—Cuéntame cosas de tus vacas.
Paula retiró el ordeñador automático de la ubre de Ruby y se levantó con el cubo de agua caliente en la mano.
—Mis vacas son de raza Dairy Shorthorns, pero, como podrás comprobar, parecen Frisonas con motas marrones en vez de negras. Dan menos leche, en general, que las Frisonas, pero es de mejor calidad.
—Y Agustín está interesado en ellas.
Acercándose a la siguiente vaca y limpiándole la ubre, ella le colocó el sistema mecánico. La leche fluía con suma facilidad.
—Pues sí, eso parece.
—¿Eso parece?
—Viene frecuentemente… Quizá tengas razón.
—Tengo razón.
—¿Siempre?
—Casi siempre.
—Yo, una vez, creí que me había equivocado, pero se trataba de un error —dijo Paula y, en seguida, ambos se pusieron a reír.
—Mira, Pau, lo único que puedo decirte es que, cuando un hombre mira de ese modo a una mujer, su mente está centrada en su bragueta.
La joven se puso colorada, pero no dijo nada porque Pedro la estaba mirando. El ajetreo de la ordeñadora hizo que su atención volviese al trabajo y dejase aparte otros pensamientos. No sabía si regañarle por su actitud de gallito, o caer en sus brazos. Por lo tanto, siguió con su tarea ignorando al huésped. Pero él no quería ser ignorado. La siguió a todas partes, hablándole sin parar hasta que la joven, mirándolo fijamente, le dijo:
—¿Te ocupas del agua o no?
—Ahora mismo.
Acto seguido, Paula se arrepintió de haberle hablado así. ¡Al fin y al cabo, el hombre la estaba ayudando con todo su cariño y no se merecía ese trato! No le hablaría groseramente si fuese su empleado, o sea que, trabajando voluntariamente, menos aún. La joven corrió hacia él. Estaba llenando el primer cubo.
—Lo siento, Pedro.
—¿Siempre fuiste maleducada o lo aprendiste después de los seis años?
Paula notaba cómo le ardían las mejillas.
—Me estabas agobiando y no estoy acostumbrada a que me traten así. Llevo más de un año trabajando sola. Ya sé que no tengo excusa para hablarte en ese tono, pero lo que no entiendo es por qué no te has marchado ya.
Se hizo el silencio.
—Yo tampoco lo entiendo. ¿Quieres que me vaya?
—Oh, no —respondió la granjera, sacudiendo la cabeza violentamente—. Necesito tu ayuda. Pensé que podría salir del paso si se tratase de un breve apagón, pero esto parece no terminar nunca. De todas maneras, si te vas, podría recurrir a Agustín… Me imagino que no te parecerá bien…
—Si le pides ayuda a ese tipo, seguro que te pasará la factura.
—Te refieres a las vacas —dijo Paula.
—O a tí. Creo que le importan exactamente lo mismo.
—¿Y tú?
—¿Yo, qué?
—¿Cuánto quieres que te pague?
—Yo no quiero nada. Mejor dicho… Sí, un buen banquete. No, en serio. Te estoy ayudando porque si no, mi abuela me mataría.
La joven pareció un poco decepcionada y dijo:
—Voy a seguir con la ordeñadora.
Después de un buen rato, terminó la tarea vespertina. La granjera comprobó cómo había tardado la mitad de tiempo en ordeñar que por la mañana. El motor de Pedro funcionaba con demasiada gasolina y le había costado arrancarlo. Mientras observaba cómo el hombre trataba de ponerlo a punto para el día siguiente, Paula dió una palmada a Daisy en sus lomos. Muerta de cansancio, pero tremendamente satisfecha de su jornada, la joven fue a visitar a Pedro que estaba terminando con el bebedero de los terneros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario