jueves, 11 de agosto de 2022

Paternidad Inesperada: Capítulo 30

Y Paula fue siguiendo sus instrucciones. Pedro la agarró con fuerza de los brazos y después de la cintura, y ella subió a la barca, que se movía ligeramente, pero se apoyó en el cuerpo de Pedro, que era duro como una roca y sintió, por un momento, una nueva ola de deseo. Él tomó un chaleco salvavidas y la ayudó a ponérselo. Sus dedos se movían con rapidez y su gesto era de concentración. Después desató la cuerda y se sentó, y tiró de ella para que se sentase a su lado. Encendió el motor y empezaron a avanzar entre otros barcos. De repente, tomó velocidad y empezó a saltar por encima de agua, Paula notó que esta le salpicaba los brazos y el rostro mientras el viento hacía ondear su pelo. Miró a Pedro, pero este tenía la mirada clavada al frente, en el horizonte.


–¿Adónde vamos exactamente? –le preguntó.


–Allí –respondió él, señalando el yate que acababa de aparecer delante de ellos–, donde nadie pueda molestarnos.


La lancha se detuvo junto a la otra embarcación y esperaron a que dejase de moverse para atarla a ella. Entonces aparecieron varios hombres de la nada para ayudar a Paula a subir a bordo.


–Ya puedo yo –rugió Pedro, y los hizo desaparecer–. ¿Paula?


Ella le dió las manos y Pedro la ayudó a subir. De pronto estaba casi amable. Pasaron de una cubierta a otra y se dirigieron a la proa del barco, donde las barandillas estaban cubiertas de pequeñas lucecitas y había preparada una mesa para dos.


–¿Es para nosotros? –preguntó ella.


Aparecieron varias camareras con jarrones con rosas blancas y bandejas de plata.


–Para tí –le dijo él, ofreciéndole una silla, como si no tuviese ninguna importancia–. Solo falta una cosa.


Tocó un botón y el techo se abrió para dejar ver el cielo. El alto mástil tenía en el extremo una pequeña bandera. A lo lejos se oía el ruido de la fiesta y la brisa caliente sacudía los banderines que adornaban la embarcación. Era el escenario más romántico que había visto Paula jamás. Ella se había preparado para una discusión, o incluso para que le ofrecieran un soborno, pero no para que Pedro la tratase con amabilidad y consideración, ni para que la ¿Cortejase? Tal vez fuese su manera de ablandarla. Ella se sentó muy recta y pensó que no se lo iba a poner fácil.


–Muy bien. Aquí estamos. Tenemos mucho de lo que hablar, pero yo sugeriría que fuésemos despacio –comentó él, sentándose enfrente de ella con su habitual gracia y encanto–. No quiero precipitarme ya que se trata del tema más importante que he gestionado en mi vida. Lo mejor será que nos tomemos un poco de tiempo para conocernos mejor, ya sabes, para que podamos confiar el uno en el otro. ¿Te parece bien?


Le sirvió agua en el vaso y clavó su mirada en él con gesto de paciencia, pero no era paciencia lo que Paula quería ver. Necesitaba seguridad. Necesitaba acción.


–Me parece bien siempre y cuando entiendas que no he venido a cenar y a bailar, sino solo para que hablemos de lo que vamos a hacer a partir de ahora.


–Está bien, si eso es lo que quieres. Yo lo único que digo es que las cosas hay que hacerlas bien y eso lleva su tiempo.


–¿Piensas que va a cambiar algo que dediquemos un rato a charlar de tonterías?


–Yo nunca hablo de tonterías con nadie, pero doy por hecho que querrás cenar y quedarte aquí, al menos, hasta mañana. Hay espacio más que suficiente y necesitas descansar, teniendo en cuenta…


–No me trates con condescendencia. He sobrevivido a este embarazo yo sola y puedo  seguir haciéndolo sin que me digan lo que debo hacer y lo que no. 

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