martes, 28 de marzo de 2023

Refugio: Capítulo 27

 —Pues me las tendré que arreglar, teniendo en cuenta que tú vuelves a la ciudad. Además, la avería no tardará en solucionarse puesto que ya es lunes.


—Pero ¿Y si tardan otros tres días más?


La joven elevó los hombros desesperadamente y Pedro salió disparado en dirección a la salida.


—Pedro, espera. ¿Qué te ocurre? —preguntó Paula, poniéndose el abrigo y las botas a toda prisa, para seguirle.


—Eres tonta, testaruda y no tienes dos dedos de frente —le reprochó el hombre.


Paula, con las manos en las caderas, replicó:


—Muchas gracias. Ya veo que no estás bien y me alegro de perderte de vista. No has hecho más que criticarlo todo…


Pedro abrió el coche y sacó su equipaje y dió un portazo para cerrarlo. Cuando pasó de nuevo a su lado, le puso su dedo índice en los labios.


—Te voy a ayudar.


Abrió la puerta de la casa y subió las escaleras a toda prisa.


—Quizá no necesite tu ayuda —dijo Paula, siguiéndole a su dormitorio—. Es posible que sea autosuficiente. ¡Mandón, autocrático! ¡Como se ve que vienes de la capital!


A continuación se hizo el silencio. Al cabo de unos segundos se había quitado el traje y se había puesto ropa cómoda. Sentado en el último peldaño de la escalera, le dijo a Paula suavemente.


—Realmente, ¿Quieres que me vaya?


—No, claro que no —contestó Paula con voz temblorosa.


—Pues entonces, prepara el té y estaré abajo en unos instantes.


La joven no pudo evitar quedarse mirando a Pedro. Aunque a primera vista le hubiera parecido un hombre blandengue, ahora, medio desnudo, tenía un cuerpo atlético con las piernas más largas del mundo, matizadas por una fina capa de vello. Al contemplarlo, Paula se sintió enfermar de deseo. Bajó rápidamente a la cocina y se puso a comer un bol de cereales con leche. El joven bajó unos instantes más tarde. Se había puesto unosvaqueros y una camiseta de rugby. La granjera se dispuso a servir el té para evitar pensar en su cuerpo masculino.


—Toma, Pedro —le extendió la taza y, sin saber por qué, se sintió pequeña, torpe y sin atractivo alguno.


El hombre la estrechó bajo su hombro y la oyó defenderse, diciendo que, sin duda, habría podido arreglárselas sola.


—Ya sé que te podrías haber enfrentado tú sola a la tarea. Pero, quizá, lo que yo quiero en el fondo es dejar mi trabajo y escapar de ese tipo de vida.


—¿En serio? —preguntó Paula, atusándose el pelo.


—No te preocupes por mis problemas, los resolveré solo —contestó Pedro con mirada de chico travieso y un ligero tono de amargura.


La joven sonrió y él le dió una palmadita en el hombro. A Paula le encantó el cálido tacto de su piel. Pedro tomó su taza y se bebió el té, echando a Daisy para sentarse en la silla donde estaba dormitando la perra. Estiró sus largas piernas y, con un suspiro, preguntó por Agustín.


—Entonces, dices que se ha roto un brazo…


La granjera creyó ver una sonrisa afectada en sus labios.


—Pues sí, lo que puede ser catastrófico para su familia. Tendrá que estar sin moverse durante unas semanas y su padre no puede hacer frente a la situación, porque es bastante mayor. No obstante, pareces alegrarte…


—Puede que esté contento de tener una excusa para pasar más tiempo contigo.


Su sinceridad dejó muda a Paula.


—¿Por qué quieres estar conmigo?


—Porque me gustas, pequeña cosa.


—¡Oh! —dijo Paula, poniéndose colorada y escondiéndose tras su taza de té. Se sentía pletórica y lo dejó entrever con su sonrisa triunfante. 


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