martes, 30 de agosto de 2022

Mi Destino Eres Tú: Capítulo 4

Paula no apartó los ojos de la figura de Pedro Alfonso mientras se alejaba. Alto, de anchos hombros, con un cabello oscuro cuidadosamente cortado y ligeramente alborotado por la brisa, sin duda tendría que ser el sueño de cualquier mujer. Y el color de sus ojos al sonreír pasaba de un gris pizarra a un verde profundo, como el mar iluminado por el sol. Era un placer contemplarlo y ella lo había estado observando desde que había llegado con retraso a la recepción. También notó la calidez con que Gustavo lo había saludado. Sin embargo, aunque su cuerpo se encontraba allí, su espíritu vagaba por otros lados.


—Pau... —llamó una voz infantil. Nicolás, el hijo de tres años de su prima, se escurrió entre ella y la mesa redonda llevándose parte del mantel—. Escóndeme.


—¿De qué?


—De Juana. Dice que tengo que irme a la cama.


—¿Lo has pasado bien?


—Sí —murmuró con un bostezo.


Al ver que estaba medio dormido, Paula lo acomodó en sus rodillas con la esperanza de ver a Juana, el ama de llaves de Daniela.


—Verás, hiciste un buen trabajo en la ceremonia al cuidar de los anillos. Estoy muy orgullosa de tí.


El niño se acurrucó contra su cuerpo.


—Y no se me cayeron.


—No —contestó mientras lo abrazaba, pensando que desde la llegada de su hermanito, Nicolás había dejado de ser el centro de atención y entonces se había acercado más a ella.


Pedro subió por una rampa baja hasta llegar a una acogedora sala, suavemente iluminada por una sola lámpara. A la izquierda había un tablero de dibujo y un ordenador; en suma, un pequeño estudio junto a una ventana con vistas al jardín que cubría toda la pared. ¿Paula Chaves era artista? Sin embargo, ni en el tablero ni en las paredes adornadas con unos tejidos artesanales había nada que pudiera darle una pista. Aunque había algo desconcertante en la distribución de los muebles, pero en ese momento carecía de agudeza mental para descubrir de qué se trataba. Después de todo, estaba bajo los efectos del desfase horario tras el vuelo intercontinental y con el agobio de un exceso de desaprobación familiar durante el funeral.  No cabía duda de que mezclar whisky con la única copa de champán que había bebido en honor a la memoria de su tío no era lo más sensato, pero no sería la primera vez que hacía una tontería. A su derecha había un gran sofá orientado hacia el jardín y flanqueado por dos mesas, una llena de libros y la otra con los mandos de un pequeño televisor y un equipo de música. Resistió la tentación de acomodarse en el sofá con los ojos cerrados en ese ambiente tan acogedor. Así que vertió una pequeña cantidad de whisky en cada vaso y fue a la cocina en busca de agua mineral, que añadió a las bebidas antes de salir al jardín. De inmediato, percibió lo que debería haber notado desde el principio si no hubiera estado tan ensimismado en sus propios problemas. La rampa, en lugar de una escalera, debió haberlo alertado. La razón por la que Paula Chaves no bailaba no tenía nada que ver con el cansancio de sus obligaciones como madrina de la novia. La razón era que estaba sujeta a una silla de ruedas. Y el mantel que se había corrido de la mesa, había ocultado las ruedas de la vista de cualquier observador. Vaciló un instante, muy confundido al recordar que le había preguntado si bailaba claque. También había disfrutado del sentido del humor de la mujer, que indicaba una carencia total de autocompasión. Paula alzó la vista y lo sorprendió observándola. Entonces se limitó a hacer un pequeño gesto con la boca, como reconociendo la verdad de su condición.


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