jueves, 16 de marzo de 2023

Refugio: Capítulo 16

Ambos fueron a buscarla. Pedro subió para hacerse una idea de lo que había que limpiar. Paula se subió hasta la mitad de la escalera y le pasó el escobón al joven. Él trató de barrer con fuerza la nieve, pero era imposible arrancar las ondas de hielo con la escoba. Paula bajó al suelo y, desde allí, le sugirió a Pedro que probara a golpear las manchas blancas.


—¿Quién lo está quitando, tú o yo?


—No me importaría en absoluto estar allí arriba, haciendo lo que estás haciendo —mintió Paula.


—Quédate quieta, no vaya a ser que seamos demasiados en el tejado. ¿Ya va cayendo nieve? Se nota cómo va cediendo.


—Quizá sería mejor que utilizases el palo del escobón para romper las planchas.


—Tú déjame a mí —replicó Pedro.


De pronto, se oyó suavemente cómo se deslizaba a cámara lenta la mitad del tejado por uno de los lados del establo. Paual empezó a chillar como una loca y, en ese momento, cayó Pedro encima de ella con otro alarido. Una vez en el suelo, la pareja recibió una ducha de nieve, como para poner el broche final a la aventura. Sin embargo, ella, que no dejaba de sonreír autosuficientemente, recibió en sus picaros labios un beso de Pedro, que se encontraba a pocos centímetros de ella. Ese beso tendría que habérselo dado veintidós años antes, pero entonces le faltó valor. Ahora, con más carácter y ante la amenaza de Agustín, se había atrevido finalmente. De momento, la joven no se podía mover porque estaba bajo el cuerpo esbelto de Pedro, pero poco a poco levantó un muslo, desenmarañó sus brazos y le rodeó el cuello con ellos. Con un murmullo de satisfacción, el hombre acarició sus cabellos mojados y la besó de nuevo en su deliciosa boca. Pedro notó cómo su corazón comenzó a latir desordenadamente e incluso oyó un zumbido enorme procedente del centro de la tierra.


—¿Están bien?


Pedro volvió la cabeza y descubrió a Agustín conduciendo el tractor, con el zumbido en cuestión.


—Sí, gracias. 


—Estaba limpiando la nieve del camino y pensé que quizá podía echarles una mano…Tú coche estará disponible en un minuto y podrás marcharte pronto.


—No me voy a ir —dijo Pedro, desafiando con la mirada al granjero que respondió del mismo modo.


—Ya veremos —replicó Agustín y se marchó con su tractor.


De pronto, Pedro se acordó de la pobre Paula que luchaba por poder incorporarse y levantarse del suelo.


—Lo siento —dijo el joven.


—¿El qué? ¿El beso o la visita de Agustín?


—Quiero pedirte perdón por haber aterrizado sobre tí… —repuso Pedro, sonriendo.


—Bueno, parecía como si el tejado estuviese empeñado en caerse — dijo Paula, riéndose—. ¿Te has hecho daño?


—No, ¿Y tú?


Pedro se quedó mirando a la joven tan frágil, con esos ojos tan vivos y con el cabello alborotado y lleno de nieve… No podía soportar la idea de que se hubiese herido.


—Estoy bien, gracias —contestó Paula.


Antes de decir o hacer más tonterías, el joven se levantó y se fue a buscar las llaves del BMW.


—¿Puedo meter el coche dentro del patio?


—Sí, pero antes habría que quitar la nieve del cercado. Podemos aprovechar para que Agustín me haga ese favor con su quitanieve.


Pedro se quedó muy frustrado pensando en los caminos que había despejado con tanto esfuerzo la víspera. El granjero, con su juguete de color amarillo, iba a hacer lo mismo pero en tres minutos. «Maldita sea» pensó para sí mismo.


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