jueves, 23 de marzo de 2023

Refugio: Capítulo 23

 —Pensé que te habrías ido con tu flamante BMW, Pedro. ¿Cómo es qué no te has quedado con tu familia?


El joven no le contestó y repuso:


—Bonita hora para visitar a Paula. Lo más probable es que estuviese en la cama…


—Eso es lo que pienso yo; no necesita una carabina siguiéndola a todas horas.


—Eso mismo me planteo yo.


—¡Quieren callarse de una vez! Ni necesito carabina ni a ninguno de los dos revoloteando a mi alrededor como gallos de pelea. Pedro se está ocupando del agua…


—Yo te puedo ayudar con el tanque del tractor, como el verano pasado. No tienes más que pedírmelo.


—Ella no te necesita —replicó Pedro.


Recordando lo útil que sería el tanque y sintiéndose culpable por los esfuerzos de su huésped, Paula dijo:


—Simplificaría mucho las cosas.


En ese momento, comprendió que no debería haber dicho esas palabras. Pedro la fulminó con la mirada y Agustín se despidió hasta mañana. Verdaderamente, era muy torpe con los hombres. ¿Llegaría a comprenderlos algún día?


—De paso, me podría llevar las vacas para ordeñarlas mañana —dijo Agustín, abusando de nuevo de la granjera.


—No es necesario. Pedro ha arreglado un motor para hacer funcionar el sistema automático de ordeño.


Los dos jóvenes intercambiaron miradas de desprecio y el granjero se marchó sin tomar el té. Paula se había librado de uno. Ahora le tocaba lidiar con Pedro.


—No me importa ayudarte con los cubos de agua —dijo el huésped.


—Me siento culpable por las molestias que te has tomado, pero es que Agustín lo puede hacer en unos minutos.


—De verdad que no me importa —repitió tercamente Pedro.


—Bueno, pues ahora ya puedes irte a casa de tus abuelos. Al fin y al cabo, ése era el objeto de tu visita, ¿No es cierto? 


El joven no podía expresar con palabras lo que sentía y, en vez de intentar hablar, tomó su taza de té y subió a su habitación. Paula supo por fin que esa noche Pedro le iba a dar el beso de buenas noches… Pero tampoco estaba tan claro. Además, su vida era lo suficientemente complicada como para meterse en líos con un hombre de la ciudad. A todo esto, la joven no sabía con seguridad a qué se dedicaba… Debía ser arquitecto o aparejador. Recordaba vagamente que Luisa le había comentado algo de un premio para el cual estaba nominado. Tendría que preguntárselo, si aún le concedía la palabra.


Pedro estaba empezando a odiar a Agustín Stockdale. Primero tenía un quitanieves, ahora una máquina para levantar tanques… Se quitó la ropa y se puso el par de pijamas. Echó al gato y se metió en la cama. Si no moría de congelación, se trataría de un milagro. Mirando al techo del dormitorio, el joven se preguntaba por qué demonios estaba tan enfadado con Agustín y por qué estaba empeñado en llenar cubos de agua, si en el fondo le disgustaba profundamente la idea. Entonces, ¿Qué empeño tenía en impedir que su rival le sustituyera? No quería que el rudo granjero merodease alrededor de Paula. Sin embargo, ella no parecía tomar en serio el acoso de Agustín. Lo conocía de toda la vida. Quizá ella tuviera razón. El gato ronroneó y sacó sus uñas para jugar con la sábana.


—Tú también estás de parte de ese granjero… ¡Estupendo!


El joven se levantó para sacar al gato del dormitorio. En ese momento pasaba Paula que venía del cuarto de baño.


—El gato me estaba chuperreteando…


Paula se agachó y lo recogió del suelo. La luz de la lámpara de petróleo hizo reverberar el cabello y la piel de la joven, que parecían de oro. Era un cruce perfecto entre un ángel y un duendecillo travieso. Los ojos brillantes mostraban inteligencia y su boca sensual esbozó una amplia sonrisa. ¡Ésa era la razón por la que odiaba a Agustín Stockdale! 

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