería quedarse a solas con Paula.
—¿Qué pasa, cariño?
—Nada… O todo. Este matrimonio ha sido un error. Pedro sólo se casó conmigo para solucionar el problema con mis padres…
—Eso no es verdad. Pedro se sintió atraído por tí desde el principio.
—Sí, claro, porque soy una diosa del sexo —bromeó Paula, mirando su abultado abdomen.
—Pedro no es tan frívolo como la gente cree.
—Lo sé, lo sé, pero…
—Siempre dice que no quiere sentar la cabeza, que no quiere tener un hogar. Porque no lo tuvo nunca. Hasta los diez años, Federico y él vivieron en un tráiler. Su padrastro no los quería y su padre, Francisco Ramírez, es un auténtico canalla. Por eso arriesga su vida… es una necesidad de probar que merece la pena, que vale algo — suspiró Romina—. Pero que se haya casado contigo significa mucho, Paula. Si no le importaras de verdad, no lo habría hecho. El problema es cómo hacer que mi cuñado admita eso. Los Alfonso son muy testarudos.
—Pero no me quiere…
—¿Quién ha dicho eso? Pedro está loco por tí.
—Entonces, ¿Por qué se ha ido?
—No tiene nada que ver contigo. Supongo que era una forma de probarse a sí mismo —contestó Federico, que acababa de entrar en la cocina.
Su marido no tenía que probarle nada, pensó Paula. La cuestión era si ella estaba dispuesta a aceptarlo como era. ¿Lo estaba? Sí, definitivamente. Quería estar con él, eso era lo único importante.
—Federico, ¿Dónde está?
—Este fin de semana estará en Fort Worth. Yo puedo llevarte, si quieres.
—¿Lo harías?
—Claro que lo haría. Eres de la familia, ¿No? Pero debo advertirte algo: Mi hermano se ha apuntado al concurso del sábado. Va a montar un toro.
Paula se llevó una mano al corazón.
—Muy bien —dijo, casi sin voz.
Pasara lo que pasara, le haría saber que iba a esperarlo. Que estaría en casa cuando volviera.
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