El granjero no había hecho nunca nada realmente especial para ella. No como Pedro. Paula se quedó mirándolo mientras hacía una pausa con la horquilla y el heno fresco. El joven estaba recogiendo los restos del tejado que se había desplomado. Sus hombros eran más fuertes de lo que había advertido a primera vista y estaba en forma. Se había dado cuenta cuando aterrizó sobre ella… Se acordó del beso y le pareció demasiado breve. Se descubrió a sí misma lanzando un pequeño lamento. «¿Por qué me complicaré la vida? Si Pedro tiene razón, ya tengo bastante con aguantar a Agustín, no quiero meterme en líos de hombres» pensó indignada la granjera. En ese momento, el huésped llamó a Paula.
—Pau, ven a ver qué te parece esto —dijo Pedro, haciéndole señas para que se acercara a ese rincón del establo, lleno de trastos viejos.
—¿Qué pasa?
—Mira lo que he encontrado bajo una lona. Es un motor.
—¿Para qué sirve?
—Debe ser para bombear la leche de la ordeñadora automática. Necesito una correa —dijo Pedro limpiando el objeto metálico con la manga de su jersey.
—¿No te sirve la de mi cinturón? —bromeó Paula enseñando su cintura y ambos rieron al unísono—. ¿Crees que podría utilizarse para la ordeñadora automática?
El joven descubrió una correa medio escondida tras un montón de telas de araña. La descolgó de la pared, la limpió y la colocó en el aparato. ¡Tenía las dimensiones adecuadas!
—Parece como si se tratara de una pieza de repuesto que nunca llegó a ser utilizada —murmuró el huésped.
—¿Podrías hacerlo funcionar?
—Voy a ponerle gasolina y a intentarlo. ¿Dónde puedo encontrar combustible?
—En el cobertizo del tractor.
—Por cierto, ¿Qué le pasa al tractor…? A lo mejor puedo arreglarlo también.
Paula se sonrojó y dijo:
—Se me olvidó ponerle anticongelante y reventó…
—Ah, ya comprendo —comentó irónicamente Sam.
Sus palabras molestaron a la joven, pero como parecía que iba a poder poner en marcha la ordeñadora, se calló juiciosamente y fue en busca de gasolina. Encontró dos bidones y se los llevó a Pedro, que de nuevo le pidió agua para encender el motor. La joven trajo un cubo de agua y rellenaron el compartimento en cuestión. Cuando el huésped tiró del motor para encenderlo, se quedó con el pequeño mango en la mano.
—Empezamos bien —comentó Paula, irónicamente.
Pedro suspiró y no dijo nada.
—¿Tendrá el tractor una pieza como ésta? —preguntó Pedro.
—¿Tú crees que se podría adaptar al nuevo motor?
—Voy a intentarlo. ¿Dónde está el tractor? Ah… Y necesito herramientas.
—Las podrás encontrar en el taller del tío Tomás.
El huésped trató de que funcionara el invento varias veces. Como su idea parecía no funcionar, Paula se retiró discretamente a la casa.
—Si quieres algo, estaré en la cocina.
Una vez allí, empezó a preparar la comida. Hizo pudding de arroz, huevos escalfados y puso leche a reposar para separar la nata. Le pareció una buena idea hacer cuajada. Pero no tenía la receta y pensó telefonear a Luisa, para que se la diera. Marcó el número.
—¿Luisa?
—Hola, Paula. ¿Te está ayudando Pedro? —preguntó la anciana animadamente.
—Sí, mucho. Gracias por enviármelo.
La abuela del joven rió pícaramente.
—Le viene muy bien hacer ejercicio porque se pasa el día sentado.
—Pues, en estos momentos, está tratando de arreglar un motor. Luisa, tengo un problema. El tanque refrigerador está hasta los topes de leche. Quiero hacer cuajada, pero no tengo la receta.
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