jueves, 11 de agosto de 2022

Paternidad Inesperada: Capítulo 32

El día de su dieciocho cumpleaños, su padre había regalado a Pedro la pluma estilográfica que en esos momentos tenía en la mano. La había utilizado por primera vez para firmar el contrato de alquiler del piso en el que iba a vivir cuando había empezado a estudiar en la universidad. Había sido un acto simbólico que, para él, había marcado la entrada en la edad adulta. Era una pluma muy bonita que solía utilizar para firmar contratos y documentos legales, pero no era lo que necesitaba en esos momentos. La tapó y la guardó. En esos momentos necesitaba algo mucho más normal. Algo sin huellas del pasado, que pudiese utilizar para escribir su futuro. Porque lo tenía allí delante, profundamente dormido, en la cama. Estiró las piernas e hizo girar los hombros. El sillón era cómodo para personas de menor estatura o para descansar unos minutos, pero no servía para que un ex jugador de rugby se pasase allí las próximas cinco horas. No obstante, no podía ir a otra parte con el lío que tenía en la cabeza. Llevaba varias horas sin dejar de hablar consigo mismo, desde que se había despedido de Augusto Arturo y su esposa y, al girarse, había visto a una mujer vestida de rojo en la ventana. Solo podía pensar en ella. Y eso tenía que pasar, cuanto antes. Abrió su cuaderno negro por una página nueva. Sacó un bolígrafo e hizo dos listas: La de las cosas que iba a desechar y las que iba adoptar. La bebida. Tenía que dejar de beber. No porque tuviese un problema con la bebida, sino porque le daba miedo tenerlo algún día. Había demostrado que tenía el tema controlado tomándose solo una cerveza los viernes, pero supadre también había parecido tenerlo todo bajo control y no había sido así. Y eso lo había matado. Miró el rostro de Paula, profundamente dormida. No quería que nada pudiese hacerle daño ni a ella ni al bebé. Lo siguiente sería el juego. Eso no le iba a costar ningún esfuerzo. No le importaba lo más mínimo no volver a poner un pie en un casino jamás, pero sí echaría de menos a los chicos. Necesitaba a sus amigos. Y, sobre todo, necesitaba sentir la fuerza física, la rivalidad. Lo que necesitaba en realidad era el rugby, todavía lo echaba de menos a diario, pero allí lo que importaba no era él, sino hacer lo correcto. Lo importante era el futuro, no el pasado.


Paula gimió en sueños y Pedro se sentó recto en el sillón. Estaba soñando, murmurando algo, y él se acercó para intentar entender lo que decía. Pensó que era preciosa. Jamás había sentido que tenía semejante responsabilidad en toda su vida. Tenía que protegerla, tenía que mirar por su salud y mantenerla a su lado a toda costa. Volvió a su lista, hizo otra columna y escribió en ella: Matrimonio. Miró la palabra fijamente. Sintió que acababa de envejecer diez años solo por haberla escrito. Era una palabra que reflejaba madurez, altruismo. Implicaba responsabilidad y expectativas. Aquellas letras eran al mismo tiempo un espejo y un mapa, que le obligaban a ver la ligereza con la que había vivido durante los últimos años, sin comprometerse con nadie. Pensó en Macarena, la expresión de horror de su mirada al verlo llegar a través del vapor del baño. Aquello le había hecho mucho daño, pero había llegado el momento de olvidarlo y pasar página. Hacía diez años de lo de Macarena. Paula era el presente. Y, a pesar de que no quisiera casarse, no supo si soportaría saber que estaban criando a su hijo a cientos de kilómetros de distancia, tal vez con otro hombre. Porque, si él no se casaba con ella, otro lo haría. La preciosa Paula. Se miró el reloj. Llevaba seis horas durmiendo. No tardaría en despertar. Añadió Casa a la segunda lista. La respuesta a esa palabra iba a depender mucho de la respuesta a la anterior. Iba a pedirle a Paula que se casase con él, si le decía que sí, ¿Dónde vivirían?, ¿En Londres? ¿Sería aquel el mejor lugar para criar al bambino? Si no le pedía que se casase con él, ¿Podrían vivir juntos? ¿Dónde? ¿Sería una solución mejor?

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