martes, 16 de agosto de 2022

Paternidad Inesperada: Capítulo 34

 -Ven aquí.


Paula salió del camarote. Hacía un día soleado y estaban en medio de la nada. Solo se veía el mar azul a su alrededor. Levantó la vista y vió a Pedro, que también se había duchado y cambiado de ropa. Llevaba una camiseta blanca y pantalones vaqueros claros. Ella bajó la mirada automáticamente a la cintura, no pudo evitarlo. Estaba apoyado sobre la barandilla y le hizo un gesto para que se acercase a la mesa en la que estaba puesto el desayuno.


–Estás preciosa –le dijo Pedro, tomando su mano y ayudándola a subir las escaleras que llevaban a la cubierta.


Y, por un instante, Paula se sintió preciosa. La ropa interior de seda y los vestidos de tirantes que se había probado la habían ayudado a olvidarse de las náuseas y, durante diez maravillosos minutos, se había sentido como una niña pequeña abriendo un regalo.


–¿Ha funcionado la tostada? ¿Tienes más hambre? –le preguntó él.


Ella subió el breve tramo de escaleras que llevaba hasta la siguiente cubierta y vió una mesa llena de fruta, yogur y pan. Sintió apetito. De hecho, estaba muerta de hambre, pero no iba a tomar nada hasta que no hablasen.


–¿Dónde estamos?


–Los barcos tienen la costumbre de moverse de sitio cuando no están anclados –le respondió Pedro sonriendo–. Necesitábamos un poco de intimidad, Paula. No quería que toda la Riviera hablase de mí. Aquí… Estamos solos. En estos momentos hay demasiadas cosas en juego para mí como para ponerlas en peligro.


Así que, tal y como ella había pensado, Pedro quería mantener aquello en secreto. No le gustó.


–Yo no me voy a esconder, Pedro. No puedes tenerme siete meses metida en un barco.


–No pretendo esconderte en ninguna parte, pero no podíamos quedarnos donde estábamos. Ya viste cómo estaba la prensa anoche. No quiero que nadie se meta en mi vida privada y estoy seguro de que tú tampoco.


–Mi vida privada es un libro abierto –le aseguró ella–. No tengo nada que ocultar.


–No se trata de ocultar nada, Paula –le respondió él con toda tranquilidad–, sino de poder estar juntos a solas. Esto es… Muy importante. Y tenemos que concentrarnos en ello.


–Es muy sencillo. Vamos a tener un bebé –le dijo ella.


Su tono era desesperado y, aunque lo odió, tuvo que reconocer que estaba desesperada. Pedro suspiró. Sonrió. Apoyó las manos en sus brazos y la hizo sentarse.


–Es cierto. Y vamos a comportarnos como adultos al respecto. ¿Qué prisa tienes? Tenemos tiempo de sobra para hablarlo todo. Y, en cuanto ambos estemos preparados, se lo contaremos a todo el mundo, pero no antes. No quiero que esto ensombrezca otros asuntos importantes. Eso es todo. No te pido tanto, ¿No?


–Supongo que no –admitió ella a regañadientes.


En realidad, no tenía tanta prisa, se dijo. Él parecía haber aceptado la noticia, no la había rechazado ni la había acusado de querer cazarlo. No había gritado ni había echado a correr. Se había quedado toda la noche junto a su cama y no había intentado seducirla. Suspiró y sintió que se le quitaba un peso de encima.


–Venga. Vamos a desayunar.


El melón y los bollitos de pan caliente eran demasiada tentación. Así que, nada más sentarse, se sirvió. Él asintió complacido, le sirvió un vaso de agua. No hizo nada más. Ella lo miró mientras ponía mantequilla en el pan y se lo metía en la boca. Él la estaba mirando también. Le pusieron delante un cuenco de frutas del bosque cubiertas de yogur. Paula empezó a comérselo inmediatamente. Él le dió un sorbo a su café.


–¿No vas a comer nada? –le preguntó ella. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario