Su influencia sería crucial en las negociaciones. Sin embargo, todo había pasado a un segundo plano en esos momentos. Era evidente que Paula estaba embarazada. Con un poco de suerte, los medios no se enterarían hasta después del nacimiento del bebé, pero si no la tenía, sacarían la noticia del embarazo y eso dificultaría las negociaciones con Augusto Arturo. Tenía muchas cosas en la cabeza y estaba muy estresado. Se preguntó qué estaría tramando Carlos en St. Tropez mientras él estaba allí, con Paula. Y eso bastaba para volverlo loco. Salió del agua y se sentó en el bordillo, notando el calor de los rayos de sol en los hombros. Enfrente de él, una de las mujeres en toples se incorporó y se bajó las gafas de sol para mirarlo. A su derecha, un camarero llevó un vaso de agua a ella, que se lo agradeció con una encantadora sonrisa. Él volvió a mirar su vientre y pensó que su hijo estaba allí. Aquello se sumaba a todo lo demás. Y todo estaba ocurriendo al mismo tiempo. Tenía dos opciones: Hundirse o nadar. Tenía que gestionar aquello como si fuese la sinfonía de su vida. Tenía que salvar el banco, mantener a Carlos controlado, y encontrar la mejor solución posible para su futuro bebé, pero lo más importante era esto último. No podía defraudar a su hijo.
–Eh, ven. Te voy a enseñar a sentirte cómoda en el agua –le dijo a Paula, acercándose a ella.
Paula levantó a vista y vió al hombre que no podía sacarse de la cabeza. Era todo lo que cualquier mujer habría querido. Vió las gotas de agua correr por su fuerte cuerpo y sintió celos de ellas. Lo deseaba. Lo deseaba tanto como la primera vez. Estaba celosa de esas otras mujeres, sí, y era probable que lo estuviera de cualquier otra que se acercase a él, pero en esos momentos era suyo e iba a aprovecharlo.
–No sé nadar –admitió, mirándolo.
–¿No te ha enseñado nadie? No importa, ven.
Alargó la mano para tomar la de ella y la ayudó a ponerse en pie. Se acercaron juntos al borde de la piscina y entraron en ella.
–Ven aquí, bailarina. Inténtalo.
–No soy tan deportista como tú –le respondió ella–. Tú sabes nadar, navegar y jugar al rugby. Yo solo sé bailar.
–Porque solo has intentado bailar –la corrigió Pedro, y tenía razón–. En la vida hay mucho más que la danza. Ven, confía en mí.
Se puso a su lado y le tendió la mano mientras seguían avanzando por el agua.
–Métete hasta que te llegue el agua a la cintura.
Caminaron juntos por la piscina vacía. Ella se echó a reír. Por suerte, los niños se habían retirado y solo quedaba una pareja tomando el sol en las tumbonas.
–Sigue hasta que te llegue al pecho. ¿Todo bien?
El agua la refrescó y la mano de Pedro la agarraba con fuerza y seguridad.
–Sí.
–Ahora, vamos a andar en círculos, para que te acostumbres a la sensación. Muy bien. Agárrate al bordillo y mueve las piernas.
Ella se aferró al bordillo y se estiró, golpeando el agua con las piernas.
–Me estás salpicando –rió Pedro–, pero no pasa nada.
Ella se giró y vió que tenía todo el rostro mojado.
–¡Lo siento! –le dijo, soltando el bordillo y girándose hacia él.
Pedro la agarró y la sujetó contra su pecho. Sus cuerpos se tocaron y, entonces, ocurrió. Se miraron a los ojos. Paula vió cómo él separaba los labios para darle un beso. Lo abrazó por el cuello y se acercó a besarlo ella también. Tenía los labios mojados y se besaron apasionadamente, pero solo un par de segundos. Ella se sintió como si acabase de marcarla, como si él hubiese querido dejar constancia de que era suya. Pensó que estaba volviendo a caer en la tentación, pero no pudo luchar contra ella, no quiso hacerlo. Separó los labios, pero no dijo nada.
–Deberíamos ir a otra parte –le susurró él, abrazándola con fuerza.
Paula tenía el cuerpo caliente por el sol y mojado al mismo tiempo, se aferró a él para no volver al agua y Pedro la tomó en brazos y salió así con ella de la piscina.
–No sé por qué tengo esta necesidad de tenerte entre mis brazos. Te prometo que es la primera vez que me ocurre en la vida.
Ella se sentía tan bien así que no le importó que los estuvieran mirando, pero cuando vió que Pedro no se detenía en las tumbonas, le preguntó:
–¿Adónde vamos?
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