jueves, 30 de junio de 2022

Atracción: Capítulo 32

 –¿Quieres tomar algo antes de ir al aeropuerto?


–¿Qué te hace pensar que me voy ahora?


–He dado por sentado que querías irte a casa.


–Mi casa es un ático de tres mil metros cuadrados en el centro de Boise. Me viene bien este cambio. No tengo prisa.


–Puedes cenar conmigo si quieres. Voy a hacer perritos calientes.


–Perritos calientes.


–¿Los prefieres de otra manera? ¿Qué tal unos Dachshund? Estamos en un concurso canino. Tiene sentido tomar una comida temática.


–¿Y qué más hay en el menú?


Paula se rió con la mirada.


–Ensalada de repollo Saluki, alubias de sabueso y patatas fritas a la pekinesa. ¡Oh! Y galletitas Corgi de postre.


–¿En serio?


–Y también hay brownis de Boyero de Berna.


–Vaya lista de nombres así de repente –dijo Pedro.


–No está mal. Muy bien, si te digo la verdad.


–Me has convencido. Me quedo. Volveré a Boise después de cenar para poder desayunar con la abuela mañana.


Un pánico repentino se reflejó en la mirada de Paula durante un instante.


–Perfecto. Tú ganas. Yo gano –se mordió el labio inferior.


–Esos son mis juegos favoritos. 


Después de cenar, Paula se paró frente al fregadero de la caravana. Metió los platitos de papel y los cubiertos de plástico en la bolsa de la basura. Mantenía la sonrisa, pero la tensión hacía estragos en su interior. Le miró por encima del hombro.


–Ya casi he terminado –dijo.


Pedro estaba sentado en uno de los butacones de cuero, con las piernas cruzadas a la altura de los tobillos. La miraba fijamente.


–Ya habrías terminado si me hubieras dejado ayudarte –dijo él.


Paula metió las sartenes, ya secas, en el mueble de arriba.


–No me has dejado ayudarte en la cocina, pero... ¿Qué pasa con los perros?


–Tengo que sacarlos a pasear –miró el reloj del microondas.


Pedro se puso en pie.


–Voy contigo.


–¿Y qué pasa con tu vuelo?


–He venido en el jet de la abuela –dijo, dando un paso hacia ella–. No tengo hora de salida.


–Vaya –le enseñó el recipiente de plástico que contenía las galletitas sobrantes–. ¿Quieres más?


–Si como algo más, necesitaré una grúa para salir de aquí – Pedro se tocó el vientre–. Se me había olvidado lo ricos que están los perritos calientes.


–Debe de ser todo un cambio teniendo en cuenta la alta cocina a la que estás acostumbrado.


–Lo más sofisticado que como son costillas. En lo de la comida he salido a mi abuelo. Él siempre fue de carne con patatas. A la abuela no le hacía mucha gracia. Siempre le ha gustado experimentar en la cocina, igual que en el laboratorio. Cuando era niño terminábamos con dos cenas. Una de ellas la hacía nuestra cocinera, y era para mi abuelo, y la otra, más sofisticada, era para mi abuela.


–¿Y qué comías tú?


–Ambas. Probaba todo lo que la abuela cocinaba.


–Eso suena bien –Paula sintió una punzada de envidia–. Mis padres tenían varios trabajos, así que lo de comer juntos era imposible.


–Debió de ser duro.


Ella guardó silencio.


–¿Por qué no les invitas a casa de la abuela un día?


–Ya me lo dijo Betty, pero no tienen los mismos días libres. Les he mandado fotos. Mi padre quedó muy impresionado con los jardines. Su sueño siempre ha sido tener un césped que cortar.


Paula salió de la caravana y Pedro fue tras ella. El sol se estaba ocultando en el horizonte. Las farolas ya se habían encendido. Sus vidas eran tan distintas, demasiado distintas. Paula sabía que debía tenerlo presente en todo momento. 


Atracción: Capítulo 31

Paula se detuvo junto al recinto donde se iba a celebrar la competición de Best in Show. Los perros, incluyendo a Princesa, habían obtenido una buena clasificación, y Rocky había quedado primero de grupo. Además, todo el mundo hablaba de los productos de Betty.


–Pareces tan calmada –Pedro estaba a su lado–. No pareces nerviosa en absoluto.


Ella le miró. Tenía mariposas en el estómago. Se alegraba tanto de tenerle allí.


–Estoy emocionada más que nada –quería pellizcarse para asegurarse de que no fuera un sueño–. No importa cómo lo haga Rocky. Ya hemos ganado. La gente está muy interesada en los productos de Betty.


–Pero a tí tampoco te vendrá nada mal ganarte esa reputación.


–Ni a Rocky tampoco. Se está convirtiendo en un gran campeón. Pero nunca ha ganado el premio Best in Show.


–Hoy podría ser ese día.


Las palabras de Pedro, dichas con tanta sinceridad, le llegaron al corazón. Examinó a Rocky para ver si todo estaba en orden.


–Eso espero.


–Buena suerte.


Su mirada tierna la hizo sentir como si fueran las dos únicas personas en el mundo.


–Tampoco es que la necesites.


Pedro continuó mirándola. La ternura se convirtió en algo que se parecía al deseo. Paula entreabrió los labios, pero entonces se dió cuenta... No estaban solos. El presentador anunció que el concurso estaba a punto de empezar.


–Los vas a dejar K.O. Ya lo verás –le susurró Pedro al oído–. No tienen ni una oportunidad frente a Rocky.


Paula se puso en la cola con otros seis adiestradores y sus perros. Le miró por última vez y entró en el recinto. El espectáculo acababa de empezar. 


¡Best in Show!


Rocky había ganado. Pedro sintió una ola de orgullo. Esbozó una sonrisa complaciente. La multitud aplaudía. Grabó toda la ceremonia de entrega de premios. Rocky retozaba como si supiera que era el ganador, pero era la sonrisa de Paula y sus ojos llenos de alegría lo que más llamaba su atención. Un fotógrafo les hizo fotos oficiales junto al juez. Los adiestradores le estrecharon la mano. Paula hacía malabarismos con la cesta del premio, las flores y tres galardones de un metro de longitud. Pedro se mantuvo al margen, lejos de la entrada del recinto, y esperó. La gente le daba la enhorabuena. La pequeña Pilar y su madre le dieron un efusivo abrazo.Poco a poco todo el mundo se fue dispersando. Paula fue hacia él con los brazos extendidos, llenos de cosas.


–¡Best in Show!


–Enhorabuena –Pedro le dió un abrazo–. Lo has hecho muy bien.


Ella se sonrojó.


–Gracias, pero Rocky hizo todo el trabajo.


–Tenemos que celebrarlo. Hay muchos restaurantes buenos en Bend.


–Gracias, pero no quiero dejar a los perros solos en la caravana.


–Podemos buscar un sitio que tenga reparto a domicilio.


–Ya he comido mucho. Y nunca dejo el recinto una vez llego al lugar. Además, Betty querrá celebrarlo en cuanto lleguemos a casa. Ninguno de sus perros ha ganado nunca ese premio. Seguro que hace una fiesta.


–Muy típico de la abuela.


Pero Pedro no quería esperar. Quería que esa noche fuera especial para ella.


–Pero podemos celebrar un poco aquí.


–Creía que te ibas a casa esta noche. ¿No tienes que ir al aeropuerto?


–Tenía... Tengo. A menos que quieras que me quede.


–No pierdas todo el fin de semana aquí. Vete a casa. Así podrás desayunar con Betty y con tu hermana mañana.


Pedro lo hacía todos los domingos, pero prefería pasar ese con ella. Le quitó la cesta de las manos y también las flores.


–Las tengo.


–Gracias –una sonrisa le iluminó el rostro.


La gente estaba abandonando el lugar. Se encendían motores por todos lados. Los perros ladraban. Los cláxones pitaban. Paula metió a Rocky en su jaula bajo la sombra de un toldo y miró a los otros perros. 

Atracción: Capítulo 30

 –Nos vemos en la caravana. Allí tengo los productos y una encuesta para que nos des tu opinión.


–Luego voy –dijo el hombre–. Buena suerte.


Pedro encontró muy interesante el intercambio.


–Regalar muestras con una encuesta es un buen punto de partida, pero a lo mejor es un poco pronto para hacerlo, ya que no estás lista para fabricar los productos masivamente.


–No voy a fabricarlos a gran escala todavía. Pero podemos hacer algo menos ambicioso de momento.


–Te pareces a mi abuela hablando.


–Está impaciente.


–Mucho.


Paula ajustó la cadena alrededor del cuello de Rocky.


–Nos toca.


Un hombre delgado y alto, con una tupida barba y un traje de tres piezas, dijo su número en alto. Paula entró en el recinto con el perro. Otros tres adiestradores y sus perros, todos iguales a Rocky, entraron detrás de ella. El juez examinó a todos los canes. A Pedro le parecían todos iguales, pero no podía apartar la mirada de Paula. Corría por el recinto con Rocky y le hacía posar delante del juez. Avanzaron en diagonal y regresaron al punto de partida. El resto de adiestradores hizo lo mismo. El juez puntuó. Rocky ganó y recibió un galardón. Unos minutos más tarde, Paula y el perro regresaron al recinto y realizaron la misma rutina. Rocky recibió el premio Best of Breed. Ella recogió un galardón enorme.


–Betty se va a llevar una gran alegría –dijo, saliendo del recinto–. Tengo que meter a Rocky en su jaula para que pueda descansar antes de la siguiente prueba y entonces llamaré a...


–¿Qué?


–¿Te importaría sujetar a Rocky un momento?


Pedro no sabía qué estaba pasando, pero sujetó la correa del perrito.


Paula se alejó un poco y caminó hasta una niña que debía de tener unos siete u ocho años. Estaba sentada en una sillita plegable. Sujetaba la correa de un cachorro de setter irlandés con las dos manos y se secaba las lágrimas con el brazo.


–Hola, soy Paula –se agachó junto a la niña y puso la mano delante del hocico del perrito–. ¿Cómo te llamas?


–Pilar.


–Tienes un perro precioso. 


–Gracias –la niña tenía hipo.


Pedro no entendía qué estaba haciendo Paula, pero se acercó un poco para averiguarlo. El perro le olisqueó la mano.


–¿Cómo se llama tu cachorro?


–Prin... Princesa.


–¿Y Princesa va a salir hoy?


–No –Pilar suspiró–. Mi madre se ha torcido un tobillo, así que no puede salir con ella. Hubiera sido su primera vez.


Paula miró a su alrededor.


–¿Dónde está tu madre?


–Fue a buscar hielo para el tobillo.


–Cuando vuelva tu madre, ¿Por qué no le preguntamos si me deja salir con Princesa en su lugar?


Pilar dejó de llorar de inmediato.


–¿Eres adiestradora?


Paula acarició la perrita y la niña se le acercó.


–Sí. Y estaré encantada de salir con Princesa.


Una mujer de unos treinta y pocos, vestida de morado, fue hacia ellos. Llevaba una bolsa llena de hielo.


–¿Pilar?


La niña se levantó de la silla de un salto.


–Mamá, mamá, esta señora puede salir con Princesa. Es adiestradora.


Paula se puso en pie y le tendió la mano.


–Me llamo Paula Chaves. Su hija me dijo que se había torcido el tobillo. Estaré encantada de salir con Princesa.


–Oh, gracias –la mujer miró a Paula y después a su hija–. Se lo agradezco, pero no puedo permitirme pagarle a un adiestrador.


–No le cobro nada –dijo Paula sin titubear–. No quiero que Princesa se pierda su primera vez en la competición.


Pedro sintió una ternura repentina ante tanta generosidad. Pilar le tiró del brazo a su madre.


–Por favor, mamá. Por favor, por favor.


La mujer parecía asombrada.


–Eso sería estupendo. Muchas gracias.


Paula miró a Pedro.


–¿Te importa sujetar a Rocky para poder salir con Princesa?


–Encantado. Le meteré en su jaula.


–Muy bien. 


–Vamos, Rocky.


Si se daba prisa, podría verla salir de nuevo.


–No quiero perdérmelo –añadió.


De pronto se dió cuenta de que no había nada mejor que estar a su lado. No había lugar en el que hubiera preferido estar. 

Atracción: Capítulo 29

 –Hola.


–¿Qué estás haciendo aquí?


–Betty me dijo que parecías muy cansada por el teléfono anoche.


–¿Qué?


–La abuela me dijo que estabas agotada con tanta competición y promoción, y que necesitabas ayuda.


–Así que te mandó a rescatarme.


–A su servicio, milady –le hizo una reverencia de broma. 


–Gracias, pero no sé por qué te dijo eso. No estoy cansada. Las cosas van bien. He pasado muchas muestras de los productos y también muchas octavillas de publicidad. Hay interés. El ochenta porciento de las personas con las que he hablado se han llevado las muestras. Solo me quedan unas pocas.


–Entonces, ¿Por qué estoy aquí?


–Betty debía de tener alguna razón –dijo ella, arrugando la nariz.


–¿Te dijo algo mi abuela?


–Solo me dijo que no le gustaba saber que estaba aquí sola.


De repente las piezas del puzle encajaron.


–Mi abuela ha vuelto a las andadas.


–Me alegro. Durante unos minutos he pensado que no se fiaba de mí.


–No es eso.


–¿Entonces qué pasa?


–Se ha puesto a hacer de celestina.


–¿Celestina? –Paula arrugó el entrecejo–. ¿Con nosotros?


–Es lo único que tiene sentido.


–De verdad que no...


–¿Se te ocurre algo mejor?


–Yo... Bueno... La verdad es que no.


–La abuela siempre ha dejado muy claro que quiere biznietos, pero nunca pensé que se pondría a hacer de casamentera. Pero ha sido capaz de crear una línea de productos para niños, así que... ¿Quién sabe hasta dónde será capaz de llegar?


Rocky se alejó para oler a un pequeño terrier, pero Paula tiró de la correa.


–No creo que Betty esté jugando a hacer de celestina. Aquí no hay material de esposa trofeo para magnates precisamente.


Pedro la miró fijamente.


–No te subestimes. Me gusta lo que veo.


–No estoy hablando del aspecto físico. Imagíname en una fiesta con clientes. Piensa en mi pasado. No soy la clase de mujer que llevarías a casa para presentársela a tu madre.


–Mi abuela piensa que eres una persona increíble.


Paula se puso erguida. Una sonrisa de satisfacción iluminó su rostro.


–El sentimiento es mutuo. Pero tu abuela es una persona muy especial.


–Eso es cierto. Pero deberías saber que perteneces a una clase que está muy por encima de la de mi madre.


Paula le miró con ojos de confusión. 


-Betty me dijo que tu madre había muerto.


–Sí. Pero, si estuviera viva, nunca querría presentártela. Mi madre se casó con mi padre por su dinero. Y luego se fugó con su entrenador personal. Una vez se divorciaron, nunca volvimos a saber nada de ella.


–Qué cosa tan horrible.


Él se encogió de hombros.


–Incluso antes de que mi madre nos abandonara, mis abuelos fueron quienes nos criaron. Si no hubieran sido ellos, hubiera sido un ejército de canguros.


–Parece que estabas mucho mejor con tus abuelos.


Él asintió. La conversación estaba tomando un derrotero demasiado personal, no obstante. Nunca le había contado nada a nadie acerca de su madre, excepto a Leandro. Los perros siguieron ladrando. La gente se agolpaba a su alrededor. Empezaron a aplaudir en el recinto número siete.


–¿Cuándo te toca? –le preguntó él, cambiando de tema.


–Después de los terrier tibetanos.


–Rocky parece una bola de peluche.


–Ha hecho falta un buen rato para blanquearle, lavarle, darle volumen, peinarle y echarle laca.


Se les acercó un hombre trajeado con una corbata de rayas rojas.


–Paula, ¿No?


–Hola, Javier.


Pedro se acercó a ella. No sabía muy bien cuáles eran las intenciones del individuo. Javier sonrió.


–Buen trabajo lo de esta mañana con el elkhound. Pensaba que te iban a dar el premio Best of Breed.


–Gracias, pero Betty está encantada con el premio que nos han dado –dijo Paula–. Éste es el nieto de Betty, Pedro Alfonso.


-Javier Johnson.


El hombre le estrechó la mano y entonces miró a Paula.


–Un bichon frise muy bonito. ¿Qué productos usas con él?


–Son prototipos que Betty ha desarrollado usando ingredientes naturales y orgánicos. Los he usado con todos los perros. ¿Quieres muestras?


–Sí, por favor. 

martes, 28 de junio de 2022

Atracción: Capítulo 28

Después de que se hubiera marchado, Paula agarró el teléfono para llamarle en más de una ocasión, pero finalmente no apretó el botón de llamada. Esa misma tarde se puso a entrenar a Apolo. El perrito tenía que aprender a comportarse y a obedecer para poder encontrar un hogar.


–Siéntate.


El perro se sentaba.


–Quieto.


Caminó hasta estirar del todo la correa y activó el cronómetro del teléfono. Apolo permaneció en su sitio. Se preguntaba que estaría haciendo Pedro. No había podido sacárselo de la cabeza en toda la tarde. Apolo se puso en pie y echó a correr hacia ella con entusiasmo. Paula miró el reloj. Había aguantado cuarenta segundos, pero aún le faltaban quince más. Le dió una palmadita.


–Tendremos que intentarlo de nuevo.


De repente el teléfono vibró. Era un mensaje de texto, de Pedro: ¿Cómo está Simba?, decía. Paula sintió un calor repentino. A lo mejor tenía defectos, pero se preocupaba por el perro. Escribió una respuesta rápida: Bien. Ya tiene hambre de nuevo, tecleó. Esperó una respuesta. Y esperó. Y esperó. Pero no volvió a recibir nada de él, ni mensajes de texto, ni llamadas. Nada. El martes dio paso al miércoles. Paula hizo la maleta y preparó la caravana para el viaje al centro de Oregón. Intentaba no pensar en él, y no quería preguntarle a Betty. Llegó el jueves. Cargó el vehículo.


–Portense bien con Paula –dijo Betty, despidiéndose de todos los perros.


–Se portarán bien.


–Llámame cuando llegues –Betty le dió un abrazo.


Paula metió a los perros en sus jaulas.


–Lo haré.


–Siento que tengas que ir sola.


–Pedro es un hombre muy ocupado.


–Demasiado ocupado. Un día se va a despertar y se va a dar cuenta de que no tiene nada.


–Pedro lo resolverá todo cuando esté preparado. Ha pasado más tiempo contigo últimamente.


Betty guardó silencio un momento.


–Tampoco me gusta que tengas que ir sola. Las señoras mayores nos preocupamos.


–¿Y si te llamo cada vez que pare para sacar a los perros?


También te mantendré informada durante la exhibición. La expresión de Betty se hizo más relajada.


–Así me sentiré mucho mejor.


Si hubiera podido dejar de pensar en Pedro y en lo que estaba haciendo en ese momento, Paula también se hubiera sentido mucho mejor. ¿Qué estaba haciendo en Redmond, Oregón? Pedro miró a su alrededor. Había recintos acotados con verjas blancas y perros de todos los colores. Se suponía que ese sábado tenía que estar trabajando, pero la abuela le había dicho que Paula parecía exhausta por teléfono, y todavía le quedaban dos días más de competiciones y promoción de productos. Podría haberle dicho que no. Podría haber mandado a otra persona, pero quería verla. Sin embargo, por más que la buscaba con la vista, no conseguía encontrarla entre la gente. Había intentado llamarla y le había mandado mensajes de texto, pero no lograba dar con ella. Caminó a lo largo de los recintos cerrados. A su izquierda había vendedores de todo tipo que vendían desde trapos de cocina con dibujos caninos hasta masajes para perritos. En uno de los puestos había una cinta de correr para dueños que quizás no podían sacar a sus animales. La gente intercambiaba muestras de comida y golosinas.


Mientras miraba los productos a la venta, Pedro se dió cuenta de que la línea de productos de su abuela no tenía nada que hacer en un mercado tan saturado. Paula no estaba en ninguna parte. Dos perros enormes le ladraban a un grupo de epagneul papillón, pequeños, negros y blancos. De repente la vió. Estaba junto a la verja del recinto número seis, con un traje verde lima que mostraba sus curvas con gracia. Tenía un aspecto muy profesional, el mismo que había tenido en su despacho el lunes por la noche. Pero en ese momento parecía más segura de sí misma. A su lado había una mota de algodón de color blanco. Rocky debía de haber pasado por el baño esa mañana. Parecía una bola de nieve. Caminó hasta ella. El perrito le vio primero y comenzó a ladrar. Paula se volvió. Sonrió. Los ojos le brillaron. Pedro sintió que el corazón le golpeaba las costillas. No esperaba que se alegrara tanto de verle.


Atracción: Capítulo 27

¿Que había sido eso? Pedro abrió los ojos. La luz del sol llenaba la habitación. Tenía una masa de pelo negro y gris encima y una lengua enorme le lamía la mejilla. Se incorporó de golpe. Tenía la nariz y la boca de Simba delante de la cara.


–El mal aliento matutino es una cosa –Pedro se apartó–. Pero lo tuyo es tóxico.


El perro resopló. Parecía encantado.


–Por lo menos ya te has despertado y andas de aquí para allá. Ya debes de sentirte mejor.


Simba se le paró encima, clavándole las pezuñas en los muslos.


–¿Qué tal están los chicos esta mañana? –preguntó Paula.


El sonido de su voz era como los primeros rayos de sol que entraban por la ventana. Lo iluminaban todo. Estaba a los pies de la cama. Tenía el pelo alborotado, como si acabara de levantarse de la cama. Bostezó y estiró las manos por encima de la cabeza. Pedro no pudo evitar mirarle los pechos. Se le subían con el movimiento de los brazos.


–No me has despertado.


La estaba mirando demasiado.


–Estabas cansada –añadió, obligándose a mirarla a los ojos.


–Y tú también.


Había ido a verla en mitad de la noche. Parecía tan apacible mientras dormía, con una sonrisa en los labios. La había tapado con la manta que tenía a los pies y había vuelto junto a Simba.


–Yo no.


–Te quedaste despierto toda la noche.


–No toda la noche –Pedro no podía dejar de mirarle el top–. Cuando Simba se tranquilizó, me dormí.


Paula se acercó y tocó al perro. Le rozó el muslo sin querer.


–Parece que está mejor. Me lo llevo fuera.


–Ya le saqué a eso de las tres.


Ella entreabrió los labios. Eran unos labios carnosos, suaves, para ser besados. De no haber sido por el peso muerto que tenía sobre el regazo, hubiera intentado besarla.


–No te oí –dijo ella. 


–No hicimos mucho ruido –miró el reloj digital que estaba sobre la mesa de noche–. Solo son las cinco y media. Vuelve a la cama.


–Estás en mi cama.


La tensión sexual creció de repente. La cama era muy grande y confortable y le quedaban un par de horas antes de tener que ir a la oficina.


–Me echo a un lado. A Simba no le va a importar –se acercó al extremo más alejado de la cama.


Paula le observaba.


–El perro está de mi lado –le dijo, medio en broma para noasustarla.


Tocó el espacio vacío de la cama.


–Hay mucho sitio para ti ahora.


–Será mejor que tenga cuidado con quién invita a la cama, señor Alfonso.


–Es tu cama.


–Entonces deberías tener más cuidado todavía. No querrás revelar ningún secreto corporativo.


Él sonrió de oreja a oreja.


–¿Quién ha dicho que haya que hablar?


–Ya veo que estás lleno de sorpresas esta mañana.


–Es toda tuya –Pedro movió al perro y se levantó de la cama–. Tengo que irme.


–Muy bien –Paula se mordió el labio–. Gracias, de nuevo. Por todo.


Parecía tan confundida como él.


Pedro acarició al perro y se puso los zapatos.


–Tengo que hacer horas extra en Fair Face para poder asistir al concurso este fin de semana.


–No tienes por qué ir –las palabras salieron de su boca rápidamente–. Puedo ocuparme yo sola.


No quería que fuera.


–Lo sé, pero quiero ver qué tal funcionan los productos, y mi abuela quiere que vaya.


–Betty se preocupa demasiado cuando se trata de sus perros.


Pedro no sabía muy bien qué hacer. Pasar más tiempo a solas con Paula Chaves no era buena idea, pero tampoco podía olvidar los deseos de su abuela.


–No quiero decepcionar a la abuela.


–Betty lo va a entender –dijo Paula–. Dile que tienes una cita o algo así.


Parecía empeñada en no dejarle ir. A lo mejor no quería que viera lo que iba a hacer durante el concurso.


–Llámame si tienes alguna pregunta sobre el proyecto empresarial.


–Sí. Lo haré. Gracias por cuidar de Simba.


El perro saltó de la cama y le acarició la mano con el hocico.


–De nada –dijo Pedro.


–¿Ibas a salir? –se mordió el labio de nuevo.


–Sí.


Pedro agarró su chaqueta y se obligó a andar hacia la puerta de entrada.


–Que tengas buen día.


–Espera... Toma –le dió un cepillo.


–A tí te hace falta –le dijo él, riéndose. Era lo último que esperaba.


–Tengo más. Y dos en el coche. Siempre estoy preparada.


–Siempre preparada.


–No quiero que nada vuelva a pillarme desprevenida.


–Yo soy de la misma opinión.


Era hora de poner distancia entre ellos.


–Si no hablo contigo antes del fin de semana, buena suerte en el concurso.

Atracción: Capítulo 26

Tenía que vigilar a Simba. Miró por el espejo retrovisor.


–Ya estamos en casa, pequeño.


El perro no emitió sonido alguno. Debía de estar exhausto después de tantas pruebas y radiografías. Agarró el bolso, bajó del coche y cerró la puerta.


–¿Quieres que te eche una mano?


Pedro. Fue hacia ella. Su negra silueta se recortaba contra la luz del porche. Se había quitado la chaqueta y la corbata. Llevaba los dos últimos botones de la camisa desabrochados y se había remangado.


–Sigues aquí.


–No quería dejar sola a la abuela.


Por muy patético que resultara, Paula deseó haber sido la razón por la que se había quedado.


–Espero que no siga despierta.


–Se fue a la cama después de tu llamada.


–Deberías haberte ido a casa.


–No importa. Qué pena que el perro se haya dado un atracón de golosinas.


Paula asintió.


–Deberías haber visto las radiografías. Tenía la tripa completamente llena.


–Será la última vez que lo haga.


–Oh, no. Volvería a hacerlo si le dan la oportunidad –Paula abrió la puerta del transportín–. Los elkhounds comen hasta ponerse enfermos. Supe que pasaba algo cuando vi que no quería comerse su comida.


Simba salió del coche como si cada paso que diera le doliera.


–Pobre chico –Pedro lo recogió del suelo–. ¿Dónde quieres que lo ponga?


–En mi cama. Va a dormir conmigo esta noche.


–Sí que tienes suerte, chico.


Paula se puso roja.


–No te creas, sobre todo teniendo en cuenta la dieta que va a seguir para el concurso de este fin de semana.


Se suponía que él iba a acompañarla, pero no había mencionado nada al respecto. A lo mejor había cambiado de idea. Le siguió hasta el dormitorio. Había una sábana encima del edredón. Los perros pasaban mucho tiempo con ella en la casa y así no tenía que poner tanto la lavadora.


–Ya está, perrito con suerte –dijo él, poniéndole sobre la cama con cuidado.


–Gracias –Paula estiró la sábana y acarició a Simba–. Deberías irte. Ya es tarde.


Pedro la miró a los ojos.


–Estás exhausta.


–Ha sido un día muy largo. Me acostaré dentro de un rato –miró al perrito.


Simba ya se había acurrucado en su lado de la cama.


–Quiero asegurarme de que no empeore.


–Túmbate un rato. Yo lo vigilo.


–Gracias, pero ya es muy tarde. Tienes que levantarte pronto mañana.


–Soy el director. La abuela no va a quejarse si llego tarde.


–Este es mi trabajo.


Pedro le sujetó un mechón de pelo detrás de la oreja. Un temblor recorrió a Paula de arriba abajo. No quería reaccionar ante él, pero no podía evitarlo.


–Esta noche es el mío también.


–No soy responsabilidad tuya –le dijo Paula, levantando la barbilla.


–No, pero... ¿Qué tal si me dejan cuidar de ustedes durante un par de horas?


El corazón de Paula se aceleró.


–Cada vez me lo pones más difícil. Al final vas a terminar cayéndome bien.


–Hay muchos motivos por los que debería caerte bien.


Ese tono ligero y juguetón la hizo sonreír.


–A lo mejor, pero es difícil verlos cuando estás cubierto de pelos de perro.


–Tú también estás llena de pelo.


–Yo siempre lo estoy.


–Busca algo de ropa –Pedro se quitó los zapatos–. Ponte cómoda en el sofá.


–Ésta es mi habitación.


–Hoy no –se metió en la cama con Simba. El perro se acercó a él–. Hoy nos toca a los chicos.


–¿Siempre eres tan mandón?


–Sí. Duerme un poco. Estaremos bien. ¿No es así, Simba?


El perro le lamió la mano.


–¿Lo ves?


Paula se le quedó mirando. De repente sentía un hormigueo en el estómago.

Atracción: Capítulo 25

De repente se oyó un grito. No era humano. Era un perro. Pedro echó a correr. Paula. Los gemidos continuaron. Otros perros comenzaron a ladrar.  Sabía que era un perro herido, pero el corazón se le salía del pecho. Aceleró más, respirando con violencia. En la cabaña de huéspedes solo estaba encendida la luz del porche. Siguió adelante, en dirección a la perrera. La puerta estaba abierta. Las luces estaban encendidas. Entró corriendo. Los perros no paraban de ladrar, agitados. Pedro miró a su alrededor. Paula estaba sentada en el suelo, con las piernas extendidas y un estetoscopio alrededor del cuello. Llevaba una camisola de color marfil que se le ceñía sobre los pechos. Había puesto su chaqueta sobre el perro que tenía sobre el regazo. Era el mismo animal que le había llenado de pelos el traje el día anterior. ¿Cómo se llamaba? ¿Sam? Simba. Se agachó a su lado. La tocó en el hombro.


–¿Qué pasa?


–Simba –Paula acarició al perro–. Tiene gases y le duele.


El perro parecía estar muy mal. El resto de animales no dejaba de ladrar. Simba no se movía.


–¿Es serio? –preguntó Pedro.


–No lo sé. No sé muy bien qué le pasa. El personal solo utiliza los productos que hace Betty, así que no me preocupa que sea un envenenamiento por sustancias químicas. Pero si comió demasiado, puede que sea un empacho. Voy a llevar a Simba a la clínica donde trabajo. No me quiero arriesgar.


–Se lo diré a mi abuela.


Al sacar el móvil se dio cuenta de que aún tenía la mano sobre el hombro de Paula. La retiró rápidamente.


–Dile a Betty que no se preocupe. La puerta de la despensa estaba abierta. Puede que Simba haya entrado y se haya empachado con algo.


El perro gimió de dolor.


–Apuesto a que comiste algo que no debías. ¿Es eso lo que pasó, pequeño?


Pedro tocó al perro.


–Yo te llevo.


–Gracias, pero tengo un transportín en el asiento de atrás. Tengo que acercar un poco el coche para que Simba no sufra tanto.


–Yo me quedo con él mientras vas a por el coche. 


–Pero te va a llenar de pelo.


–Solo es pelo. Y tienes un cepillo muy bueno –esbozó una sonrisa cómplice.


Ella se puso en pie.


–Gracias. Vuelvo enseguida.


Paula estacionó delante de la perrera y dejó el motor encendido. Abrió la puerta trasera y echó a correr, pero al entrar en la perrera se paró en seco. Pedro estaba sentado en el suelo, con su traje de firma, con la cabecita de Simba apoyada sobre el regazo. Le acariciaba suavemente y susurraba cosas.


–¿Cómo está?


–No te sientes muy bien, ¿Verdad, chico?


–Gracias por sentarte con él. Ya puedo meterle en el transportín.


Pedro se puso en pie antes de que se lo pidiera. Recogió al perro del suelo con facilidad.


–Yo lo llevo.


Le metió en el transportín y Paula comprobó el cerrojo.


–Te agradezco tu ayuda. Dile a Betty que la llamaré en cuanto sepa algo.


–Voy a echarles un vistazo a los otros perros y después me quedaré con la abuela hasta que llames. Ella quiere ir contigo.


–Podría ser una noche muy larga.


–Eso pensé yo. Abrió la despensa para buscar unas golosinas para el perro esta tarde. Se siente muy mal por no haber cerrado bien.


–Dile que no se preocupe. Simba se pondrá bien.


–Si no...


–No entremos en eso ahora.


Sus miradas se encontraron, tal y como había ocurrido ese primer día. Pero no era momento de ponerse a analizar las cosas. Pedro le dió un beso en la mejilla.


–Suerte.


Paula resistió el impulso de devolvérselo. Era el hombre menos indicado para ello. Cuatro horas más tarde, entró en la cabaña de huéspedes. Le dolían todos los músculos a causa del cansancio. Los párpados se le cerraban, pero no iba a dormir mucho esa noche. 

jueves, 23 de junio de 2022

Atracción: Capítulo 24

 –Por favor, no creas que tienes que añadirme a la lista –le dijo ella al subir al ascensor.


–¿Qué lista?


–La lista de gente a la que tienes que cuidar.


Él abrió los ojos. Entreabrió los labios. Pareció quedarse en blanco.


–¿Qué quieres decir?


–Parece que tú eres el único que asume la responsabilidad de cuidar de tu abuela, de tu hermana, de la empresa y de los empleados. No quiero que vayas a pensar que yo también necesito que me cuiden.


–No he pensado eso. Pareces muy capaz de cuidar de tí misma.


Ella asintió.


–Pero yo sí que me pregunto una cosa... –le dijo.


–¿Qué?


–¿Quién te cuida a tí?


Los ojos de Pedro se oscurecieron.


–Yo me cuido a mí mismo. Y sé que Leandro se preocupa por mí.


–Tu amigo, el de la marina.


–Mi mejor amigo.


–Ojalá tuviera un amigo así.


–¿No lo tienes?


–No he tenido amigos desde que estaba en séptimo.


Lucila Parker había pasado seis meses viviendo en el camping de caravanas y esos habían sido los mejores seis meses de toda su infancia. Lo hacían todo juntas. Iban al colegio, tomaban el almuerzo en la cafetería, organizaban fiestas de pijamas...


–Su madre conoció a un tipo por Internet y se fueron a Cincinnati. No volví a saber nada de ella.


–¿Y qué te impidió buscar a una nueva amiga?


–Nadie quería ser amigo de una niña que vivía en un camping de caravanas.


–Pero ahora ya no vives en una caravana.


–No. Pero hacer amigos es distinto cuando eres adulto.


–Eso es cierto.


Sin embargo, algunas cosas no cambiaban. No había pasado años tratando de rehacer su vida para cometer el mismo error con Pedro Alfonso.


Tenía que ser más lista. Había aceptado cenar con él, pero las cosas no podían llegar más lejos. 


Después de cenar, Pedro salió al patio de la casa. Paula Chaves le intrigaba profundamente. No necesitaba hacer un doctorado para saber que ella no quería pasar ni un minuto más en su compañía. No había dicho ni una palabra durante el viaje a Park & Ride. Se había sentado en el otro extremo de la mesa, tan lejos de él como le había sido posible, y se había levantado sin tomar el postre. Ninguna otra mujer le había demostrado jamás un rechazo tan explícito. Una puerta se abrió a sus espaldas.


–Pensaba que ya te ibas a casa –le dijo la abuela.


Él también lo pensaba, pero algo le había hecho detenerse.


–Quería hablar con Paula antes de irme.


–Parecía preocupada durante la cena.


–Contarme lo que pasó no ha sido fácil para ella.


–Pero lo hizo.


–Fue muy abierta al respecto.


–¿Todavía crees que está tratando de robarme?


–La gente suele tener motivos ocultos para hacer las cosas. Es la naturaleza humana.


–Pau no me haría daño, ni a mí ni a nadie.


–A lo mejor llego a pensar lo mismo cuando la conozca mejor.


Ella, en cambio, sí le conocía muy bien a él. Le comprendía mejor que su familia, mejor que Antonella, mejor que cualquier otra persona de las que habían pasado por su vida, a excepción de Leandro. Pero eso le resultaba inquietante, alarmante...


–Seguro que sí –Betty le tocó el brazo–. Se está haciendo tarde. Ve a ver a Paula y después te vas a casa –esbozó su mejor sonrisa.


Pedro siguió el camino iluminado del patio. El cielo estaba lleno de estrellas. Una noche preciosa. A esas alturas ya hubiera estado de vuelta en su ático, trabajando, de no haber sido por Paula. Podía contemplar el cielo desde las ventanas de la planta veinte, pero prefería estar donde estaba en ese momento. 


Atracción: Capítulo 23

Paula miró al hombre que iba a su lado mientras caminaba por el vestíbulo de la sede de Fair Face. Sus pasos reverberaban en el suelo de mármol y decenas de preguntas sin respuesta daban vueltas en su cabeza. Con su flamante traje gris, Pedro Alfonso era el director perfecto, y se comportaba como tal. Sin embargo, debajo de esa fachada se escondía un hombre que soñaba con la aventura, un hombre que deseaba servir a su país, capaz de sacrificarlo todo por su familia. Se encontraron con un empleado cuyo turno terminaba muy tarde ese día. Pedro le saludó llamándole por su nombre. Era el tercero con el que se paraba.


–Todos nos quedamos impresionados con esos diseños para etiquetas, Antonio. Buen trabajo.


El empleado, un hombre mayor, canoso y con gafas de montura de metal, se marchó con una sonrisa en los labios.


–¿Conoces a toda la gente que trabaja aquí?


–No, pero todo el mundo lleva una plaquita. Eso me ayuda a recordar los nombres.


–Parece que los empleados agradecen tu esfuerzo.


–Trabajan duro –Pedro le abrió una de las puertas dobles de cristal–. Es lo menos que puedo hacer.


–Gracias.


Salieron al exterior. A las siete de la tarde el calor aún era asfixiante.


–Bienvenida al verano de Boise.


Un camión de comida de color verde fosforescente estaba estacionado junto a la acera. La gente hacía cola. El olor a ajo y a romero impregnaba el aire. A Paula se le hizo la boca agua. Miró el plato de tallarines con carne que servían por la ventanilla.


–¿Tienes hambre?


–Un poco –no había comido ese día–. Sea lo que sea lo que estén cocinando, huele bien.


–Sí.


De repente sonó una sirena. A Paula se le puso la carne de gallina a pesar del calor. Odiaba las sirenas. El sonido le recordaba muchas cosas, cosas que queríaolvidar. Cruzó los brazos y se obligó a seguir adelante. Tenía que olvidar, y quería que la gente también lo hiciera. Quería que la gente confiara en ella. Quería que Pedro confiara. «Deja de pensar en él». El sonido se perdió en la distancia. Tomando el aliento, bajó los brazos y señaló un cartel blanco que tenían delante.


–Aquí es donde tomo el autobús.


Pedro miró a la gente que esperaba. No había mucha.


–Déjame llevarte al estacionamiento de Park & Ride. Puedo seguirte hasta la casa de la abuela y después cenamos, si quieres.


Paula contuvo el aliento. Abrió la boca para decir algo, pero las palabras no le salieron. Lo intentó de nuevo.


–Gracias, pero no tienes por qué molestarte tanto.


–Yo también tengo que cenar –sacó el móvil–. Voy a ver si la abuela ha cenado ya.


Solo era una cena con Betty, no una cita con Pedro. Él le enseñó un mensaje de texto en la pantalla del teléfono.


–La señora Harrison le iba a calentar algo a la abuela, pero ella prefiere tomar una pizza. ¿Te apetece una pizza con pepperoni y una ensalada?


–Suena muy bien –las palabras se le escaparon de la boca antes de poder detenerlas.


Él tecleó una respuesta. Los mensajes iban y venían.


–Ya está. La abuela va a pedir la pizza.


Paula miró hacia la parada de autobús y después miró a Pedro.


–Tienes que volver a Fair Face.


–Tengo el coche en el estacionamiento del edificio de al lado.


–Betty me dijo que había estacionamiento delante de Fair Face.


–Y lo hay.


–¿Y por qué no estacionas ahí?


–Prefiero que los empleados y visitantes utilicen los sitios más próximos a la entrada.


Paula no quería dejarse impresionar, pero no podía evitarlo. Le miró de reojo. Era tan apuesto, tan decidido, tan fuerte... A lo mejor se tomaba las cosas demasiado en serio. Unos minutos más tarde, Pedro le abrió la puerta por la que accedían a los ascensores del estacionamiento. 

Atracción: Capítulo 22

Asintió una vez con la cabeza. Ella le observó atentamente.


–El servicio militar es una profesión muy respetable, pero también estás siguiendo los pasos de tu abuelo dirigiendo la empresa.


Señaló otra foto en la que aparecía con unas cuantas modelos en biquini.


–La mayoría de los hombres matarían por estar en tu lugar.


Pedro miró a su alrededor. Jamás había querido ser ese hombre en el que se había convertido. Siempre había soñado con ser un Navy SEAL, y no el director general de una empresa de cosmética.


–Seguro que soñabas con ser algo cuando eras niña.


–Veterinaria. Pero entonces era muy pequeña, muy ingenua. No sabía nada del mundo.


–Yo tampoco. Pero así es como somos de niños. Soñamos con ser algo maravilloso sin saber cuál es el lugar que nos corresponde en el mundo.


–Qué pena que no puedas cambiar tu trabajo por el de Leandro durante una semana. Apuesto a que a él le gustaría mucho pasearse por ahí con supermodelos mientras tú te dedicas a limpiar suelos en la cubierta de un barco o en un submarino.


Pedro casi se echó a reír. La fregona que Paula imaginaba en manos de su amigo más bien debía de ser un rifle M4. Sergio pertenecía a un equipo de élite entrenado para operaciones especiales.


–Parece que hubieras querido alistarte, como tu amigo. ¿Por qué no lo hiciste?


–Por mi familia, la empresa. Me necesitaban.


–No habrías estado en la marina para siempre.


–No, pero aquí me necesitaban. Lo que yo quería hacer... –miró la foto de Leandro y de él–. Era algo secundario.


–Quieres mucho a tu familia.


–Mucha gente no está dispuesta a sacrificar sus sueños.


Se encogió de hombros. No quería tener esa conversación. Miró el reloj, por pura costumbre.


–Se está haciendo tarde. Te acompaño al coche.


–Gracias, pero no es necesario –dijo Paula. La voz le temblaba–. Tengo el coche en el estacionamiento de Park & Ride. Vine en autobús al centro.


–¿Viniste en autobús?


–La gasolina es cara.


Su abuela debía de pagarle muy bien, y además le proporcionaba un sitio donde dormir.


–No deberías tener problemas de solvencia.


Paula le atravesó con la mirada.


–¿Qué? –le preguntó él, levantando las palmas de las manos.


–No he dicho que no pudiera permitírmela. ¿Por qué iba a querer gastarme la gasolina que tanto me cuesta ganar para venir a la ciudad y darte la oportunidad de echarme? Ahorrar siempre es buena idea, sobre todo cuando tienes motivos para hacerlo. Mi abuelo me enseñó a ahorrar para cuando lleguen las vacas flacas. Nunca sabes qué te deparará el futuro. Es mejor prepararse para lo que venga.


Pedro metió el portátil en su maletín.


–Vamos. Te acompaño fuera.


Él también se preparaba para casi todo, pero no estaba preparado para Paula Chaves. 

Atracción: Capítulo 21

 –Mi pasado es mi presente en realidad. Me temo que siempre lo va a ser, tal y como demuestra esta conversación que estamos teniendo esta noche.


Pedro bajó la vista.


–Dicen que no se puede juzgar a una persona dos veces por el mismo crimen, pero eso es solo en los tribunales. La gente no olvida, y guardan rencor. Me vine a Boise porque pensé que tendría más oportunidades.


–¿Y las has tenido?


–Unas pocas. Encontré un trabajo en una clínica para animales. Un adiestrador de perros profesional al que había conocido a través de 4-H se compadeció de mí y me preguntó si quería ser su aprendiz. Así conocí a Betty.


–A mi abuela no le importa tu pasado.


–Betty es una entre un millón. Me gustaría que hubiera más gente como ella, pero es imposible. ¿Alguna pregunta más? Estaré encantada de darte el nombre de mi agente de la condicional, aunque él tampoco te podrá garantizar que no esté intentando timar a tu abuela.


Pedro se sonrojó. De repente intercambiaron una extraña mirada. Paula sintió que se perdía en sus ojos. ¿Qué estaba sucediendo?


–La abuela me dijo que has estado revisando el proyecto empresarial.


–¿Proyecto empresarial? –Pedro parpadeó. El cambio de tema había sido brusco–. Lo tengo. Pero pensaba que ya no ibas a asesorarnos.


–¿Por qué no?


–Aceptaste porque tenías dudas sobre mí.


–Eso es cierto.


–Y todavía tienes dudas.


–Le dije a mi abuela que la ayudaría. No voy a echarme atrás.


Se había equivocado con Paula. Pedro se aflojó la corbata. Levantó la vista. Vestida con ese traje color verde azulado, de pie junto a una de las estanterías de libros, parecía una de sus asesoras, profesional, cultivada, nada que ver con la mujer que había conocido en la casa de su abuela. De repente sacó un libro, leyó la primera página y volvió a colocarlo. Hizo lo mismo con otro.


–Puedes llevarte el que quieras.


–¿Me recomiendas alguno?


–Strategic Marketing and Branding.


Paula tocó el dorso de los libros con las yemas de los dedos, buscando el título.


–Aquí está –lo sacó.


–Conoces el mercado y el sector, pero tener una estrategia de marca sólida y bien pensada puede marcar la diferencia. El libro es una buena introducción a los términos y perspectivas que debes manejar.


Paula examinó la portada.


–Gracias.


–De nada.


Pedro pensó que volvería junto al escritorio, pero no lo hizo. Continuó mirando los objetos que estaban sobre las estanterías.


–El USS Essex –Paula contempló una de las réplicas de portaviones–. Betty tiene una más grande.


–Mi abuelo sirvió en el USS Essex durante la guerra de Corea. Se enamoró de los portaviones. La abuela solía regalarle estas maquetas en ocasiones especiales.


–Qué regalo tan bonito –Paula se inclinó para examinar las maquetas con atención–. El USS Vinson.


–Sí –dijo Pedro, intentando no fijarse en cómo se le subía la falda por detrás.


Aseguró los documentos del proyecto con un clip.


–Un trabajo excelente –añadió.


Una sonrisa tiró de los labios de Paula, pero no llegó a formarse del todo.


–Es evidente que has trabajado muy duro para revisar el borrador.


–Betty me paga por ello.


–Lo estás haciendo muy bien.


Paula señaló la otra estantería, la que contenía los recuerdos.


–¿La bandera era de tu abuelo?


–Sí. Es de su funeral.


Paula señaló las fotos.


–¿Quién es?


Pedro fue hacia ella y agarró una foto en la que aparecía con Leandro Dooley.


–Es mi mejor amigo desde tercero de primaria. Está en la marina.


–Parecen hermanos.


–Es como un hermano para mí.


Leandro estaba viviendo el sueño por los dos. En ese momento se encontraba en algún lugar secreto.


–Teníamos pensado alistarnos juntos.


Paula sonrió de oreja a oreja.


–¿Querías seguir los pasos de tu abuelo?


Pedro se puso tenso. Nunca se lo había dicho a nadie, excepto a Leandro.


martes, 21 de junio de 2022

Atracción: Capítulo 20

Paula caminó hasta una de las estanterías de libros, la que estaba más cerca de la puerta y más lejos de Pedro.


–No soy una mala persona.


–Yo no he dicho que lo fueras.


Paula reparó en una fotografía en la que aparecía junto a otro hombre, también muy atractivo. No era tan guapo como Pedro, pero tenía el mismo físico musculoso y viril. Encima de la instantánea había una bandera americana doblada en forma de triángulo, con cintas militares. De repente se dió cuenta de que estaba dejándose vencer. Era mejor zanjar el asunto lo antes posible. Le miró.


–Tómate tu tiempo.


–No quiero prolongar esto por más tiempo. Nico me preguntó que si quería salir con unos amigos suyos. Yo le dije que sí, pensando que las cosas empezaban a ir en serio si quería presentarme a sus amigos.


–Una suposición muy razonable.


–Razonable, pero errónea. Estaba interesado en mí, pero no como novia. Me iban a tender una trampa. Yo iba a ser el chivo expiatorio, el pardillo de turno. Iba a ser la persona a la que podían culpar si el plan iba mal. Tenían pensando entrar en la casa del presidente del banco para robar dinero y poder comprar drogas.


–Bueno, no eran hermanitas de la caridad precisamente.


–Eran una panda de gamberros, pero llevaban ropa de marca y conducían coches de lujo.


–Tú también estabas metida en ello.


–No. No sabía qué se traían entre manos –Paula se obligó a mirar los títulos de los libros de empresariales que tenía delante para no tener que mirarle a los ojos–. Nico me dijo que íbamos a saltar la valla para meternos en su jacuzzi. El hombre estaba de vacaciones. Yo llevaba el biquini puesto y había metido una toalla en el bolso. Pero ninguna de esas cosas le había importado a la policía.


–No me dí cuenta de lo que estaba pasando hasta que entramos en la casa. Pero pensaba que a Nico le gustaba de verdad, así que...


Se mordió el labio. No era capaz de decir las palabras.


–Le seguiste la corriente. 


–Quería encajar en su mundo. Tenía miedo de decir algo, así que le seguí sin más. Nadie sabía que había una alarma en la casa. La policía nos sorprendió dentro, y entonces...


Tomó el aliento un par de veces.


–Todo el mundo se volvió en mi contra. Me señalaron con el dedo. Me echaron la culpa. Dijeron que todo había sido idea mía, que yo había forzado el cierre, que había robado el dinero.


–Pero la policía debería haber...


–La policía les creyó. ¿Cómo no iban a creerles? Mi padre había pasado un tiempo en prisión por una pelea. Yo vivía en un camping de caravanas. A nadie le sorprendía verme metida en algo así, por no mencionar el hecho de que mis huellas estaban por todas partes.


–¿Y cómo pasó eso?


–Nico me tenía dominada. «Abre la puerta, cielo. Sujétame este taburete, preciosa. ¿Alguna vez has visto tanto dinero junto? ¿Me lo sujetas?».


–Pero los otros chicos eran cómplices. Y Nicolás también.


–Cierto, pero tenían abogados muy buenos y caros que lograron reducir los cargos o hacer que los retiraran. Mi abogado me recomendó que me declarara culpable para conseguir una sentencia mejor.


Pedro guardó silencio.


Paula contempló una foto en la que aparecía rodeado de supermodelos en biquini. Había otra foto de la familia Alfonso. En ella aparecía con otra joven que debía de ser Carolina, y con sus abuelos. Los cuatro parecían tan felices.


–Debiste de asustarte mucho.


–Estaba aterrorizada. Te entiendo si no me crees. Pero eso es lo que pasó.


–Una lección difícil de aprender.


Paula regresó junto a la silla, pero permaneció de pie.


–Lo siento –dijo él finalmente.


–¿Disculpa? –dijo ella, levantando la vista.


–Siento que hayas tenido que pasar por todo eso.


Ella guardó silencio. No sabía qué pensar de sus palabras.


Atracción: Capítulo 19

Paula cruzó los brazos. Quería olvidarlo todo. No quería volver a vivir los peores años de su vida para satisfacer la curiosidad de Pedro Alfonso. Pero hablaría con él de todos modos... Por Betty. Al final del pasillo había un despacho con la puerta abierta. El guardia lo señaló con el dedo. La luz estaba encendida.


–Ese es el despacho del señor Alfonso.


Forzó una sonrisa y se preparó para entrar.


–Gracias.


Entró. El despacho era inmenso. Los ventanales panorámicos del suelo al techo ofrecían las mejores vistas. Él estaba sentado frente al escritorio, mirando la pantalla del ordenador con un gesto de suma concentración. De repente la miró.


–Buenas tardes, Pau.


Paula se mordió la cara interna de la mejilla.


–Cierra la puerta para que tengamos algo más de privacidad.


Hizo lo que le pedía.


–Gracias –señaló uno de los butacones de cuero que tenía delante–. Siéntate.


Paula atravesó el despacho, se quitó el bolso de encima y tomó asiento.


–Betty me dijo que querías preguntarme algo.


Su mirada seguía fija en ella.


–Ya veo que vas directa al grano.


–Me has dejado claro que eres un hombre muy ocupado.


Él rodeó el escritorio y se sentó en el borde. Paula comenzó a quitarse pelos de perro de la falda. Necesitaba hacer algo con las manos.


–Cuéntame cómo terminaste en la cárcel.


Ella respiró profundamente. Miró a su alrededor.


–Fui una idiota.


Él retrocedió un poco, confundido.


–¿Disculpa?


–Hice algo muy estúpido –se frotó la cara–. Me enamoré de un tipo. Pensaba que yo le gustaba, así que confié en él. Fue un error.


Los labios de Pedro se curvaron parcialmente, pero no era una sonrisa. 


–No eres la primera que se deja cegar por el corazón.


Había sido tan ingenua al creer que un chico rico como Nicolás podía quererla de verdad... A ella, la chica que vivía en un camping de caravanas...


–Debería haber sido un poco más espabilada. Nicolás era el hermano de una chica a la que conocía por lo de los concursos caninos. Tenían mucho dinero. Yo no. Pero eso no parecía importarle a Nico.


–Nico es el hombre.


–Chico. No me lo podía creer cuando me invitó a tomar un helado. Quería gustarle a toda costa, así que intenté convertirme en la clase de chica con la que él quería salir. Me enamoré como una tonta.


Se había encaprichado tanto de él que había terminado hojeando una revista de novias en la tienda de ultramarinos.


–Acababa de terminar el instituto. Era verano. Salíamos casi todas las noches y entonces...


Los recuerdos la golpearon con fuerza. Las luces rojas y azules, cegadoras, las acusaciones, las lágrimas, las esposas que le arañaban las muñecas... Alguien la tocó en el hombro.


–Lo siento. Parecía que estabas en otro sitio de repente.


Paula se puso en pie. Retrocedió.


–Solo estaba... Recordando.


–Esto es duro para tí.


Paula asintió. Una persona más compasiva le hubiera dicho que parara, pero Pedro no era de esos. No dijo ni una palabra, pero siguió ahí sentado, en el borde del escritorio, como si fuera a atacar en cualquier momento.

Atracción: Capítulo 18

 –Hola, abuela.


–Pedro.


Betty estaba sentada con un vaso de limonada en las manos.


–Gracias por venir hasta aquí. Llevo todo el día de pie, y me duelen mucho los pies.


–No deberías pasar tanto tiempo en el laboratorio –dijo él, dándole un beso en la mejilla.


–Es mi trabajo. Soy química.


Pedro arrugó el borde de la carpeta.


–¿Dónde está tu ayudante?


–En la clínica de animales –Betty puso su bebida sobre una mesa–. Tendrás que quedarte aquí conmigo.


–He venido a verte a tí –Caleb hizo una pausa–. Pau Chaves no es quien tú crees que es.


–Sé quién es Pau Chaves. Es una mujer trabajadora, dulce. Y es mi amiga.


–Tu amiga Pau, también conocida como Paula Chaves, es una criminal convicta. Pasó tres años en la cárcel de mujeres de Idaho.


Pedro esperaba ver alguna reacción por parte de su abuela, pero Betty permaneció inmutable.


–No estamos hablando de robar cosas en una tienda, abuela. Robo, allanamiento de morada y vandalismo.


Betty se tocó la mejilla.


–¿Cómo has averiguado todo eso?


–Con un investigador privado –levantó la carpeta.


–Que una persona cometa un error en el pasado no significa que vaya a cometerlos siempre.


–Es una maleante. Seguro que aprendió otras formas de infringir la ley mientras estaba en la cárcel.


Betty agarró su vaso de limonada y le miró.


–Paula me lo contó todo. 


–¿Lo sabías?


–Me lo contó todo antes de aceptar el trabajo –Betty guardó silencio un momento–. Pau nunca me haría daño.


–Es una criminal...


–La gente necesita una oportunidad para empezar de nuevo.


–Tú le diste muchas oportunidades a mi padre, pero las desaprovechó todas.


–Pau no es como él.


–Eso es cierto. Mi padre nunca estuvo en la cárcel. ¿Pero cuántas oportunidades le diste?


–Si estuviera vivo hoy en día, le daría otra más, al igual que estoy haciendo con Pau. Eso es lo que haces cuando quieres a alguien. Deberías hablar con ella de esto y calmar tu preocupación.


–¿Tan segura estás de ella?


–Sí. Y quiero que tú lo estés también. Deja que te explique lo que pasó.


Eso sería una pérdida de tiempo. Nada de lo que Paula Chaves pudiera decirle le haría cambiar de opinión. Absolutamente nada.


–Por favor, Pedro. Habla con Pau. Hazlo por mí.




Paula apretó los puños. El décimo piso de la sede de Fair Face era el último lugar en el que quería estar esa noche.


–El señor Alfonso la recibirá ahora –le dijo un guardia de seguridad uniformado–. Venga conmigo.


Paula avanzó por el desolado pasillo. Llevaba el quinto borrador del proyecto empresarial en el bolso. Se ajustó la correa. Ni siquiera sabía por qué había llevado los documentos. Miró al guardia.


–Todo está en silencio.


–La mayor parte de la gente ya se ha ido a casa.


La alfombra ahogaba el ruido de sus pasos. En el centro penitenciario el repiqueteo de los tacones retumbaba ominosamente. En lugar de celdas con puertas de metal, había puertas de caoba a ambos lados del corredor. Los nombres de los ocupantes estaban grabados en placas de metal. Nadie le susurraba insultos, ni tampoco le lanzaban miradas asesinas.  Nadie trataba de darle una paliza cuando los guardias miraban hacia otra parte. Pero los recuerdos estaban ahí, con más fuerza que nunca. Los sonidos, los olores, ese frío gélido que siempre sentía, incluso en los veranos más calurosos... 

Atracción: Capítulo 17

A la mañana siguiente, Paula fue a correr en compañía de Simba. Ya de regreso, el sudor le caía por toda la cara. Las piernas le temblaban por el ejercicio.


–Vamos a llevarte a la perrera y luego voy a ver a Betty por si necesita algo.


–Mi abuela quiere verte.


La voz de Pedro le puso la carne de gallina. Era una extraña sensación. Tres visitas en tres días. Pero ese día no iba a la oficina. Era sábado.


–Sales a correr.


–Los perros –Paula abrió la puerta de la perrera. El aire fresco del interior la ayudó a mantener el control–. Yo sujeto las correas y dejo que me lleven.


–No te gusta correr.


–¿Tengo aspecto de atleta? –le preguntó por encima del hombro–. No contestes a esa pregunta.


Pedro esbozó una sonrisa. Si era genuina o no, era difícil saberlo. La siguió hacia el interior de la perrera. La puerta se cerró tras él.


–¿Por qué vas a correr si no te gusta?


–Algunos perros prefieren correr antes que caminar –abrió la puerta del recinto de Simba y le quitó la correa.


El animal fue hacia el bol de agua directamente.


–Así que vamos a correr.


–Veo que sí se te dan muy bien los perros.


–El tono muscular es importante. A los jueces no les gusta ver perros gordos y fofos.


–¿También llevas a los pequeños?


–A esos los llevo a andar –miró todos los recipientes de agua para ver si estaban llenos–. Seguimos el ritmo que les permitan sus patas.


–¿Cuándo los llevas a caminar?


–Ya lo he hecho.


Paula solo deseaba que se marchara cuanto antes. ¿Acaso no tenía a nadie más con quien entretenerse?


–Voy a ver qué necesita Betty.


–Voy contigo.


–Seguro que quieres pasar todo el tiempo posible con tu abuela.


–Eso es.


«Mentiroso». Paula se mordió la lengua para no decir la palabra en alto.


Betty estaba en la cocina, con la bata de laboratorio puesta. La señora Harrison estaba lavando verduras y María estaba frente al fuego, moviendo el contenido de una sartén.


–Querías verme –dijo Paula.


–Sí –Betty junto las palmas de las manos–. Tengo noticias. Malas y buenas.


–Empieza con las malas.


–No puedo ir contigo al concurso de Oregón la semana que viene.


Paula dió un paso adelante.


–¿Pasa algo?


–Oh, no, cariño. Estoy bien, pero me he enterado de que a una vieja amiga le van a dar una fiesta sorpresa. No puedo perdérmelo.


–Oh. Muy bien. Ve y pásatelo bien. Estoy acostumbrada a presentarme sola a los concursos.


–No vas a estar sola –dijo Betty–. Esa es la buena noticia. Pedro va a ir contigo para que pueda ver lo que hacen nuestros productos.


Paula retrocedió todo lo que había avanzado hasta que se tropezó con algo duro y muy alto. Pedro. Dió un salto adelante.


–Lo siento.


–No te preocupes.


La noticia no era buena. Un fin de semana entero en compañía de Pedro... Tenía que impedirlo.


–¿Has ido a algún concurso canino?


–No, pero necesito saber cómo son los productos para poder ayudarte.


Paula no tenía tiempo de entretenerle, ni tampoco estaba dispuesta a soportar otro de sus interrogatorios sutiles. Tenía que hallar una forma de convencerle para que no fuera.



Al lunes siguiente, el corazón de Pedro latía en sincronía con sus zapatos negros de piel al golpear el suelo de madera. Mientras trabajaba con Paula en el proyecto se había enterado de dos cosas. Era de una pequeña ciudad situada a las afueras de Twin Falls, Idaho, y su padre se llamaba Miguel. El detective al que había contratado ya había hecho uso de la información para recopilar más datos. La farsa había terminado. Pedro sabía que el instinto le decía la verdad sobre ella. Apretó con fuerza la carpeta que contenía evidencias irrefutables de la culpabilidad de Paula Chaves. Estaba intentando timar a su abuela. Ya no quedaba duda alguna. Entró en el solárium de la finca con un único objetivo en la cabeza: Apartar a esa manipuladora de su abuela. 

jueves, 16 de junio de 2022

Atracción: Capítulo 16

A la tarde siguiente, Pedro fue a visitar a su abuela de nuevo al salir del trabajo. Esperaba contar con el factor sorpresa esa vez. La señora Harrison, el ama de llaves, fue quien abrió la puerta. Le dijo que la abuela estaba en el laboratorio y que Pau estaba en el estudio. El estudio de su abuelo... Se detuvo en el umbral, observándola. Tenía el portátil a su izquierda y anotaba cosas en papel. Llevaba una camiseta verde, y seguramente llevaría pantalones cortos, pero solo veía unas largas piernas cruzadas y unos pies descalzos por debajo del escritorio.


–¿Trabajando duro?


Ella levantó la cabeza. Dejó el lápiz sobre la mesa.


–Pedro. No te esperaba.


–Quise pasarme por si tenías alguna pregunta sobre el proyecto empresarial del que hablamos anoche.


–Es en eso en lo que estoy trabajando.


–Déjame ver lo que has hecho.


–Empecé esta mañana.


–Soy tu asesor. Es mi trabajo hacer que vayas en la dirección correcta. Y me tomo muy en serio esa función.


Había contratado a un investigador privado, pero era buena idea mantenerse cerca de ella hasta tener noticias. Paula le miró con desconfianza. Estiró los papeles y se los entregó.


–Toma.


Pedro deslizó la yema del pulgar sobre el borde de las hojas. Había demasiadas como para contarlas rápidamente.


–Hay demasiadas hojas como para haber empezado esta mañana.


–No he plagiado nada, si es eso lo que estás diciendo –le dijo ella, a la defensiva.


Pedro leyó el borrador y lo dejó sobre el escritorio.


–¿Y bien? –le preguntó ella, llena de curiosidad.


–No está mal –esperaba una reacción, pero no obtuvo ninguna–. No te pongas a trabajar en el resumen ejecutivo hasta haber terminado el plan. Así tendrás una idea mejor de lo que va a hacer la empresa, y de quién va a hacerlo.


Paula apoyó los codos sobre la mesa y se inclinó hacia delante. La camiseta de cuello en V se le abrió un poco, mostrando una generosa sección de su escote. Pedro disfrutó de las vistas durante unos segundos y entonces apartó la mirada. La temperatura estaba subiendo demasiado.


–Esto tiene mucho más trabajo de lo que me imaginaba.


–Eso es lo que trataba de decirte, a tí y a mi abuela. Hay muchas otras formas de ganar dinero sin necesidad de montar una empresa.


Paula se miró las manos.


–Hacer dinero nunca me ha sido fácil, ni a mí ni a la gente que conozco.


–Mi abuelo me dijo una vez que el trabajo duro siempre se ve recompensado al final.


–He oído que tu abuelo era un hombre extraordinario, pero a veces el trabajo duro no llena la nevera –le dijo mientras apuntaba algo en una hoja de papel.


–¿Cuándo te mudaste? –le preguntó él de repente.


–En febrero.


Cuatro meses antes... ¿Hacía tanto tiempo que no visitaba la finca? No lo recordaba.


–Has tenido mucho tiempo para ver cómo funciona mi abuela.


–Es la mejor jefa del mundo.


–A la abuela le gusta salirse con la suya.


–Al igual que a la mayoría de la gente.


–¿Y a tí?


–Si tuviera oportunidad, me gustaría salirme con la mía. Sí.


«Si tuviera oportunidad...». Sus palabras suscitaban cada vez más preguntas.


–Pero nunca me salgo con la mía. Es una pena.


Pedro se dió cuenta en ese momento de que nunca había conocido a nadie como ella. Podía ser una timadora, pero su forma de hablar era... Divertida. Añadía color y emoción a la vida más monótona. La echaría de menos cuando se fuera, pero podría vivir con ello. 

Atracción: Capítulo 15

Pedro se frotó la nuca.


–La abuela me ha colado un gol como si jugara en tercera división, ¿No?


–Bueno, yo diría más bien... En la liguilla del instituto.


–Esa me ha llegado. Vaya.


–Tu abuela es la mujer más lista que conozco.


–Bueno, tú tampoco pareces quedarte atrás.


–Gracias, pero lo que estaba haciendo no era difícil de adivinar.


–¿Y qué te hizo darte cuenta?


Se echó hacia atrás en el asiento. Parecía más relajado, más cómodo. Esa ropa de sport le sentaba tan bien.


–¿Pau?


Al oír su nombre, Paula se sobresaltó. Le había estado mirando demasiado. Sintió el rubor en las mejillas.


–No le había dicho nada acerca de mis horarios para la semana que viene. Así supe que se traía algo entre manos... No sabes la suerte que tienes. Betty es increíble. No creas que la vas a tener a tu lado para siempre.


–Parece que te preocupas mucho por ella.


–Ojalá fuera mi abuela.


–¿No tienes familia cerca?


–En el sur de Idaho. No los veo mucho.


Paula no quería que la conversación tomara ese rumbo. Se puso en pie.


–Tengo que irme.


–¿Adónde vas?


–A buscar tu traje.


–Antes de que te vayas... Una pregunta.


–¿Qué?


–¿Los productos de la abuela son tan buenos como dice?


–¿Creerás lo que te diga?


–Te he pedido tu opinión.


–Los productos son excelentes. Se venden solos.


–Pareces muy segura.


–Lo estoy. Estas formulas pueden hacer una fortuna, pero es mejor que Fair Face no las fabrique.


–Yo pensaba que eso era lo que queríais la abuela y tú.


–Sí, pero ya no.


–¿Ya se van a librar de mí? 


–Digamos que sí.


–¿Y por qué?


–Si Fair Face no cree en los productos, no estarán dispuestos a poner todos sus recursos en el proyecto. Fair Face hará lo justo y necesario para contentar a Betty. Puede que los productos se vendan bien, pero no tendrán el mismo éxito que podrían tener con el respaldo y el apoyo adecuados.


–Para ser adiestradora de perros, sabes mucho sobre negocios.


–En realidad no. Solo es sentido común.


–Si Fair Face no está de por medio, habrá más dinero para tí.


Paula no había reparado en eso.


–Eso estaría muy bien.


–Claro.


Paula guardó silencio. ¿Cómo iba a entender lo que el dinero significaba para alguien como ella? Pedro Alfonso nunca había pasado hambre porque no había dinero para ir al supermercado. Nunca había salido de la cárcel con una mochila vacía y una cita con el agente de la condicional.


–¿Estás pensando en cómo te vas a gastar todo ese dinero?


–Estoy pensando en qué vamos a hacer a continuación. Te daré mi número. Mándame los nombres y los números de esos asesores.


–No hace falta.


Paula sintió que el corazón se le caía al suelo.


–¿Qué quieres decir?


–Conozco a la persona idónea para este proyecto.


–¿Quién?


–Yo.


–Dijiste que no tenías tiempo.


–Eso fue antes de ver que he descuidado a mi abuela y que tengo que pasar más tiempo con ella.


El fin asomaba en el horizonte. Y se lo había buscado ella sola.


–Deberías hacer algo divertido con tu abuela, en vez de trabajar con ella.


–Has dicho que a ella le gusta mucho trabajar.


–Sí. Pero... –Paula tragó saliva–. No querrás descuidar la empresa.


–Me las apañaré. Y así podré ayudarte a tí también –parecía seguro de sí mismo, como si nada pudiera detenerle–. Puedo contestar a todas las preguntas que tengas. Puedo poner las cosas en marcha, aportar algo de capital. Eso debería hacerte feliz. 


Su sonrisa irónica decía lo contrario. Lo último que esperaba era hacerla feliz con la decisión.


–Yo...


–Confía en mí.


Paula se mordió la cara interna de la mejilla.


–No tienes por qué hacerlo. Realmente no es necesario.


–No te preocupes. En serio –su sonrisa, encantadora, le iluminó la cara–. Además, no lo hago por tí. Lo hago por mi abuela. 

Atracción: Capítulo 14

 –Te vamos a echar de menos.


Betty parecía profundamente decepcionada.


–¿Trabajas esa noche, Pau? –su voz sonaba temblorosa.


Pedro puso la mano sobre la de su abuela de forma automática.


–¿Abuela, te encuentras bien?


La señora se miró las manos.


–Había olvidado que trabajaba el miércoles. Tengo a una asistenta que me recuerda las cosas, pero... –sacudió la cabezalentamente.


Pedro entendía el origen de su preocupación. Su abuelo había padecido Alzheimer.


–No te preocupes. Ya tienes demasiadas cosas en la cabeza.


–Sí. Eso es –dijo Paula.


–Debería ser capaz de recordar detalles como los horarios de Pau.


–No te he dicho el horario que tengo la semana que viene. Me llamaron esta misma mañana para decirme qué turnos voy a hacer. No has olvidado nada porque no lo sabías.


–¿No?


La incertidumbre que había en su voz preocupó mucho a Pedro. Era hora de llamar a su médico.


–No –le confirmó Paula.


–Voy a quedarme por aquí esta tarde –dijo Pedro de pronto.


La decisión causaría estragos en su agenda laboral, pero teníam que estar ahí para la abuela. Además, así podría averiguar qué se traía entre manos la ayudante de veterinaria.


–Puedo terminar mi trabajo aquí, y después cenaremos.


Betty se puso erguida. La sonrisa le quitaba veinte años de golpe. Los ojos le brillaban. Se frotó las palmas de las manos.


–Eso estaría muy bien.


–María, la nueva cocinera, va a preparar lasaña usando mi receta para la salsa. A Pau le encanta, ¿Verdad?


–Sí.


–Es estupendo, pero llamemos a tu médico primero.


–No me pasa nada. Me hice una revisión completa hace dos meses. El doctor Latham dice que me encuentro muy bien, y que tengo la memoria de un elefante.


–No tardaré nada llamándole.


Betty se inclinó hacia su nieto. 


–Estás preocupado por mí.


Pedro asintió. La anciana le hizo una caricia en la mejilla.


–Siempre has sido un chico muy dulce y sensible.


–Ya hace tiempo que no soy un chico.


–Cierto, pero yo todavía recuerdo cómo corrías desnudo por la casa –Betty miró a Paula–. Nunca quería llevar ropa, a no ser que fuera un traje de superhéroe o de camuflaje.


–¿Cuántos años tenía? ¿Tres?


–Tres, cuatro, cinco... Parece que fue ayer –dijo la abuela con un toque de nostalgia. Se puso en pie–. Por favor, no te preocupes por mí. Estoy bien.


Pedro no estaba tan seguro. Se puso en pie también, pero ella le hizo sentarse de nuevo.


–Cómete lo que te queda de la tarta. Le voy a decir a la señora Harrison que te vas a quedar a cenar.


–Iré contigo.


paula apuntó hacia abajo con el pulgar. El gesto era inconfundible. Volvió a sentarse.


–Bueno, creo que mejor me terminaré la tarta.


–Hazlo. Y después puedes irte al estudio a trabajar –dijo Betty y echó a andar hacia la casa.


Las puertas que daban al patio se cerraron tras ella. Pedro se inclinó hacia Paula por encima de la mesa. No sabía si le caía bien o no, pero no se fiaba de ella.


–¿Qué pasa con mi abuela?


Paula miró hacia la casa. Reprimió una sonrisa.


–Seguro que va a ir directamente a la despensa a buscar los ingredientes para preparar tu tarta favorita.


–¿Qué?


–¿Recuerdas lo que dijiste? ¿Que ella haría cualquier cosa para salirse con la suya?


–Sí –dijo Pedro, arrugando los párpados.


–Betty nos la ha jugado a los dos haciéndose la olvidadiza.


–No haría eso.


–Sí que lo ha hecho –Paula se echó a reír–. Será mejor que practiques tu cara de póquer o que te prepares para sus triquiñuelas, porque esta le ha funcionado muy bien.


–¿Eh?


–No solo te has quedado para tomarte la tarta, sino que también vas a cenar.

Atracción: Capítulo 13

 –Por favor, no me digas que has terminado ya –le dijo Betty a su nieto al ver que dejaba los cubiertos sobre la mesa con brusquedad. 


–Deberías haber venido el lunes –dijo Paula–. Betty se superó a sí misma con la tarta de chocolate y frutas del bosque. Estaba de muerte.


–¿Frutas del bosque? –repitió Pedro.


–Tu favorita –dijo Betty, asintiendo con la cabeza.


–¿Cuántas tartas haces a la semana?


–Depende de cuánto tiempo nos lleve comernos una.


–¿Comernos?


–Pau. Los empleados de la finca. Mis ayudantes del laboratorio. Cualquier persona que esté trabajando por aquí –le explicó Betty–. Se lleva lo que sobra a la clínica veterinaria cuando hace turnos allí.


¿Por qué trabajaba Becca en la clínica veterinaria si la abuela le pagaba tan bien?


–Parece que no paran de comer tarta por aquí. No sabía que te gustara tanto la repostería.


Betty levantó los hombros.


–No puedo dejar que mis nietos vengan a verme y se queden sin comer tarta.


Pedro sintió una presión repentina en el pecho. Paula tenía razón. La abuela se sentía sola. Un filo de culpa lo atravesó por dentro.


–¿Querías decirme algo? –preguntó la abuela.


Pedro levantó la vista. Le hablaba a Paula, no a él. Sin duda, esa chica lista tendría algo que decir. Tendría algún comentario sarcástico que hacer para darle donde más le dolía.


–No –dijo Paula, con una sonrisa de «Ya te lo dije» en los labios.


–Puedes tomar otro trozo cuando termines –le dijo Betty a su nieto.


–Oh, con esto tengo suficiente por hoy. Pero avísame cuando hagas mi tarta favorita y me pasaré a verte.


Una sonrisa iluminó el rostro de la anciana.


–Lo haré –dijo Betty.


–¿Por qué no cenamos el próximo miércoles? Dile a Carolina que venga –le dijo Pedro de repente–. Seguro que tu chef nos puede preparar algo muy rico. Y tú puedes hacer el postre.


Betty movió los hombros como una adolescente ilusionada.


–Eso suena muy bien –dijo–. ¿Crees que Carolina podrá venir?


–Sí. Vendrá –le aseguró.


Carolina estaría presente en esa cena. Le compraría una alhaja cara o unos zapatos de firma en caso de ser necesario.


–Fenomenal, porque estoy deseando que Carolina conozca a Pau –dijo Betty, entusiasmada.


–Ven a tomarte una copa de vino el miércoles con nosotros – añadió Pedro, invitando a Paula.


Paula se limpió la boca con los nudillos.


–No quiero estar de más en una reunión de familia.


–No vas a estar de más –dijo Betty antes de que Pedro pudiera decir nada–. Vas a cenar con nosotros.


–No –dijo él al mismo tiempo que Paula.


Sus miradas se encontraron durante una fracción de segundo, pero entonces él apartó la vista. No le quedaba más que hielo en el vaso, pero lo agarró de todas formas y bebió un poco. La abuela esbozó una sonrisa.


–Pedro.


Pala bajó la vista y contempló su trozo de tarta como si hubiera un tesoro escondido dentro de ella.


–No tiene importancia, Betty.


–Lo que quería decir es que puedes llegar a sentirte incómoda en presencia de Carolina si no la conoces bien. Estoy seguro de que un día de estos le pondrán su nombre a un huracán de nivel cinco.


–Tu hermana puede llegar a ser un poco... Difícil a veces –dijo Betty.


Eso era decir poco. Carolina era la reina del drama. Toda la población mundial existía para hacerla sentir bien y para ayudarla. Pedro había intentado acabar con ese egoísmo de muchas formas distintas, pero nada había funcionado, ni siquiera el trabajo que le había dado en Fair Face para que pudiera tener acceso a su fideicomiso.


–No queremos que Pau se sienta abrumada en presencia de Carolina y que tenga ganas de irse.


–Paula no se sentirá abrumada. Es mucho más fuerte de lo que crees –dijo Betty.


–Gracias, pero necesitas pasar tiempo con tus nietos, Betty – Paula parpadeó rápidamente–. El miércoles tengo que abrir el turno de veinticuatro horas de un técnico en la clínica veterinaria.


–Qué pena –dijo Pedro.


Paula jugueteó con la servilleta. Sus dedos se movían cada vez más deprisa.


–Sí –dijo–. Pero estoy segura de que lo van a pasar muy bien juntos.

martes, 14 de junio de 2022

Atracción: Capítulo 12

 –Como ya te he dicho...


–Has estado muy ocupado.


Pedro miró hacia la casa.


–La abuela solo tiene que llamar. Haré todo lo que me pida.


–Betty te pidió ayuda con lo de los productos para perro.


–Eso es...


–¿Diferente?


Una vena empezó a palpitar en el cuello de Caleb.


–Tienes un trabajo de ensueño y vives aquí en la finca. Seguro que mi abuela te paga un dineral por cuidar de los perros y jugar en los circuitos de concursos. ¿Qué más te da lo demás?


–Betty me ha ayudado mucho. Quiero que sea feliz.


–Créeme. Es feliz. Pero ya veo que se te da muy bien sacarle el dinero a mi abuela. Y encima dejas que se haga ilusiones con esa loca idea de los productos para animales, y te atreves a decirme cómo tengo que comportarme con mi familia.


Paula levantó una mano.


–Dame la chaqueta.


–¿Vas a ayudarme después de haber intentado hacerme sentir como un idiota?


Misión cumplida. Se sentía como un idiota.


–Te dije que te ayudaría. Solo te dije la verdad.


Él no parecía creerla, así que estaban en paz. Ella tampoco se fiaba de él.


–Según la ves tú.


–Podría decir lo mismo de tu verdad –ella le miró a la cara.


–Por lo menos sabemos qué terreno pisamos –dijo él.


Ella le devolvió la chaqueta.


–Y, para que lo sepas, esto no lo hago por tí. Lo hago por Betty. 



Cuando Pedro regresó al patio tras haberse cambiado de ropa, la mesa había sufrido una transformación. Habían puesto platos, copas de cristal y un jarrón lleno de rosas amarillas y rosadas.Muy femenino. Típico de la abuela.


–Vaya –exclamó.


–Me gusta tener compañía –sonriendo de oreja a oreja, la abuela tocó el asiento que estaba a su lado–. Siéntate y come.


Pedro lo hizo. Miró a Paula, que estaba al otro lado de la mesa. ¿Qué estaba haciendo allí? Quería hablar a solas con la abuela. Partió un trozo de tarta.


–Debes de tener hambre –dijo Betty.


Él asintió y se tomó el bocado. Paula bebió un poco de agua.


–¿Los perros se quedan en la perrera todo el día? –le preguntó Pedro.


–No. Están fuera la mayor parte del tiempo, pero si estuvieran aquí ahora se volverían locos con la tarta.


–¿Los perros comen tarta?


–Nunca les doy –dijo Betty–. Y chocolate jamás. Pero cuando me miran como si se estuvieran muriendo de hambre, es muy difícil resistirse.


–Esos perros saben cómo conseguir lo que quieren –dijo Paula, riéndose–. Están muy consentidos.


–No tiene nada de malo que estén consentidos –dijo Betty.


Paula agarró el tenedor y cortó un trozo de tarta. Entreabrió los labios. Fair Face fabricaba un pintalabios que hacía los labios más carnosos y deseables, según el departamento de marketing, pero los labios de ella eran perfectos así. Levantó el tenedor. Pedro la observaba, incapaz de apartar la mirada. Se llevó el tenedor a la boca y sus labios se cerraron alrededor de él. Sintió un sudor helado en la nuca. El tenedor salió de su boca. Se le había quedado un poco de azúcar glas en la comisura. Esa mujer era peligrosa.


Atracción: Capítulo 11

 –Me has ayudado con mi abuela –le dijo él–. Has intentando quitarme del medio.


Por lo menos era directo. Paula se humedeció los labios.


–Es evidente que no quieres involucrarte en esto.


–No tengo tiempo.


–Nunca hay tiempo suficiente.


Apolo echó a correr, persiguiendo una mariposa.


–Es el bien más preciado.


–Y es fácil malgastarlo cuando no lo inviertes de la forma adecuada.


–¿Lo dices por experiencia?


–Solo era una observación.


Simba se acercó a Pedro. Siempre quería acaparar toda la atención y las caricias.


Pedro se inclinó.


–¡Espera! –gritó Paula de repente.


Pedro tocó al perro un instante y retrocedió de inmediato. Se había quedado con una bola de pelo en la mano.


–¿Qué...?

Simba se frotó contra su pierna y le dejó el pantalón cubierto de pelos.


–Este husky está cambiando el pelo –dijo Pedro, frunciendo el ceño–. Se puede sacar relleno para una almohada.


–Simba es un elkhound noruego. Está cambiando todo el abrigo.


El perro tenía una expresión de culpa en los ojos. Paula le llamó con un gesto y le acarició.


–Ocurre un par de veces al año. Hay que limpiar mucho.


–Y me lo dices ahora –dijo Pedro, claramente exasperado.


Paula se mordió la lengua.


–Mira el lado positivo.


–¿Lo hay?


–Podrías ir de negro y no de azul marino.


Él no dijo nada, pero una sonrisa apareció de repente en sus labios.


–Tengo un cepillo. Puedo limpiarte el traje en un momento.


–Pensaba que te gustaba el pelo canino.


–¿Eh?


–La camiseta.


Paula leyó el lema. 


–Oh, sí. El pelo de perro es un riesgo laboral en mi profesión... ¿Tienes otra muda de ropa? Será más fácil quitarle el pelo a la ropa si no la llevas puesta.


–Más fácil, pero no imposible.


Paula se imaginó agachándose delante de él y pasándole el cepillo por los pantalones. Cruzó los brazos sobre el pecho.


–Puedes usar el cepillo tú mismo.


–Tengo la bolsa del gimnasio en el coche –le dijo él, sonriendo.


Paula no pudo evitar imaginárselo en pantalones cortos y camiseta, exhibiendo músculos. ¿Tenía tiempo para ir al gimnasio, pero no tenía tiempo para estar con su abuela?


–Ve a cambiarte –le dijo–. Voy a meter a los perros en la perrera y a buscar el cepillo en la cabaña de invitados.


–¿Es tu oficina la cabaña?


–Vivo ahí.


Pedro abrió la boca y la cerró de inmediato.


–¿Vives aquí?


–Sí.


–¿Por qué?


–Betty pensó que sería mejor así.


–Mejor para tí.


–Sí. Pero también es mejor para ella.


La mirada de Pedro se volvió confusa.


–Mi abuela tiene de todo.


–Betty pensó que me sería más fácil hacer mi trabajo si vivía aquí. Así no tengo que ir y venir en coche todo el tiempo. Pero también creo que me quiere aquí porque se siente sola.


–¿Mi abuela, sola?


–Sí.


–Eso es imposible. Beatríz Alfonso tiene más amigos que todas las personas que conozco.


–Come dos veces a la semana con amigas, pero ha dejado de ir a fiestas desde que me vine a vivir con ella. Prefiere pasar el tiempo en el laboratorio.


–El laboratorio le impide ir con sus amigas.


–Creo que tu abuela preferiría pasar tiempo con la familia, no con amigos.


–¿Tú crees? –Pedro hizo una mueca–. Mi hermana y yo...


–La ven todos los domingos en el club, durante el desayuno. Lo sé. Pero, desde que yo llegué, ni ella ni tú han venido a verla. No hasta hoy.

Atracción: Capítulo 10

 –¿Tu vida como asesora canina?


–Fue cosa de Betty. Pero en realidad soy adiestradora, preparadora canina y ayudante de veterinario.


–Muchas cosas.


–Cuando se trata de animales, sobre todo de perros. 


Rocky y Simba empezaron a correr uno detrás del otro, ladrando. Apolo jugaba con Pipo, un beagle de treinta y tres centímetros. Bobby estaba a los pies de Paula, esperando.


–Tengo que meter a los perros en la perrera.


Pedro la miró con ojos confusos.


–Sí. Betty tiene una perrera.


–¿Cómo sabías lo que estaba pensando?


–Por la cara que pusiste –dijo Paula, casi riéndose–. No deberías jugar al póquer, a menos que prefieras perder dinero.


La expresión de Pedro se tornó casi risueña.


–Oye. Solía ser muy bueno.


–Si los otros jugadores eran ciegos, entonces sí.


–Jaja.


–Bueno, no tienes mucha cara de póquer.


–No estamos jugando a las cartas, pero tienes a un auténtico tiburón delante de tí.


–Te creo –dijo ella, siguiéndole la broma.


–No. No me crees.


–Muy bien. No te creo.


–Sincera.


–Intento serlo.


Ya no estaban hablando de póquer. Paula recogió una de las pelotas.


–Es importante jugar limpio –le dijo.


–¿Y tú tienes buena cara de póquer? –le preguntó él.


–Te has dado cuenta de que no te creía, así que probablemente no.


–¿No te guardas ningún as bajo la manga?


–No es mi estilo.


–¿Y cuál es tu estilo?


–La estrategia es mejor que el engaño. Y es por eso que nunca me sentaría a una mesa de póquer contigo. Es demasiado fácil leerte. Sería como robarle un hueso a un cachorro.


–¿Un cachorro? 


–Un cachorro masculino.


–No querría ser un cachorro femenino –dijo él, sonriendo.


Le sostuvo la mirada y algo pasó entre ellos. Una conexión, una chispa... A Paula se le aceleró el pulso. Él apartó la vista.


–Tengo que irme.


–Quiero ver la perrera –dijo él de pronto.


–Oh, claro –Paula se sentía incómoda teniéndole tan cerca.


Señaló a la izquierda.


–Está junto a la cabaña de invitados.


Pedro echó a andar a su lado.


–¿Cómo conociste a mi abuela?


Llamó a los cinco perros y todos fueron tras ella.


–En The Rose City Classic.


Él la miró sin entender nada.


–Está en Portland. Es uno de los concursos caninos más importantes de la costa oeste. Tu abuela me contrató para llevar a Rocky a concurso. Terminamos terceros en el grupo. Fue un día muy bueno.


Bobby echó a correr, como si estuviera buscando algo, un juguete, una pelota, o quizás una ardilla. Paula silbó y el perrito regresó con una expresión triste. Pedro le acarició la barbilla.


–¿Y un tercer puesto es bueno?


–Betty estaba encantada con el resultado. Me ofreció trabajo como cuidadora de sus perros aquí en la finca.


–¿Y lo de los productos para perros?


–Me lo dijo después, cuando me vine a vivir aquí.


Pedro la miró con ojos sorprendidos.


–Parece que eres una gran ayuda para ella.


–Intento serlo. Tu abuela es estupenda.


–Sí –la miró–. No querría que nadie se aprovechara de ella.


Su tono acusatorio la hizo sentirse como un reo en el corredor de la muerte. Todo su cuerpo se tensó violentamente.


–A mí tampoco me gustaría.


El silencio se prolongó. De repente Pedro extendió una mano hacia Apolo, que caminaba a su lado. Era extraño, teniendo en cuenta que había ignorado a los animales hasta ese momento. El perrito le olisqueó la mano y se frotó contra ella. Pedro esbozó una tierna sonrisa y le acarició la cabecita. El corazón de Paula dió un vuelco. Nada resultaba tan atractivo como un hombre acariciando a un animalito. 

Atracción: Capítulo 9

 –No sé si voy a tener tiempo hasta que salga la línea de productos infantiles. Ya sabes cómo es.


–Sí. Lo sé –dijo Betty, tocándose la barbilla con los dedos–. Pero me gusta que todo quede en familia.


–No querrás que Fair Face quede desatendida, ¿No?


Betty arrugó los parpados y taladró a Pedro con la mirada.


–¿Quién trata de hacerme sentir culpable ahora?


Él levantó las manos, rindiéndose.


–Muy bien.


–A lo mejor Pedro conoce a alguien que pueda ayudarnos.


–Estaré encantado de darles unos cuantos nombres. Conozco a una persona que les puede venir muy bien.


–Supongo que merece la pena intentarlo –dijo Betty.


–Definitivamente sí –dijo Paula con entusiasmo–. Podemos hacerlo.


Pedro se puso erguido. Paula parecía más bien una socia. Había algo en ella que resultaba muy inquietante. No se traía nada bueno entre manos.


–Te mandaré los nombres y los números en un mensaje de texto, abuela.


–Mándaselo todo a Pau. Tal y como has dicho, soy química, no empresaria.


–Muy bien –Pedro miró el reloj por enésima vez y le dio un beso en la mejilla a su abuela–. Bueno, si me disculpan, tengo que volver al trabajo.


Betty le agarró la mano. Le clavó los dedos. 


–No puedes irte. No has tomado tarta.


La tarta de zanahoria. Lo había olvidado por completo, pero no podía olvidar el montón de papeles que le esperaba sobre el escritorio de su despacho. Miró el reloj de nuevo.


–Betty hizo la tarta ella sola. Tienes que probarla –la voz de Paula sonaba alegre, pero su mirada contenía una advertencia.


Pedro se dió cuenta de que no tenía más remedio que quedarse. Además, la situación era de lo más interesante. La ayudante se mostraba protectora con la abuela... Su preocupación podía ser auténtica o falsa, pero sí tenía razón en algo. No tenía por qué decepcionar a la abuela. Tomar un trozo de tarta no llevaba tanto tiempo y así podría sacarle más información acerca de esa misteriosa ayudante.


–Me encantaría tomar un trozo de tarta y un vaso de té helado – dijo, agarrando del brazo a la anciana. 


Los perros corrían alrededor de Paula, saltando, ladrando y persiguiendo pelotas. Se había quedado fuera, en el jardín. No tenía por qué darle conversación a un hombre que estaba deseando tomarse la tarta y salir de allí cuanto antes. Betty había entrado en la casa para pedirle a la señora Harrison que preparara la merienda.


–Estás hecho un desastre –quitó unas cuantas hojitas y ramitas del pelo del terrier–. Vamos a limpiarte antes de que regrese Betty.


A los perros les encantaba ensuciarse. A Betty le daba igual, pero ella trataba de mantenerlos lo más limpios posible, incluso mientras jugaban. Bobby le lamió la mano.


–Buen chico –dijo, dándole un beso en la cabeza.


–Te gustan los perros.


Paula se sobresaltó. No tenía que volverse para saber que Pedro estaba justo detrás de ella, pero miró por encima del hombro de todos modos.


–Me encantan los perros. Son mi vida.


Él la miró con esos ojos fríos, despreciativos, como si fuera ganado y tratara de decidir si debía comprar o vender. Dió un paso adelante y se detuvo a su lado.