martes, 23 de agosto de 2022

Paternidad Inesperada: Capítulo 42

Ella sacudió la cabeza con incredulidad.


–Sé que te estoy pidiendo que confíes en mí…


–No sé qué decir. Voy a necesitar tiempo para pensarlo.


–No tenemos tiempo.


–Pero ¿Cómo iba a funcionar? No es que vaya a decirte que sí, pero…


Él apoyó una rodilla en el suelo y alargó los brazos.


–Lo tengo todo pensado. Es perfecto. Podríamos casarnos en un par de días. Sería una boda íntima. Filtraríamos una fotografía y después nos marcharíamos de luna de miel. Luego iríamos a casa de Arturo y tú lo conquistarías, despejarías todas sus dudas.


–Pero… Casarnos… Es demasiado. No son cosas que puedan fingirse. ¿Qué pasaría después? ¿Volveríamos a Londres y tú volverías al trabajo? No podríamos continuar guardando el secreto.


–Eso ya no me preocupa. Haremos lo que tú quieras. Este es el momento más importante de mi vida profesional, necesito asegurar la continuidad del banco, por nuestro hijo y también para los que tenga él.


Aquello estaba yendo demasiado deprisa. Paula necesitaba reflexionar. No podía tomar una decisión equivocada. Sería la decisión más importante de su vida.


–Pero seguro que hay otras maneras de hacerlo y… Además, tal vez nuestro hijo no quiera ser banquero.


Él la miró como si estuviera completamente loca, como si estuviese hablándole en otro idioma, y ella se dió cuenta de que Pedro no entendía nada que no fuese su modo de vida. Y quería que ella viviese así también. Paula pensó en cuánto había luchado por seguir su propio camino y se negó a cambiar de rumbo.


–Pedro, tal vez… Tal vez deberíamos dejar esto en manos del destino. Tú llevas mucho tiempo esforzándote, pero…


–No puedo dejar esto en manos del destino. Tengo que intentarlo todo y… el embarazo… Pensé que era un desastre, pero ahora opino que tal vez sea lo mejor que nos ha podido pasar a los dos.


–¿Qué quieres decir? –le preguntó ella.


–Quiero decir que esta responsabilidad añadida ha hecho que persiga mi objetivo todavía más. Pensé que mi padre viviría otros treinta años. Sabía que algún día me tocaría tomar las riendas, eso siempre había estado ahí, pero lo veía muy, muy lejos. Incluso cuando falleció me costó aceptar que mi vida iba a ser esta, pero tú… El bebé. Sé cómo tiene que ser mi mundo. Tengo que hacer que esto funcione. ¿No lo ves?


Ella abrió la boca, pero Pedro sacudió la cabeza y se alejó. Allí, junto a la ventana del restaurante, Paula pensó que parecía muy solo. Se preguntó si podía alejarse de él. Ambos se necesitaban. Tal vez ella lo necesitase todavía más que él a ella, pero todo aquello le parecía demasiado. Intentó tomar una decisión, pero su corazón ya lo tenía claro. Aunque supiese que le iba a ser casi imposible no enamorarse de él porque ya era demasiado tarde…


–¿Qué es exactamente lo que necesitas que haga cuando vayamos a ver a Arturo?


Él se giró y, de repente, parecía invencible.


–Necesito que hagas como si me amases.


Ella sintió que se le encogía el corazón, notó que se le llenaban los ojos de lágrimas. Se mordió el labio inferior e intentó que no le temblase la barbilla. Bajó la mirada al suelo para no perder la compostura, furiosa con su propia debilidad. Él no pareció darse cuenta de nada. Se acercó.


–No tiene que ser verdad, Paula. No te estoy pidiendo que me lo des todo. Cuando viniste a verme querías que te asegurase que iba a apoyarte. Y ahora estoy preparado para darte mi palabra. Te daré mucho más de lo que querías.


–En mi vida solo he querido una cosa –le dijo ella–. Mi carrera. Y sigo queriéndola. No estás pensando en mis necesidades.


Pedro sacudió la cabeza y se puso justo delante de ella.


–Paula, puedes tenerlo todo. Todo. ¿No quieres casarte conmigo?


–No te he dicho que no, pero ¿Tiene que ser así? ¿Tenemos que casarnos para convencer a Arturo de que eres la persona adecuada para esa fusión? Muchas parejas tienen hijos y no viven juntas.


–Es un hombre muy religioso, no concibe que se pueda criar a un hijo fuera del matrimonio.


–Pero sería mentira… ¿No es eso peor?


–¿Darle a tu hijo estabilidad sería peor? Firmaríamos un contrato prenupcial. Tú tendrías una casa, un coche y una pensión. Y en cuanto yo hubiese firmado la fusión, decidiríamos qué hacer después.


Su voz era fría, profesional. No había en ella ni rastro de amor, amabilidad o cariño. Su corazón le pertenecía al banco, nada más.  Ella pensó que el dinero no lo compraba todo, no podía comprar el amor. Y en esos momentos ella quería más. Quería el amor de Pedro. Quería amar y ser amada. Casarse con él, vivir con él, tener hijos con él. Bailar. Y, tal vez, solo tal vez, ser una buena madre… Quería saber lo que era sentirse amada. No por su sonrisa, por su pelo largo y moreno, ni por su cuerpo. Sino por lo que era. 

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