—Cuál es el premio para el que te han nominado?
—¿Cómo sabes que estoy nominado? —preguntó Pedro, notando cierto incomodo.
Paula se paró y lo observó, comprendiendo lo humano que era, mostrándose modesto a pesar de su talento.
—Luisa me lo comentó en alguna ocasión. Está muy orgullosa de tí.
Como Pedro no arrancaba, la joven le volvió a interrogar.
—Entonces…
—Se trata de un premio de diseño. De momento estoy entre los finalistas, pero no lo tengo tan fácil como ella piensa.
Como se dirigían de vuelta a la granja de Paula, llamaron a los perros que acudieron rápidamente.
—¿Qué es lo que has diseñado? Debe ser muy bueno para que te hayan nominado.
Pedro dió una patada a un trozo de nieve esparciéndola por el camino.
—El proyecto consiste en rehabilitar una vieja fábrica que ha estado abandonada durante años, para crear un foro cívico. Su enclave en la orilla sur del Támesis es inmejorable. En el nuevo complejo pondrán oficinas municipales, un teatro, talleres de artesanía, un salón de actos, un albergue, un restaurante, una sala de exposiciones y cosas por el estilo…
—¿Lo has diseñado todo tú solo? —preguntó Paula con curiosidad.
—Por supuesto que no, lo he hecho en colaboración con otros colegas. Mi trabajo consistía, entre otras cosas, en supervisar el proyecto.
—¡Oh, qué interesante! —dijo la joven, impresionada.
—Lo bueno era que no tenía que desplazarme todos los días para ir a trabajar; me compré uno de los apartamentos que habíamos construido. Así, mi disponibilidad era absoluta.
—¿El sitio es bonito? —dijo la joven, considerando Pedro Sam se había portado de maravilla a
yudándola en la granja.
—No tanto como esto… Pero está bien —respondió el hombre sonriendo—. Mi departamento está muy bien. Es un ático abuhardillado. En verano es muy agradable, aunque en invierno no se está tan bien.
—Me imagino que hará frío si los techos son altos.
—Los son. Pero yo he puesto un sistema de calefacción especial para contrarrestarlo. Los departamentos se vendieron como rosquillas. Como está al borde del Támesis, las vistas son divinas y te puedes pasar horas mirando el tráfico de los barcos.
—Me encantaría conocerlo.
—Te invito a que lo veas, Paula.
—Me resultaría imposible: No puedo dejar a los animales solos —dijo amargamente la granjera.
—Entonces, te mandaría unas cuantas fotos.
—Gracias —respondió la joven, consciente de que caminaban al mismo ritmo. Por fin divisaron su granja.
A Paula le habría encantado que la electricidad no funcionase nunca más para que Pedro no se marchase de su lado. El estilo de vida de Pedro era el de todo un profesional, muy ocupado y con poder. Eso la intimidaba enormemente. Cuando entraron en la casa, la joven trató de ver su propio hogar con los ojos de él. Había humedad por todas partes, los marcos de las ventanas estaban podridos, etc. Nada que ver con su exquisito y moderno apartamento londinense. A continuación, dieron la comida a los perros y dejaron a un lado sus prendas de ropa sucia. Había que comenzar a ordeñar a las vacas y llenar los bebederos con cubos de agua. Mientras hacía su tarea, se paró a pensar en el mundo de Pedro. En cierto modo, era parecido al que ella misma había abandonado. Ella había tenido opción a una carrera profesional, con éxito y dinero. Sin embargo, había acabado harta de matrimonios rotos, de amargura y despecho… Se preguntaba qué pensaría Sam de su pequeña granja. Seguramente, la vería muy provinciana… Puso en marcha el sistema de ordeño mecánico, obteniendo de sus vacas una leche cuyos costosos excedentes irían a parar al montón de estiércol. Sin la electricidad, cada día que pasaba iba perdiendo más y más dinero. La joven se puso a pensar en su saldo bancario deficitario, en la avería de su coche y en la incapacidad de hacer funcionar el tractor…
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