—No. No te muevas. Déjame mirarte un rato —dijo él con voz ronca—. Quiero tener tu imagen en mi mente para poder recordar luego este momento.
Los pezones de ella se endurecieron en respuesta a esas palabras y él respiró hondo y bajó la cabeza para jugar con ellos con labios y dientes mientras hacía el amor con las manos a cada curva y hueco del cuerpo de ella. Un rato después ella tiró de él con urgencia y Pedro se colocó encima de ella con un suspiro.
—Tú me dijiste que solo permitías esta intimidad si sentías algo por el hombre —le recordó él—. ¿Sientes algo por mí, Paula?
Ella asintió sin palabras. Él sonrió, la besó en la boca y la penetró con una embestida lenta y suave que sorprendió a los dos con el enorme placer táctil que producía hasta que Roberto se rindió a la urgencia de su cuerpo y empezó a moverse, realzando los movimientos con palabras que le susurraba al oído, hasta que no le quedó aliento para hablar y sus cuerpos se sumieron juntos en un ritmo desesperado que anulaba todo lo que no fuera el placer que se daban mutuamente y una alegría tan intensa que fue casi dolor cuando el orgasmo los envolvió a ambos en una oleada palpitante de placer tan intenso que a Paula se le llenaron los ojos de lágrimas. Pedro la abrazó con fuerza y enterró el rostro en el pelo de ella. Cuando alzó por fin la cabeza, frunció el ceño al ver las lágrimas de ella.
—¿Estás llorando?
Paula negó con la cabeza, parpadeando para apartar la humedad de sus pestañas.
—Son lágrimas maravilladas. Nunca había sentido nada tan… tan abrumador.
A él le brillaron los ojos con una satisfacción masculina tan clara que ella se echó a reír y le secó las lágrimas a besos.
—¿Por qué te ríes de mí? —preguntó él.
—¡Estabas tan ufano!
—¿Y qué hombre no estaría ufano cuando su mujer encuentra placer en sus brazos?
«Su mujer», pensó Paula, nerviosa.
—Pedro…
—No me pidas que me mueva, querida. A menos que te esté aplastando.
—Un poco —admitió ella—. Pero te iba a recordar mi vuelo de vuelta.
Pedro gimió. Giró en la cama y la llevó consigo de modo que ella quedara encima.
—Mejor así, ¿No? —subió la sábana para taparla con ella y colocó la cabeza de ella sobre su hombro—. Quédate ahí —la besó—. Todavía tenemos horas para disfrutar antes de que debas irte.
El amanecer llegó muy pronto para Paula. Y lo primero en lo que pensó al despertar fue en la amenaza que había recibido él el día anterior.
—¿Qué te preocupa, querida? —preguntó él—. ¿No quieres hacer el amor otra vez?
Ella descubrió que sí quería, cosa que la sorprendía después de la noche que acababan de pasar juntos. Él la besó y acarició y ella pospuso hablar del problema hasta que pudiera volver a pensar con normalidad. Cuando Paula se reunió con Pedro en la veranda después de haberse duchado y vestido, la expresión de él la alarmó.
—¿Qué sucede?
—Anoche tuvimos un intruso. Intentaron forzar la puerta de mi parte de la casa. No tuvieron éxito porque hace poco que he instalado un sistema de seguridad nuevo. Jorge ha revisado las demás puertas pero no ha encontrado nada más —sonrió ante la mirada de preocupación de ella—. No podían atacarme porque yo no estaba en mi habitación, ¿Vale?
—¡Gracias a Dios! —ella se mordió el labio inferior—. ¿Jorge se ha preguntado dónde estabas?
—Le he dicho que he dormido en una de las habitaciones de arriba para protegerte a tí —sonrió—. No le he dicho en cuál.
—Yo tenía razón —dijo ella, preocupada—. Sea Eliana o no, corres peligro.
—Supongo que sí —asintió él de mala gana—. He informado a la Guarda Nacional.
—Bien —dijo ella con fervor. Sonrió cuando apareció Jorge con una bandeja—. Buenos días.
—Buenos días. El señor Pedro dice que se marcha mañana, doctora.
—Si es posible, sí.
El hombre pareció aliviado.
—El señor Pedro debería irse también.
—Tengo hambre, Jorge —musitó Pedro—. ¿Quizá nos dejarás disfrutar del desayuno? Dejaremos esta conversación para luego.
—Bien —Jorge se retiró rápidamente.
Paula enarcó las cejas con desaprobación.
—Has estado algo cortante con él. El pobre está preocupado por tí.
—Ya lo sé. Pero yo quiero disfrutar de cada momento de nuestro primer desayuno juntos, querida —se llevó la mano de ella a los labios.
A Paula, que sabía que también sería el último, le costó trabajo disfrutar del desayuno, a pesar del hambre que tenía. Resultado, al parecer, de pasar la mayor parte de la noche haciendo el amor.
—¿En qué piensas? —preguntó Pedro.
Ella se sonrojó.
—No me había dado cuenta del hambre que tienes después de una noche de… de…
—¿Amor? —él sonrió—. Está claro que hasta ahora no habías tenido el amor apropiado.
Aquello era verdad.
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