martes, 2 de agosto de 2022

Paternidad Inesperada: Capítulo 17

 –Olvídate de la apuesta y llévame a la cama –le pidió.


Y él dejó de besarla. Paula lo miró a los ojos castaños y esperó a que tomase el control e hiciese lo que tenía que hacer. Alargó una mano y le tocó los labios.


–Eso es exactamente lo que tenía pensado hacer –respondió él. 


Pedro tomó su mano y la llevó al interior. Atravesó el salón, donde Paula había dejado el bolso, encima del sofá de cuero oscuro y donde él se había deshecho de la pajarita también. Vió a través de una puerta abierta un cuenco lleno de fruta, el único rastro de vida en una cocina reluciente y estéril. En el pasillo a oscuras distinguió algunas fotografías, una de su madre con el pelo suelto, en la proa de un yate, que la hizo sentirse incómoda, desleal. Él debió de notarlo porque se giró y la miró a los ojos. Tomó su barbilla y la besó con deseo. Después atravesó una puerta que daba a un dormitorio. Su dormitorio. La moqueta color ocre estaba cubierta por alfombras y varios muebles, y estaba iluminada solo por el resplandor de las dos lamparitas que flanqueaban la cama. Ella entró en la habitación. Ya estaba hecho. Allí era donde la iban a seducir. Miró a su alrededor con el corazón acelerado y Pedro tendió una mano hacia ella.


–Llevo toda la noche admirando tu vestido –comentó, pasando un dedo por el escote–. Y preguntándome cómo estarías sin él…


Rozó la parte alta de sus pechos con el dedo y ella tembló y cerró los ojos. Después la agarró por las caderas y le dió un beso. «Bésame y no pares», pensó Paula, encantada con la sensación, preguntándose cómo había podido negarse durante tanto tiempo semejante placer. Apoyó las manos en su pecho y sintió el vello en las palmas, acarició sus musculosos pectorales y lo oyó gemir de placer. Con manos temblorosas, le desabrochó la camisa y se la abrió para descubrir un pecho bronceado cubierto por una fina capa de pelo que bajaba en forma de flecha hasta perderse debajo del pantalón. Le sacó la camisa de los pantalones y clavó la vista un instante en el bulto de la bragueta. Había visto muchos cuerpos de hombre, hombres físicamente perfectos, bañados de sudor, completamente depilados, pero ninguno tan masculino como el de Pedro. Se mordió el labio inferior, lo miró a los ojos y sonrió con malicia.


–¿En qué estás pensando? –le susurró él, guiándola hasta la cama y colocándola encima de él. 


Ella se levantó la falda hasta la cintura y se sentó a horcajadas.


–En tí –le respondió, balanceándose con suavidad, hacia delante y hacia atrás.


Su erección aumentó con el contacto. La tela de las braguitas de Paula era muy fina y la sensación le resultó casi insoportable. Volvió a moverse encima de él. Era maravilloso. Pedro alargó las manos para tocarla, pero Paula se lo impidió.


–No te muevas –le dijo.


Cerró los ojos y volvió a frotarse. Estaba a punto de llegar al orgasmo.


–Por favor, no te muevas.


Y él no se movió, pero su erección creció.


–Eres una chica muy, muy mala.


Paula lo miró… Y volvió a moverse.


–¿Quieres que me quede aquí parado, entre tus piernas, y que no te toque mientras llegas sola al clímax? ¿Es eso lo que quieres?


Ella echó la cabeza hacia atrás y se frotó con más fuerza. Notó que Pedro la agarraba de los brazos.


–Vas a pagar por esto, Paula.


–¡Sí, sí! –gritó ella, moviéndose con más intensidad.


En el silencio de la noche podía oír el ruido que hacía la tela de su vestido, podía sentir la suavidad de las sábanas en los pies. Y oír cómo sus pieles se rozaban, y la respiración de Pedro, y su pasión.


–Venga, Paula, venga.


Y entonces explotó. Luego se dejó caer sobre su pecho, con el corazón acelerado. Él le acarició la espalda, el pelo, y un segundo después la hizo girarse.


–Me alegro de haberte ayudado. Ahora, si no te importa…


Buscó la cremallera del vestido y se lo desabrochó muy despacio. Luego se echó hacia delante y la besó en los labios antes de tirar hacia abajo para quitárselo. Ella se quedó tumbada, aturdida después del orgasmo, solo con la ropa interior. Sintiéndose bien, maravillosamente.


–Eres todavía más preciosa de lo que imaginaba –susurró Pedro, desabrochándose los pantalones y quitándoselos.


Ella volvió a arder de deseo al verlo desnudo. Alargó las manos para tocarlo, pero él le agarró las muñecas y se las bajó.


–No, no. Ahora me toca a mí. 

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