–Ya he desayunado. Y, además, esto es mucho más divertido.
Paula hizo una mueca y miró a su alrededor. Seguía teniendo hambre. Se sirvió más yogur.
–La última vez también fue así –comentó Pedro.
–¿La última vez?
–En el restaurante italiano. No me digas que ya te has olvidado de nuestra primera cita. Fue una noche increíble…
Ella dió un sorbo al vaso de agua y se echó hacia atrás en silencio. Recordó lo bien que se lo habían pasado, la intimidad que habían compartido, y al mirar a Pedro, al que tenía sentado enfrente, tuvo la sensación de que estaba pensando en lo mismo.
–¿Cómo piensas que pudo ocurrir? –le preguntó este–. Tomamos precauciones.
–No todas las veces. Hubo una… En mitad de la noche… Cuando ambos estábamos medio dormidos…
Él arqueó las cejas.
–Sí, hubo algo que nos despertó –comentó Pedro en tono divertido.
Ella bajó la mirada al plato.
–Venga, Paula. No te hagas la tímida ahora. Aquella noche tuvimos algo especial. Y yo tengo la sensación de que podríamos tener una relación.
Ella recordó aquella noche, las horas anteriores al amanecer, el calor de su cuerpo, el placer del suyo propio al derretirse entre sus brazos. Aquellas horas durante las cuales había perdido la cabeza por completo. Había sido como si su vida se hubiese detenido al entrar en su casa, como si hubiese tenido la sensación de que podía tener otra vida distinta a la suya. Y, en esos momentos, estando allí con él, se dio cuenta de lo sencillo que podría ser volver a caer en la misma trampa, pero aquello era demasiado importante. Tenía que mantener la cordura. Pedro tenía que entender que aquello era real, para los dos.
–Pedro, no –le dijo, sacudiendo la cabeza–. No se trata de nosotros.
Se echó a reír al oírse a sí misma.
–No sé que estoy diciendo. No hay nada entre nosotros. Solo hay un bebé sin familia y yo necesito saber qué vamos a hacer al respecto.
Lo miró fijamente buscando en su rostro una expresión que la dejase tranquila, que le transmitiese que no iba a salir corriendo.
–Tienes mucha prisa por zanjar este tema, ¿Verdad? El bebé todavía no ha nacido, ¿No te parece que nos estamos precipitando?
–Anoche dijiste que ibas a aceptar tus responsabilidades –le respondió ella–, pero ¿Qué significa eso exactamente? Yo tengo una carrera. No puedo actuar estando embarazada, así que voy a tener que trabajar dando clases y, después, cuando vuelva a estar en forma, volveré a bailar. No obstante, no puedo criar al niño sola.
–Tú has tenido más tiempo que yo para pensar en todo eso, Paula. Ni siquiera sé qué es lo que quieres. Tú vives en Londres, yo, entre Roma y Londres. Los dos viajamos mucho. ¿Cómo vamos a hacer que funcione?
–Puede funcionar. Yo quiero volver a bailar lo antes posible, así que no puedo estar sola con el bebé, supongo que tú querrás contratar a una niñera, ¿No?
Pedro frunció el ceño.
–¿Para cuándo exactamente?
–Para unas semanas después de que nazca, digo yo.
–¿Para unas semanas después de que nazca? –repitió él.
–No pienso justificarme, ni delante de tí ni de nadie más.
Él se echó hacia atrás en la silla, mostrando así su sorpresa. Unió los dedos de ambas manos y, al hacerlo, flexionó los brazos y Paula se fijó en sus músculos, por los que había pasado los labios, que la habían abrazado. Brazos en los que descansaría su bebé en tan solo unos meses. Podía imaginárselo con todo lujo de detalles. Estaba segura de que Pedro iba a cuidar y a querer al bebé. Iba a ser un padre de verdad. Y aquello la aterró, porque ella no estaba segura de poder ser una madre de verdad. Se le aceleró el corazón en el pecho. Su niñez había sido un desastre. Casi no tenía relación con su madre, no sentía nada por sus hermanastros. Nunca había querido tener hijos, pero iba a tener uno.
–Paula, todavía no es necesario que tomemos esa decisión. Todavía tenemos que hacernos a la idea. Al menos yo necesito algo más de tiempo.
Levantó el teléfono.
–Todavía me están preguntando por qué desaparecí anoche de repente. Tengo que dirigir un banco, no trabajo de nueve a cinco y tengo muchas cosas en la cabeza. No quiero tomar ninguna decisión ahora mismo, Paula, antes necesito reflexionar.
Mientras hablaba vibró su teléfono. Él lo miró, suspiró y clavó la vista en el horizonte mientras sacudía la cabeza, como si no pudiese creer lo que le estaba ocurriendo. Detrás de él el mar y el cielo se fundían en una bruma azul. Lo único que se oía eran los ruidos que hacía el barco sobre las suaves olas. Paula lo miró y, por primera vez, se dio cuenta de que parecía agotado. Se había pasado toda la noche a su lado, en un sillón, y a pesar de que se había afeitado y se había duchado, se notaba que estaba muy cansado. Había estado leyendo acerca del embarazo y de las náuseas matutinas, le había llevado el desayuno a la cama y eso era, tal vez, una de las cosas más bonitas que habían hecho por ella jamás. Porque no permitía nunca que nadie hiciese nada por ella. Pedro la miró.
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