jueves, 9 de marzo de 2023

Refugio: Capítulo 7

 —Pase lo que pase, será necesario mantener en buen estado la caja de cambios. Por aquí debe haber unas botas que te pueden estar bien… Toma, pruébatelas.


Les dió la vuelta y salió una araña corriendo por el suelo.


—¿Qué bicho es ése? —preguntó aterrorizado Pedro, refugiándose en una esquina de la habitación.


El collie logró acorralar al insecto y comenzó a ladrar estrepitosamente.


—No sea tonto, Luna. ¡No es más que una araña! A ver, pruébatelas.


—No habrá dentro más parientes, ¿Verdad? —dijo el joven, cáusticamente, mientras se ponía el calzado de plástico.


—Es mejor que te lleves esta vieja chaqueta de hule, porque si te empapas te vas a congelar.


Se puso el chaquetón y automáticamente adquirió un aspecto mucho más campestre. ¡Verdaderamente, el hábito hacía al monje…! Tenía el aspecto de poder ponerse a ordeñar una vaca perfectamente… Si no fuera por sus delicados pantalones de lana. Se los tendría que quitar para no estropearlos.


—¿Qué es lo que vamos a llevar de color rojo?


—Voy a buscarlo a mi habitación.


Tomó el sujetador y un liguero de encaje rojo y se los metió en el bolsillo, esperando poder atarlos a un palo cuando Pedro no la estuviera mirando…


—Pues vayamos al coche a por tu equipaje —dijo Paula mientras se ponía el abrigo y las botas—. Luna y Daisy, quedense aquí.


A continuación, salió al exterior, tomó dos ramas secas del jardín y se adentró en la ventisca con la linterna en la mano. Pedro la seguía a pocos centímetros de distancia y cuando llegaron al lugar del accidente, el joven maldijo cuando vio que el automóvil estaba prácticamente sepultado.


—¿Dónde está tu equipaje? —preguntó Paula.


—En el maletero.


Pedro tuvo que quitar una espesa capa de nieve para poder abrirlo. Al cabo de un rato, cuando la superficie estaba limpia, abrió el maletero y sacó un par de bolsas de viaje que mostraban el logotipo de una prestigiosa marca deportiva. Tuvo que cerrar rápidamente porque la nieve se estaba colando en su interior. La granjera se dió cuenta de que el coche era un BMW y que su dueño estaba bloqueando las cerraduras con el mando de control remoto. «Qué vanidosos son los londinenses» pensó Paula, cayendo en la cuenta de que ella también había sido una entre tantos. Sólo llevaba viviendo en el campo unos doce meses.


—Voy a clavar las estacas —dijo Paula, sacando la ropa interior del bolsillo.


—¿Y esas banderas? —preguntó Pedro sin poder creer lo que estaban contemplando sus ojos.


—No se te ocurra reírte.


El joven soltó una carcajada y Paula no dudó en tirarle una bola de nieve que le penetró por el cogote. A su vez, Pedro le devolvió otra bola que se estrelló en el pecho de la granjera, humedeciendo su sujetador. Ambos estaban riendo y chillando hasta que el joven propuso:


—¿Hacemos las paces?


—De acuerdo. Pero primero tendrás que tirar esa bola que estás ocultando…


La granjera contempló la posibilidad de vengarse más adelante con las arañas. De pronto, dirigió la linterna sobre su huésped que estaba sonriendo abiertamente. Se le había iluminado el rostro, lo que produjo una extraña respuesta en su interior… En el camino de vuelta procuraron guarecerse lo más posible de la ventisca; finalmente, regresaron a la granja sin novedad.


—Me voy a poner unos téjanos —dijo Paula retirándose el abrigo— porque no quiero ensuciarme mientras ordeño.


—¿Ensuciarte? —preguntó irónicamente Pedro.


—Además, voy a hacerte la cama para esta noche. Te la prepararé en el cuarto contiguo al mío, que es el más caliente después de mi habitación.


Tendría que hacerse a la idea de que tenía un huésped con unas piernas interminables, pero se propuso no volver a juguetear con él. Al fin y al cabo, no necesitaba a ningún hombre de la ciudad que fuera condescendiente con su condición de granjera… 

No hay comentarios:

Publicar un comentario