jueves, 2 de marzo de 2023

Desafío: Epílogo

 —Hola, cariño —sonrió Pedro, tomando a su hija en brazos. 


Sofía Alfonso había nacido sólo una hora antes. Pesó casi cuatro kilos y medía cincuenta centímetros. La preciosa niña tenía los ojos color whisky de su madre y su mismo pelo rojo.


—Es tan pequeñita…


—No dirías eso si la hubieras parido tú —intentó reír Paula—. Aunque volvería a hacerlo de nuevo.


—Creo que soy el hombre más afortunado del mundo.


—Yo también, especialmente ahora que la casa está terminada.


El edificio, de dos plantas y cinco dormitorios, estaba amueblado y listo para recibir a la familia Alfonso.


—Y lo primero que voy a hacer es llevar a mi novia en brazos —sonrió Pedro, inclinándose para besarla—. Te quiero tanto… Más de lo que nunca podría haber imaginado.


Antes de que pudieran seguir besándose, los padres de Paula entraron en la habitación.


—¿Podemos ver a nuestra nieta?


—Claro —contestó Pedro, sacando pecho—. Mira qué grande es, Alejandra.


Mientras a los abuelos se les caía la baba con Sofía, él pensó en su familia, en su hija, en sus hermanos. Un año atrás estaba solo. Pero no lo estaría nunca más.


Luis cabalgaba por Mustang Valley con una sonrisa en los labios. Pensaba en Francisco Ramírez, el hombre que abandonó a sus hijos sin saber lo que dejaba atrás.


—Te has perdido tantas cosas —murmuró—. Pero tengo que darte las gracias. Tu familia es ahora mi familia.


Cuando volvió a casa, los Ramírez y los Alfonso estaban reunidos, celebrando la llegada de Sofía.


—¿Esto qué es, una fiesta?


—Hemos puesto flores en casa de Pedro. Ah, y hemos llenado la nevera —le contó Rosa—. Como pasaron una luna de miel tan mala…


—Eres una romántica.


—¿Y ahora te das cuenta?


—Me doy cuenta de muchas cosas —rió Luis—. Especialmente cuando se refieren a tí.


—Vaya, Luis Barrett. ¿Te me vas a poner seductor después de tantos años?


Entonces, sin previo aviso, Luis la estrechó en sus brazos.


—¡Luis!


—Quiero decirte cuánto me importas. Y quiero darte las gracias por formar parte de mi vida durante todos estos años.


—Ha sido un placer —sonrió Rosa.


—No, el placer es todo mío —dijo Luis entonces, tomándola por la cintura—. Mira a los chicos…


—Son felices, ¿Verdad?


—¿Sabes una cosa? Cuando venía para acá le he dado las gracias a Francisco Ramírez. Si él no hubiera desaparecido, yo no habría tenido hijos.


Había sido una bendición. Lo tenía todo, pensó. Todo lo que un hombre podría necesitar estaba allí, en el valle de los caballos salvajes. Con su familia.






FIN

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