–Yo no supe cuánto hasta que murió. Podía pasar semanas e incluso meses sin beber, pero cuando probaba el alcohol ya no podía parar. Era como si tuviese un demonio dentro, que le hacía beber hasta no poder más.
–Tu pobre madre… –fue lo único que pudo decir ella, pensando en la señora Alfonso de joven.
Él asintió al oír aquello.
–Mi madre no podía hacer nada cuando se ponía así. Mi padre intentó luchar contra aquello. Fue a una clínica de rehabilitación. Tres veces. Era un luchador, lo mismo que yo –comentó, mirándola un momento.
Ella no supo cómo reaccionar ni qué decir. No supo si lo que pretendía Pedro era tranquilizarla, o todo lo contrario.
–Pero el banco empezó a ir mal y empezó a perder clientes. Él al principio no sabía por qué, y aguantó durante meses…
El gesto de Pedro cambió, se entristeció. Bajó la cabeza. Era como si alguien le estuviese aplastando el corazón. Y ver a un hombre tan fuerte y viril así… Paula alargó la mano por encima de la mesa y tomó la suya. Él la miró con sorpresa.
–Tú no eres así –le dijo–. ¿Verdad?
–No, no soy así –le respondió él, apartando la mirada y mirándolo a los ojos–. Y no voy a arriesgarme a que me ocurra. Si yo me hundo, todo se hunde. Banca Casa di Alfonso tiene doscientos años y todavía estamos intentando recuperarnos del sabotaje que sufrió hace tantos años.
–Yo pensé que el banco iba muy bien. Tienen… Avión, barco y… ¿Quieres decir que no son… ricos?
A Paula no le gustó cómo sonaba aquello, pero había tenido que preguntarlo.
–Soy muy rico y pretendo seguir siéndolo –le dijo él–. Tengo responsabilidades. Además de este bebé, están mi madre y las personas que trabajan para mí. Hay una fusión encima de la mesa y no puedo permitir que nada la trunque.
–No lo dudo –le dijo ella–, pero ¿Qué podría ir mal? ¿Estás queriendo decir que el bebé podría estropear esa fusión?
–Ya has visto las fotografías que ha publicado la prensa recientemente. Fotografías en las que aparezco con otras mujeres, fotografías que son de hace diez años. Eso es porque hay alguien que quiere desacreditarme y manchar mi imagen. Si se enteran de tu embarazo, intentarán sacar más trapos sucios. Y Arturo es muy antiguo y no va a querer hacer negocios con alguien así.
–¿Y quién está detrás de eso?
Pedro sacudió la cabeza.
–Es una historia muy larga. Se llama Carlos Calvaneo. Era socio de mi padre.
Agarró la copa con fuerza y la miró fijamente.
–Voy a necesitar tu ayuda, Paula.
–¿Cómo voy a ayudarte yo?
–Tengo que gestionar la fusión con guantes de seda. Ya he tenido una primera reunión y va a haber otra próximamente. Si todo va bien, habrá más en los próximos meses.
Ella lo miró a los ojos e intentó leer su expresión.
–Arturo ya te ha visto conmigo –continuó Pedro–, y en cuanto se sepa que estás embarazada todo podría estropearse.
–No te sigo. ¿Podrías ser más claro?
–Necesito que Arturo me vea como a un hombre serio para que pueda confiar en mí. No puedo ser de los que dejan a una mujer embarazada y no hacen lo correcto. Le importa tanto su banco como a mí Casa di Alfonso. O más. Es el hijo que no ha tenido nunca.
El restaurante se había quedado completamente vacío. Solo quedaban ellos. Pedro siguió los movimientos del camarero con la mirada y después volvió a mirarla a ella.
–Quiero que piense que lo nuestro es algo más que una aventura. Quiero que piense que tenemos un compromiso, que vamos a formar una familia.
–¿Qué… Qué quieres decir?
–Que estamos completamente comprometidos el uno con el otro, quevamos a casarnos.
–¿Casarnos? –balbució ella.
–Sé que lo que te estoy pidiendo es demasiado porque casi no nos conocemos, pero estás esperando un hijo mío y de mí dependen muchas vidas. La fusión devolverá la estabilidad al banco y nadie tendrá que volver a preocuparse por el dinero.
Pedro se había puesto en pie y se estaba inclinando hacia ella.
–No se trata solo de mi futuro, sino también del futuro del niño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario