martes, 14 de marzo de 2023

Refugio: Capítulo 10

Pero ahora el problema era el bebedero que estaba prácticamente vacío… Paula suspiró cansada.


—¿Qué pasa? —preguntó Pedro.


—El bebedero está vacío y el agua se bombea eléctricamente desde el manantial. No estamos conectados a la red de agua corriente. Si las vacas no bebieran esa agua tan pura y cristalina, su leche no sería tan buena. De hecho, estoy vendiendo la producción a una compañía especializada en yogurt y cuajada, por lo tanto, la calidad lo es todo para la granja.


—¿Qué puedo hacer?


—Hay que ir a buscar el agua a ese manantial —dijo Paula, mostrando el regato con la lámpara de petróleo. Para llenar el pilón, serán necesarios entre cincuenta y cien cubos de agua.


—Pero eso es una locura… Espero que vuelva pronto la luz.


Cuando la granjera terminó de ordeñar, almacenó la leche en el tanque refrigerador esperando que se produjera el milagro y funcionase antes del día siguiente. A continuación se puso a ayudar a Pedro con los cubos, trabajando duramente. Ambos acabaron su tarea sobre las diez de la noche…


Las manos de Paula estaban sangrando por las grietas que habían cicatrizado anteriormente. Si no hubiera estado acompañada, se habría puesto a llorar amargamente. El caso es que su huésped estaba igualmente al borde de las lágrimas.


—Mañana, cuando te levantes, tendrás agujetas —le advirtió la joven.


—¿Pero acaso hemos terminado las tareas de hoy? —preguntó irónicamente Pedro.


—Por lo pronto, vayamos a la cocina a ver si puedo preparar algo de cena.


—¿Hay algún restaurante chino por aquí? —sugirió el joven, con sentido del humor, a pesar del arduo trabajo que había compartido con la granjera.


—¡Excelente idea! Hagamos una incursión en la despensa. Creo que tengo algo de comida china precocinada… 


Pedro no recordaba haber estado tan cansado en su vida. Le dolían las manos de llevar cubos, la espalda y los hombros de hacer movimientos ajenos a su vida cotidiana. Y sobre todo, estaba hambriento.


—¿Te ayudo a hacer algo? —dijo él, intentando acelerar el proceso.


—No hace falta. Tenemos pan con queso, sopa de pollo para calentar y té. De momento, puedes lavarte las manos, pero utiliza el mínimo de agua, por favor. Bueno, toma, utiliza mi agua —ordenó Paula, pasándole su vaso.


La joven se lavó las manos en el fregadero. Pedro pudo ver que la pila y el jabón estaban manchados de sangre. Tras depositar parte de la comida sobre la mesa, el hombre tomó las manos libres al fin, de Paula. Ya no sangraban, pero la porquería se había incrustado en las grietas y la piel estaba áspera y entumecida.


—Paula, tus manos tienen muy mal aspecto.


—Si te da asco, puedes servirte tú mismo la cena…


—No te enfades, no es eso. ¿Tienes alguna crema para las manos?


—Tengo hambre.


—¿Tienes alguna crema? —repitió el huésped una vez más.


—Me la pondré después de cenar. La sopa y el té se van a enfriar.


Ambos tomaron grandes cantidades de pan con queso. La sopa también fue recibida con gran satisfacción. Sobre todo, por parte de la joven, que se puso ración doble…


—Paula, ¿Cómo puedes comer tanto, con lo pequeñita que eres?


—No he parado para comer al mediodía. Mira, toma un poco de bizcocho de frutas, lo ha hecho tu abuela.


El propio Pedro estaba extrañado de lo mucho que estaba devorando. Cuando dieron fin a la cena, la joven dejó los platos en el fregadero.


—Déjame ver esas manos —ordenó el hombre.


Paula tomó una crema para manos que estaba junto al fregadero.


—Aquí hay una.


—Necesitas una antiséptica.


—¿Cómo? 

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