jueves, 9 de marzo de 2023

Refugio: Capítulo 8

Cuando bajó al piso de abajo, se lo encontró con unos vaqueros de diseño, acariciando a los perros.


—Yo tendría cuidado con Lunita, no le gustan los hombres.


—¿A Lunita?


—Su nombre es Luna. Desde que murió el tío Tomás, ha mordido a todos los hombres que han pasado por esta casa, excepto a tu abuelo, Pedro. Vayamos al establo. ¿Es la primera vez que vas a ordeñar una vaca?


—Pues sí —repuso el joven sin más comentarios.


—Ya aprenderás. No sé cuánto tiempo va a durar este apagón.


—Podrías llamar a la compañía eléctrica… —sugirió Pedro.


Se le había olvidado por completo. ¡Estaba tan distraída con la presencia de su huésped! Paula se dirigió al pequeño salón para hacer la llamada.


—Esta vez no —se trata de un breve corte de luz provocado por el roble de mi propiedad, sino de un fallo del suministro dentro de un área mucho más grande.


—Ese árbol muerto debe ser enorme para dejar a Dorset colgado durante unos minutos…


Ambos rieron.


—¡Vayamos a transformarte en un auténtico hombre de campo! — comentó la joven irónicamente, tomando su abrigo y su gorro. Le había provocado lo suficiente como para que se picara… 


Paula pudo vengarse de Pedro antes de lo que pensaba. Si el joven la había empapado tirándole bolas de nieve, una vez en el establo, Daisy le propinó un buen topetazo en las costillas. La vaca se había dado cuenta de lo inexperto que era su ordeñador porque, sin  duda, le había hecho daño.


—¿No puedes atarlas a todas?


—No es necesario. Como les doy también de comer, cada una se colocará en su propio lugar para esperar pacientemente a ser ordeñada.


—¿Puedo hacerlo por tí? —preguntó Pedro, comprobando que se trataba de una actividad mucho menos conflictiva que la anterior.


—Por supuesto —dijo la granjera mientras quitaba la paja sucia de debajo de cada animal.


—Necesito que vayas a casa y calientes agua para lavarles las ubres.


El joven tomó un cubo y la linterna y se dispuso a cumplir las órdenes de Paula. Cuando salió del establo, tuvo que enfrentarse a la gélida ventisca que se intentaba colarse. Ella sonrió al verle salir. Iba a ser una noche de mucho trabajo si no volvía pronto la luz. Y no podía contar con la eficacia de su ayudante. Volvió el hombre con el cubo lleno y humeante. La granjera tomó un paño de franela y se puso a lavar las mamas de las vacas. A continuación, comenzó a ordeñarlas, una a una, con cuidado porque se trataba de una actividad delicada. Habitualmente, utilizaba el sistema automático que había adquirido el tío Tomás en 1949, pero hoy se iba a quedar colocado en su sitio.


No hay comentarios:

Publicar un comentario