Si no vivían juntos, el niño tendría que criarse en dos casas. Pedro tendría que pasar más tiempo en Londres, o ella tendría que viajar a Roma. Podría comprarle una casa allí, o hacer que se quedase en la suya, pero ¿Y su carrera de bailarina? ¿No tendría que viajar? ¿Y entonces? Sus padres habían vivido mucho tiempo separados, pero siempre habían seguido casados. ¿Por el bien de su padre? ¿Por el banco? Su madre lo había querido mucho, de eso estaba seguro. Había luchado por él, pero al final había ganado Carlos. Se mirase como se mirase, el matrimonio era una institución falsa, pero probablemente necesaria. Enterró la cabeza en las manos, tenía sueño. Quería tumbarse junto a Paula. La idea de volver a tenerla en su cama… Había intentado no pensar en ello, pero ¿A quién quería engañar? Se excitó solo de pensarlo. No podía sacárselo de la cabeza y todavía no había empezado con la fusión.
–¿Qué hora es?
Levantó la vista. Paula estaba apoyada en los codos, con el pelo sobre la cara, las mejillas sonrosadas y los ojos todavía caídos. Su aspecto era dulce y vulnerable. Pedro apartó la mirada.
–Alrededor de las seis. Toma –le dijo, ignorando el dolor que acababa de sentir al estirar las piernas–. Tostadas y té.
Ella lo miró y después bajó la vista a la bandeja que llevaba diez minutos encima de la cama.
–Gracias.
–Es para evitar las náuseas matutinas. He estado leyendo al respecto. Dicen que comer algo así a primera hora sienta el estómago.
–¿Has estado leyendo acerca de las náuseas matutinas?
–Y otras cosas.
–¿Y qué más has averiguado?
–Que tus pechos deben de estar más sensibles, y más grandes.
Ella lo fulminó con la mirada.
–Eso no es asunto tuyo –replicó, pero no se tapó con las sábanas.
Él tampoco apartó la mirada.
–Es solo un dato más –comentó Pedro–. Además, son muy bonitos.
De repente, la tensión sexual que había en el ambiente le resultó insoportable. Dudó. Lo único que deseaba era abrazarla y besarla. Quería recorrer sus curvas con las manos y lanzarse a otra aventura sexual. Había pasado semanas soñando con ella y la tenía allí delante. «Todavía no», le dijo una vocecilla en su interior. «Todavía no. Tómatelo con calma. Está vulnerable, y mira lo que ocurrió la última vez». En esos momentos Pedro necesitaba mucho más que el sexo. La necesitaba allí, a su lado, dispuesta a hablar de aquella familia, de la fusión, de su vida. Paula tomó la sábana y se tapó.
–Si no te importa…
Él se puso en pie.
–Por supuesto que no. Sube a desayunar a cubierta conmigo cuando estés lista. La ducha está ahí. David te ha traído ropa, elige lo que prefieras.
Tomó la libreta y el bolígrafo. Dió dos pasos y abrió la puerta.
–Cuando estés preparada, podremos hablar.
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