jueves, 4 de agosto de 2022

Paternidad Inesperada: Capítulo 23

Sacó el teléfono, miró la hora. Faltaban diez minutos para que se subiese el telón. Aquella noche todo dependía de él. Su madre había dado un paso atrás, pero él se alegraba de que fuese feliz trabajando para los niños de África. Nunca la había visto tan feliz desde la muerte de su padre. Cómo lo echaba él de menos. Demasiado. Se tocó la muñeca con la mano derecha, tocó el reloj de su padre, lo único que había sobrevivido al accidente. Jamás podrían demostrar que Carlos había provocado aquel accidente. Nadie lo acusaría de haber abierto la botella de whisky y habérselo hecho beber a su padre, pero era el único que había sabido de su alcoholismo, había estado a su lado mientras luchaba contra él. Y había sido la persona que había hecho que volviese a caer. Su padre y él habían discutido y después Carlos le había robado los clientes y había abierto su propio banco. El día del funeral, aquel terrible día, Carlos se había acercado a él con los brazos extendidos. Había querido enterrar el hacha de guerra, y Pedro había necesitado que lo reconfortasen. Carlos había sido el mejor amigo de su padre y parecía arrepentido, y él había deseado abrazarlo. Había estado a punto de hacerlo cuando había oído decir a su madre:


–Apártate de mi hijo. No lo toques. No sé cómo te has atrevido a venir aquí, no vuelvas a hacerlo…


Y entonces Pedro lo había entendido todo. Carlos no había estado enamorado de su madre, sino de su padre. Aquel era el motivo por el que su presencia había ensombrecido su vida durante años. Su padre, su héroe, su pilar. ¿Quién era el hombre al que acababan de enterrar? Polvo y cenizas y la verdad en la tumba con él. Y había sentido que toda su vida se convertía en polvo también. Entonces había levantado el puño y lo había golpeado. Su madre había gritado, al igual que otras mujeres. Y varios hombres se habían acercado a sujetarlo. Carlos había retrocedido con la mano en la mandíbula.


–¡Márchate de aquí! ¡Vete de nuestra casa o te mataré!


Recordó su propio grito. Recordó lo que le había dicho. Recordó las caras de los policías mientras le decían que no iban a denunciarlo por agresión, pero que tenía suerte. Y que no culpase a nadie de la muerte de su padre, que no se podía probar que el alcohol que habían descubierto en su sangre fuese responsabilidad de nadie más. Su madre se había derrumbado después de haber confesado sus secretos. Y él se había enterado de que la relación de su padre con Carlos había sido algo más que una amistad. Después había hecho aquel viaje de vuelta a St. Andrew’s, a ver a Macarena, a verla sonreír y sentir sus brazos. Pero no había podido perderse en ellos porque se la había encontrado desnuda con otro hombre. Se había sentido rodeado por la traición. Había sentido que nada era seguro. Que el amor no servía para nada.


–¿Pedro?


Oyó la voz de David.


–¿Sí?


–Tal vez deberías ir a ejercer de anfitrión.


Estaba allí. Entonces. Su padre había hecho lo que había hecho, no iba a regresar, pero después de muchos años de trabajo, él iba a conseguir que el banco volviese a despegar. Iba a conseguirlo. Y tal vez consiguiese sentir que la sombra de Carlos no lo acechaba más.


–Vamos –dijo.


Él atravesó el jardín. La gente se giró a mirarlo. Notó las miradas de interés de las mujeres y sus risas al pasar. Vió las escaleras de mármol blanco y las subió. Al llegar arriba vió a los jóvenes que habían ganado la Medaille d’Or aquella tarde. Bronceados y felices, dispuestos a pasarlo bien. Los saludó y siguió avanzando entre la multitud. Todo el mundo le sonreía. La marca del banco iba en alza. Era lo que su padre habría querido. Volver a jugar en primera división. Recibió las alabanzas con una sonrisa, pero sintió que no se las merecía. Hasta que no consiguiese los clientes de Arturo Finance, no se sentiría satisfecho. Atravesó la terraza y dejó su vaso vacío en una bandeja. Alargó la mano para saludar al hombre que se acababa de acercar a él, el alcalde de la ciudad, con su esposa. Presentó al alcalde al equipo ganador, se hicieron fotografías, y entraron en la residencia a recibir a más invitados. Una actriz y su novio, recién llegados de Cannes. 

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