martes, 28 de marzo de 2023

Refugio: Capítulo 26

 —Todavía no lo sabemos, pero está hablando. Sus padres están allí; probablemente le gustará unirse a ellos.


Paula vió que la madre de Agustín estaba llorando preocupada, aunque su hijo la estaba consolando.


—No me pasa nada, madre. Lo único que me duele es este brazo — indicó el hombre mientras los bomberos intentaban rescatarlo del tractor abollado.


Cuando vió a Paula, Agustín sonrió valientemente y le rogó que se ocupara de su madre.


—No voy a separarme de mi hijo —decía la Señora Stockdale con firmeza—. Ya sé que no puedo hacer nada, pero no me quiero mover de aquí.


Su marido observaba sin palabras cómo los bomberos enderezaban el tractor, lo que tardó en producirse varios minutos. El médico ya había llegado y, en cuanto Agustín estuvo de pie, le diagnosticaron una rotura de brazo. Se lo llevaron en una ambulancia junto a su madre mientras que el padre les seguía en su coche. Un bombero le preguntó a la granjera qué podían hacer con el tractor.


—Si funciona todavía, lo puedo estacionar en el patio.


—¿Tiene usted carnet de conducir? —le preguntó el hombre, mirándola con desconfianza.


Paula lo ignoró y se subió al vehículo maltrecho. El motor arrancó a la primera pero luego, la conductora tuvo dificultad para estacionarlo al lado del establo. Dejó las llaves en el buzón de correos de los Stockdales. No es que desconfiara de nadie, pero nunca se sabe… Volvió a casa cuando era ya medianoche. Fue consciente de repente de que iba a volver a necesitar ayuda para transportar el agua.  Si no se restablecía el fluido eléctrico, tendría que cargar con los cubos de agua ella sola.


—Hola.


Paula levantó la vista. Estaba ordeñando a Betsy con el motor de Pedro. Era él, que venía vestido con traje y corbata, y tenía un aspecto realmente atractivo. La granjera fue consciente de la pinta que debía tener ella, con el cabello desordenado y las manos agrietadas y tan sucias como sus mejillas. La joven se levantó y fue hacia él, que permanecía en la puerta del establo iluminado por la débil luz del amanecer.


—Hola. ¿Te has vestido para ir a la oficina?


—Sí, efectivamente. Vuelvo a la ciudad. Venía a despedirme de tí…


La joven tenía que haberle dicho adiós y seguir con su tarea. No tenía tiempo que perder…


—¿Nos tomamos una taza de té? —sugirió él.


—Si tienes tiempo… —le sonrió Paula.


Cuando entraron en la cocina, los perros les hicieron auténticas fiestas. Sobre todo a Pedro. Verdaderamente, se trataba de una persona especial. De pronto, sonó el teléfono y Paula habló con la Señora Stockdale. Su hijo, que ya estaba en casa, tenía un brazo roto y se lo habían escayolado. Le dió las gracias por haberse ocupado del tractor.


—Dele recuerdos de mi parte y dígale que se reponga pronto. Adiós —dijo la granjera deseando que sus palabras de amistad no fuesen malinterpretadas por Agustín.


Paula volvió a la cocina y le comentó a Pedro:


—Era la madre de Agustín para decir que ya ha salido del hospital.


—¿Del hospital?


—Sí. Resulta que su tractor se salió del camino y volcó. Se ha roto un brazo.


—¿Quién va a ocuparse del agua? Paula, sabes que tú sola no puedes con todo. 

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