martes, 21 de marzo de 2023

Refugio: Capítulo 19

La vecina de Paula le contó todos los pasos a seguir. Cuando hubo terminado la llamada, la granjera salió para recoger leche del tanque y para interesarse por el motor de Pedro.


—¿Cómo va eso?


—No muy bien.


De nuevo en la cocina, Paula se puso a preparar el postre llena de satisfacción. Hizo también pasteles de fruta y tomó el último frasco de mermelada de fresas que le había regalado la abuela de Pedro. Cuando todo estuvo listo, la joven se puso las botas de plástico y abrió la puerta. ¿Qué era ese ruido? «El motor está funcionando. ¡Qué estupendo!» pensó la granjera. En efecto, el ruido fue interrumpido por sacudidas hasta que se paró. Pero lo importante era que había arrancado. Encantada con la idea de poder contar de nuevo con la ordeñadora automática, Paula corrió hacia el establo y le dió un abrazo a Pedro. Estaba más guapo que nunca, lleno de grasa y prácticamente asfixiado.


—¡Funciona, qué maravilla! —se alegró la joven.


Pedro sonrió también.


—¡Oh! Te has cortado y tienes los nudillos en sangrentados. Déjame ver —dijo Paula, tomando las sucias manos entre las suyas.


—Ven a verlo. No está terminado todavía, pero funcionará.


—El tío Tomás ponía melaza en el motor.


—¿Para qué sirve la melaza?


—Para que la correa esté pegajosa. Creo que por aquí había una lata, déjame ver —dijo la granjera, tomando el recipiente de una repisa polvorienta—. Puedes untarlo en la correa.


Intentaron ponerlo en marcha, Y… funcionó.


—Paula, he arreglado tu ordeñadora automática —declaró solemnemente Pedro, con una amplia sonrisa.


Acto seguido, la joven se puso a llorar.


—¿Qué te pasa? —le preguntó el hombre, sorprendido.


—Lo siento es que me he acordado del tío Tomás…


Una mano firme apretó su hombro para reconfortarla. 


—Tómenos una taza de té —sugirió Pedro, mientras que la joven se secaba las lágrimas con el dorso de la mano.


Pedro paró el motor y se limpió las manos como pudo.


—Tendrás que ponerte un parche en los nudillos —le aconsejó Paula.


—Delego en tí.


—De acuerdo.


—¿Hay algo para comer? —preguntó el hombre que estaba hambriento.


—Claro que sí, además te mereces un premio…


Ambos entraron en casa, se quitaron las botas y una vez en la cocina, Pedro exclamó maravillado:


—¡Cuajada y pasteles de fruta!


—Y pudding de arroz con huevos escalfados en el horno.


Básicamente, huevos, leche y nata. Ése es el menú.


—Me apunto.


Pedro se bebió tres tazas de té, comió ocho pasteles de fruta y casi toda la cuajada.


—Te importa un bledo el exceso de colesterol, ¿No es cierto? —rió Paula, mientras que Pedro lamía los restos de la nata en sus sensuales labios.


—Sería una grosería no disfrutar de todo lo que has estado preparando —dijo Pedro sonriendo cálidamente.


A Paula le llegó el efecto de la sonrisa hasta lo más profundo de su cuerpo.


—Te agradezco que hayas puesto en marcha el motor porque a las vacas no les gusta que las ordeñen a mano.


—Es que a mí me encanta arreglar cosas.


—Supongo que ahora podrás marcharte; tu coche está listo y de nuevo puedo arreglármelas sola con las vacas…


—¿Y con el agua?


—Ya saldré del apuro —contestó Paula, irguiéndose orgullosamente.


—No lo dudo, pero no quiero darle una oportunidad a Agustín el Buey para que sea valiente.


Paula rió de buena gana, encontrándose ridículamente aliviada porque, por el momento, Pedro no se iba a marchar.


—En ese caso —dijo la granjera sonriendo—, voy a comenzar a ordeñar y tú puedes empezar a llenar cubos de agua. 

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