Paula no podía dormir. La imagen de aquella rubia besando a su marido se repetía en su cabeza una y otra vez. Lo lógico sería que Pedro pidiera el divorcio. Eso sería lo mejor. Así cada uno podría hacer su vida…
—Pau.
Al oír su nombre se incorporó, sorprendida.
—¿Qué haces aquí?
—Es mi casa, ¿Recuerdas?
—Sí, es verdad —suspiró ella—. Si me das un par de horas, me iré…
—¿Te vas? ¿Por qué?
—Porque esto ya no tiene sentido.
—¿Qué dices? Por favor, Pau, deja que te explique…
—No hay nada que explicar. He estado pensando y esto no podría funcionar nunca, Pedro. No hay nada más que hablar.
—No te entiendo, de verdad no te entiendo —suspiró él, pasándose una mano por el pelo—. Al menos dime cómo te encuentras.
—Bien, estoy perfectamente.
—¿Podrías hacerme un último favor? —preguntó Pedro entonces.
—¿Qué?
—¿Quieres venir conmigo? Me gustaría enseñarte algo.
—Muy bien, de acuerdo.
Paula se vistió antes de reunirse con él en el porche.
—¿Dónde vamos?
Pedro la llevó en la camioneta hasta un prado cercano al valle de los caballos salvajes. Estaba rodeado de árboles y, a la luz de la luna, el riachuelo parecía de plata. Como sus ojos.
—¿Te gusta?
—Es… Precioso.
—No sabes cómo me alegra oír eso.
—¿Qué quieres decir?
—Voy a construir mi casa aquí —dijo Pedro entonces.
—¿Vas a quedarte en San Angelo? —preguntó Paula, sorprendida.
—Sí, éste será mi hogar. Llevo algún tiempo pensándolo y ya estoy decidido.
—Pero has vuelto al rodeo…
—No, no he vuelto, Paula. Me he retirado.
—Pero… ¿Por qué no me lo habías dicho?
—Porque no lo he sabido yo mismo hasta que monté ese toro. Entonces me dí cuenta de que ya no tenía que hacerlo —suspiró Pedro—. He descubierto que hay algo que me importa mucho más. Tú.
—Ya, claro. Hasta que aparezca otra rubia…
—Paula, por favor. Lara se acercó para que nos hicieran unas fotos. No tengo el menor interés en ella. Nunca lo he tenido. Te lo juro, Pau.
Paula apartó la mirada.
—No funcionaría, Pedro. No podemos seguir fingiendo que el nuestro es un matrimonio de verdad…
—¿Sabes por qué quería volver al circuito? —la interrumpió él—. Porque es el único sitio que conozco, el único sitio en el que me siento a gusto. La gente sólo juzga si eres capaz de mantenerte encima del toro el tiempo necesario. Y allí me sentía importante. Ése era mi sitio. Hasta ahora. Tú lo has cambiado todo, Pau. No sabes cómo le necesito, cariño. Tú eres lo más importante de mi vida. Yo… no puedo dejar de pensar en tí ni un minuto. He intentado decirte esto muchas veces, pero no era capaz. No sabía cómo hacerlo.
Paula se llevó una mano al corazón.
—¿Estás hablando en serio, Pedro?
—No he hablado más en serio en toda mi vida. Te quiero, Pau. Te quiero tanto que no sé cómo decírtelo. Y quiero a nuestra hija… Por eso te he traído aquí. Quería enseñarte el sitio donde quiero echar raíces. Contigo.
—Oh, Pedro… Te quiero, yo también te quiero…
Él la apretó contra su corazón, temblando, sintiendo que estaba dando un paso definitivo en la vida.
—Nunca te he dado las gracias por devolverme la vida.
—Ni yo a tí, amor mío.
—¿Volvemos a casa? —sonrió él entonces.
—Claro. Quiero ver a El Diablo en acción —rió Paula.
—Créeme, será un placer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario