–Bueno, hace unas semanas ninguna de las dos habríamos imaginado que estaríamos aquí, pero aquí estamos.
–Ana, quiero que sepas que yo no pretendía que ocurriese esto. Espero que no pienses…
–No, no lo pienso. Así que no sigas por ahí. Te conozco desde que eras una adolescente. Desde que el banco empezó a patrocinar a la compañía y yo empecé a ir a ver cómo bailaban y se esforzaban hasta el límite. Sé lo que la danza significa para tí.
Ana tomó su mano.
–Lo sé, Paula –añadió en voz baja–. Sé que tu madre se marchó. Y no pretendo entrometerme, pero todo el mundo necesita una madre y yo seré la tuya, siempre y cuando tú quieras.
Paula sintió que le ardía la garganta y le picaban los ojos. Apretó los labios y asintió.
–Gracias.
–Es un placer. Solo te pido que quieras a mis nietos y a mi hijo. No pienses que no te van a necesitar, porque te van a necesitar. Y nosotros tampoco te dejaremos a tí porque ahora somos tu familia.
Paula la miró fijamente. ¿Cómo sabía Ana todo aquello? ¿Cómo sabía que su mayor miedo en la vida era que la abandonaran? ¿Cómo podía decir todas aquellas palabras que ella no se atrevía ni a pensar? ¿Qué iba a hacer si todo salía mal? En tan solo diez días había pasado de estar aterrada con la idea de tener que criar a un hijo sola a estar aterrada con la idea de que Pedro se diese cuenta de que podía hacerlo todo sin ella.
–También sé –volvió a decir Ana, dando un sorbo a su té sin apartar la mirada de ella–, que si las cosas hubiesen sido distintas, el bebé, la fusión con Arturo, tal vez ahora no estaríamos aquí, pero Pedro te aprecia mucho, de eso estoy segura. Y lo que van a hacer hoy me demuestra que tú también lo aprecias a él.
Paula la miró, desesperada por contarle lo mucho que Pedro significaba para ella, cómo la hacía sentirse, cómo la comprendía, mejor que nadie en el mundo, cómo conseguía que se sintiese segura y fuerte a la hora de criar a su hija.
–Será un buen padre –comentó–. Haría cualquier cosa por el bebé.
–Exacto –le dijo Ana, sonriendo–. Eso mismo pienso yo también.
Se tomaron el té en silencio y después Ana volvió a hablar.
–La familia es muy importante para nosotros. Tu hija, mi nieta, crecerá en el seno de una familia que se quiere. Y tú formas parte de esa familia, Paula.
Luego dejó el plato y la taza en la bandeja, dejó la bandeja en el suelo y la abrazó con fuerza. Y Paula sintió algo en lo más profundo de su corazón y le devolvió el abrazo, sellando una promesa y sabiendo que el arco iris había vuelto a salir en su vida.
–Ahora, vamos a ponerte todavía más guapa, si es que eso es posible.
La sede de Calvaneo Capital’s en Londres estaba en el décimo piso de uno de los edificios más altos del barrio financiero de Canary Wharf. El ascensor se movía deprisa y ya estaba lleno de personas vestidas de azul marino y gris, el uniforme de la elite financiera. Eran las ocho de la mañana. Tres horas antes de que Pedro hiciese sus votos matrimoniales en Roma. No tenía ganas de que nadie lo hiciese esperar. Bajó en el piso decimoquinto y se dirigió a la recepción. Destacaba del resto, como siempre, porque llevaba el pelo ligeramente largo, era más alto y más corpulento, pero aquel día no era su imagen lo que lo hacía distinto a los demás. La rosa blanca que llevaba en el ojal del traje de etiqueta hizo que todo el mundo arquease las cejas y sonriese al verlo pasar. Había llamado por teléfono antes de ir, había dejado un mensaje, así que no le sorprendió ver a Carlos avanzando hacia él por el pasillo. No obstante, se le aceleró el corazón y cerró los puños instintivamente.
–Pedro. Qué detalle por tu parte, venir a verme.
Él miró a Carlos, que, aunque tenía arrugas, se conservaba bien. Tenía el pelo cano repeinado hacia atrás y la chaqueta abrochada sobre un vientre que ya no era plano, sino redondo. Salvo por aquello, estaba igual que siempre.
–No he venido a charlar, Carlos. Como puedes ver, me voy a casar hoy mismo, así que no me puedo entretener.
Echó a andar y atravesó la puerta por la que lo había visto salir. Su nombre estaba escrito con letras doradas en el cristal, lo que le confirmó que era el despacho del Director General. Entró en él y miró a su alrededor. Era una habitación amplia, dispuesta para recibir y para hacer negocios, con muebles caros, objetos bonitos y fotografías de ricos y famosos, clientes y amigos, enmarcadas en plata.
No hay comentarios:
Publicar un comentario