Pedro estuvo trabajando como una fiera, haciendo mil veces el recorrido desde el regato de agua hasta los establos, cubo va cubo viene. Luego se dedicó a limpiar los cobertizos y a amontonar los excrementos de los anímales.
—¿Dónde pongo todo esto? —preguntó el joven, acercándose a Sandy, mientras que Paula terminaba de darle un masaje a la vaca en la ubre—. El contenedor está hasta arriba.
En ese momento, Sandy levantó su rabo y un chorro de líquido verdoso manchó a Pedro en el pecho.
—¡Cielos! Me ha puesto perdido… Estoy manchado hasta dentro de la camisa.
Paula intentó por todos los medios no reírse, pero fue imposible. Soltó una sonora carcajada mientras que Pedro lanzaba improperios a todo trapo. Finalmente, el joven se calmó y ella se secó las lágrimas.
—Más vale que te cambies de ropa —dijo la granjera ahogando aún su risa.
—Ésta era mi última camiseta limpia… Y no pienso usar la ropa de trabajo. Hasta que no termine con todas las faenas no me cambiaré.
—Como quieras.
Paula consideró un poco más al hombre, que volvió rápidamente a la labor.
—¿Dónde pongo la paja sucia?
—En aquel montón de allí. Cuando está fermentado, lo vendo como estiércol.
—La verdad es que ya debe estar preparado porque huele horriblemente —dijo Pedro, dándose cuenta de que la mancha de su pecho se había convertido en un emplasto duro.
—Siento no haber podido avisarte a tiempo, pero Sandy fue tan súbita… —se disculpó la joven con una sonrisa.
—Comprendo, no te preocupes. Y se puso a amontonar los excrementos como un loco.
¿Qué era mejor, vestirse y marcharse, o morir de frustración en la ciudad? Sam estaba de mal humor. Aparte del hedor que propagaba su camisa, el vello del pecho se había quedado duro. Cada vez que movía los brazos le tiraba como si se estuviese depilando. Se acordó de la depilación a la cera que padecían miles de mujeres y algunos nadadores…
—Por favor, Sam, ¿me puedes bajar el tarro que está en la repisa del establo? El otro ungüento se me ha terminado ya.
—Ay… —dijo el pobre joven dando un pequeño grito. No quería mirar a Paula para no verla reír.
—¿Qué te ocurre, Pedro?
—El vello de mi pecho se ha quedado duro y, cuando estiro los brazos, me tira y me duele.
El hombre no vió la risa de la granjera, pero pudo oírla perfectamente…
—Dame entonces, el frasco que te pedí —pidió la joven.
—¡Sádica. Quieres hacerme sufrir!
Y siguió cabizbajo con la limpieza. La granjera se unió a él cuando terminó de cuidar a las vacas. Ambos finalizaron con el estiércol y se dirigieron a la cocina. Entonces, Paula le ordenó a Pedro que se quitara la camisa.
—Te voy a lavar con agua para que se te despegue la ropa del pecho.
—¿Y si la calientas un poco? —preguntó el hombre sensatamente.
Poco a poco, Paula le fue separando la tela de algodón de su vello, hasta que Pedro pudo quitársela.
—Dame. Te lavaré la camisa —le ofreció la joven.
—Necesito una ducha —dijo Pedro secamente.
—¿Qué te parece si vamos a visitar a tus abuelos?
—Me parece una estupenda idea. Tú también estás deseando tomar un baño, ¿Verdad?
—Por supuesto. Podemos ir a comer. La sopa de tu abuela es realmente deliciosa. Por otra parte, será mejor que te limpie un poco más a conciencia antes de partir.
—Creo que tengo que vigilar con detenimiento la evolución de tus manos. Están tan ásperas como las de un obrero de la construcción…
—¿Te importan de verdad?
—Por supuesto —dijo Pedro mientras observaba que la irónica mirada de Jemima se transformaba en una caricia muy sugerente.
Estaban a punto de besarse cuando alguien llamó a la puerta. «Si es Agustín, lo mataré» pensó furiosamente el arquitecto. Paula hizo callar a los perros y abrió la puerta.
—Hola, Agustín. Estábamos hablando de tí precisamente. ¿Cómo estás? —preguntó la joven educadamente.
A Pedro le sentó mal el tono de Paula. Pero, al fin y al cabo, estaba herido y, después de todo, había sido un buen vecino para ella. No quería ser maleducado con él, pero también quiso mostrarle cuál era su territorio… Se colocó detrás de Paula con las manos sobre sus hombros y saludó calurosamente:
—Hola, Agustín. Siento lo de tu accidente. ¿Cómo te encuentras?
Owen se sorprendió al verlo con el pecho desnudo. Articuló unas palabras incomprensibles, dio media vuelta y se marchó.
—Perdón, no quería molestar… Adiós.
—Espera, no molestas en absoluto. ¿Te apetece una taza de té?
—No, gracias… Veo que están ocupados. Sólo quería saber cómo estabas, pero ya veo que muy bien.
—Pero si sólo se estaba cambiando…
—Gracias por lo de anoche, Paula. Llámame si necesitas algo.
Pedro se sintió culpable de haberle hecho salir a toda prisa. Tenía que haberlo dejado claro antes de que la granjera le reprochase su conducta. Pero no podía negar que ella era su chica. Había estado a punto de besarla… Y esta noche sería él el que la acompañaría a casa.
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