Unos segundos después la estaba besando en los labios para después bajar por el pecho. Paula arqueó la espalda, desesperada porque llegase a sus pechos.
–Por favor, Pedro… –gimió.
Él la miró con malicia y retrasó el momento.
–Vas a tener que aprender a ser paciente –le dijo antes de bajar para cubrir con la boca uno de sus pezones rosados.
–Sí… –dijo ella.
–Sí –repitió él.
Jugó con su pecho hasta que se hubo cansado de él y después pasó al otro. Cuando terminó la hizo bajar en la cama para colocarla mejor y le preguntó:
–¿Debo tener cuidado con tu rodilla? ¿Puedo hacerte daño?
Ella negó con la cabeza.
–Solo si me dejas caer con fuerza.
–No tenía pensado hacer eso. Se me ocurren cosas mucho mejores.
–¿Como qué? –le preguntó ella en un susurro.
–Todavía llevas demasiado ropa –le dijo él, bajando con los labios hasta el ombligo, apoyando las manos en su trasero y sujetándola como si se tratase de un objeto muy valioso.
–Soy feminista –le informó ella, agarrándolo por el cuello–. Lo que es bueno para tí, es bueno para mí.
–Y eres fuerte, ¿Verdad? –le dijo él–. No debería meterme contigo.
–Si quieres luego peleamos, pero antes vamos a divertirnos un poco más – le respondió Paula, tirando de sus calzoncillos para bajárselos.
Pero él la hizo rodar en la cama y la besó. Después, se quitó los calzoncillos y le quitó también a ella la ropa interior. Luego buscó un preservativo en el cajón de la mesita de noche. Ella se quedó mirando cómo se lo ponía.
–Separa las piernas –le pidió Pedro con voz ronca.
Paula clavó la mirada en el techo mientras él se colocaba encima y volvía a besarla justo antes de penetrarla.
Paula despertó en mitad de la noche, en una cama extraña, en una habitación que no era la suya, con el cuerpo en tensión. Estaba en la más completa oscuridad y en silencio, lo único que se oía era la respiración de Pedro a su lado. Pedro Alfonso, el Director General de Banca Casa di Alfonso, que tenía fama de mujeriego y que era al patrocinador del British Ballet. El último hombre de la tierra con el que debía haberse acostado. ¿Qué había hecho? ¿Cómo había podido terminar en su cama? Repasó mentalmente los acontecimientos de la noche anterior. Se dijo que había habido demasiada emoción, que había desenterrado demasiados recuerdos. Y que había bebido demasiado champán y vino. Ese había sido sin duda el problema. Intentó recordar cuántas copas se había tomado. ¿Dos? ¿Tres? ¿Era la resaca la culpable de que le doliese la cabeza? Porque aquello era peor que una resaca. No tenía sentido engañarse. Jamás debía haber accedido a pasar la noche allí. Tenía la sensación de haber entregado algo que jamás podría recuperar. Sabía que tenía fama de rara, pero si en ocasiones se apartaba del resto no era porque se sintiese superior, sino todo lo contrario… Se dijo que tenía que salir de allí cuanto antes. Pero entonces notó el peso del brazo de Pedro en la cintura. Quería salir de la cama, pero no se movió. Se quedó muy quieta. Se dijo que tenía que pensar antes de salir corriendo hacia la puerta. Despertar en la cama de un hombre no era lo peor que le podía pasar en la vida. Le ocurría a muchas personas. Pero su brazo pesaba tanto, lo tenía tan cerca. Aspiró su olor y después espiró lentamente. Qué noche. Había hecho muchas cosas por primera vez, como sentir y dar placer hasta quedarse profundamente dormida. Y Pedro, tal y como ella había imaginado, había sido un amante increíble. Y considerado. No tenía mucho con qué compararlo, pero sabía que había sido la primera vez que se había sentido así.
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