jueves, 28 de julio de 2022

Paternidad Inesperada: Capítulo 16

 –¿Qué te parecen las vistas? –le preguntó él–. Espectaculares, ¿Verdad? No me canso nunca de esta ciudad. Ni siquiera Roma me gusta tanto. Y eso que llevo a Roma en mi sangre.


Puso el brazo alrededor de sus hombros mientras miraban hacia el río, donde se cruzaban dos barcos con música.


–Si te soy sincera, es la primera vez que veo la ciudad desde las alturas. Es un Londres muy distinto al que yo conozco, aunque en realidad no estemos tan lejos. ¿Ves esos autobuses de ahí? Yo suelo montar en ellos mientras que tú estás aquí. ¿Tienes uno de esos?


Señaló un helicóptero que sobrevolaba el tejado de un edificio cercano.


–En estos momentos, no. ¿Cuál es tu mundo? ¿Se ve desde aquí? –le preguntó, volviendo a agarrarla por la cintura.


–Allí está Croydon, donde crecí. Antes de que mi madre se marchase y yo me quedase interna en el British Ballet.


Hizo una pausa, esperando a que Pedro le hiciese alguna pregunta más. Casi todo el mundo sentía curiosidad por saber por qué su madre se había marchado a trescientos kilómetros de allí y se había olvidado de su hija. Ella tampoco lo entendía muy bien, pero no la culpaba. Al principio la intención había sido buena, pero todo se había estropeado aproximadamente un año después. Había ido a verla y la había llamado por teléfono y Paula se había esforzado en no llorar porque no había querido dejar la compañía para marcharse a Cornwall y, allí, verse eclipsada por Gustavo y por los gemelos que estaban a punto de nacer. Los gemelos que ya tenían dieciséis años, ya eran casi adultos, y por los que seguía sin sentir nada. No sabía si era porque no se parecían a ella, eran rubios como su madre, y de constitución robusta, como Gustavo, mientras que ella era morena y menuda… Clavó la vista en el cielo, en el interminable horizonte. En alguna parte tendría familiares que se parecerían a ella. Tíos, tías, primos, hermanos y hermanas. Personas con sus mismos rasgos, que pensaban como ella, tal vez, algún bailarín… Era su sueño favorito. Bailar en un escenario extranjero con su padre entre el público. Entonces él la llamaba y ella lo veía y le gritaba: «¡Padre!» Sintió que le ardían los ojos, Pedro se acercó más y ella se puso tensa. Por un momento, volvió a sentirse perdida en aquel oscuro escenario, buscando aquel rostro.


–Supongo que fuiste una niña con mucho talento –comentó él.


Notó que le ponía la mano en la nuca y le gustó sentir sus dedos calientes y fuertes. No intentó apartarse. Esa noche estaban aflorando emociones que había mantenido enterradas durante mucho tiempo. Tal vez fuese por el champán, o por las suaves caricias de él. Se giró entre sus brazos. Se dieron otro beso suave. Pedro se apretó contra ella.


–Más o menos –le respondió, suspirando, agradeciendo que la sacase de los recuerdos.


–Estoy deseando verte bailar –le susurró él.


Empezó a besarla en el cuello y ella echó la cabeza hacia atrás, suspiró y se relajó contra su cuerpo. Él siguió subiendo hasta su oreja e hizo que se estremeciera de placer.


–Pedro, por favor… –gimió.


–Te gusta, ¿Verdad? –murmuró él–. Una de tus zonas erógenas. Y nos quedan otras por descubrir, antes del amanecer.


Volvió a besarla, le mordisqueó y le chupó la piel. Paula estaba cansada de contenerse, cansada de sentir sed de vivir, de privarse de la diversión y el placer. Había trabajado mucho para llegar adonde estaba y se sentía agotada. Había vivido siempre respetando sus propias reglas: Entrenamiento y abstinencia, con demasiado miedo para parar. Así que se merecía aquella noche. La necesitaba. Notó cómo se le erguían los pechos debajo del vestido y sintió un deseo casi insoportable. Se apretó más a Pedro y arqueó las caderas contra él. Pedro siguió besándola apasionadamente y ella le correspondió mientras pensaba en deshacerse del vestido rojo para poder notar sus manos en el cuerpo. Quería sentirse como sabía que él la iba a hacer sentir.


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