jueves, 16 de agosto de 2018

Curaste Mi Corazón: Capítulo 11

—Me llamó al hospital para suplicarme que dijera que era yo el que conducía — contestó él, inexpresivo—. Pero no lo hice porque la policía ya sabía que no conducía yo. Tardaron mucho en sacarme del asiento del acompañante.

—¿Y por qué te pidió eso?

—Tuvimos un desacuerdo durante la cena y, debido a eso, habíamos bebido más vino de lo aconsejable, así que yo insistí en pedir un taxi, pero ella tenía mucha prisa por salir de allí y me quitó las llaves —el rostro de él se volvió sombrío—. En el coche seguíamos peleando porque ella no quería ponerse el cinturón.

—Por eso pudo saltar del coche y dejarte allí —Paula movió la cabeza con incredulidad—. ¿Y después de eso esperaba que dijeras que conducías tú?

—Sí. Pero la policía ya sabía que yo no conducía y que Elena había pasado la velada conmigo, por las fotos que nos habían hecho cuando íbamos a cenar. Cuando se supo la verdad, la despidieron de la serie de televisión en la que trabajaba. Tenía un papel secundario de joven inocente a la que deseaba un hombre casado —él sonrió con sorna—. Cuando se supo que Eliana Cabral no solo había bebido sino que además había saltado del coche dejándome atrapado, la prensa la crucificó.

—¿Dónde sucedió eso?

—Cerca de Oporto. Salieron fotos horribles mías en la prensa —él apretó los labios—. Mis padres querían llevarme a casa, pero vivir en la Estancia habría implicado viajar mucho para los tratamientos y preferí quedarme aquí a recuperarme. Mi padre solo pudo quedarse un tiempo corto, pero mi madre se ha marchado hace poco — sonrió—. No les gusta estar separados, así que al final la convencí de que estaba lo bastante bien para que se fuera.

Paula lo miró en silencio. Con un rancho como residencia habitual, la Quinta para las vacaciones y novias actrices, llevaba una vida muy distinta a la de ella.

—Gracias por contármelo. Espero que no te haya resultado muy doloroso hablar de ello.

—Con una oyente tan comprensiva, no —él miró a Jorge, que llegaba para recoger la mesa—. Dile a Lidia que la cena ha sido excelente, como siempre.

Paula asintió con fervor y el hombre sonrió complacido.

—¿Quiere postre, doctora?

—No, gracias. ¿Pero puedo tomar un té?

—Por supuesto. Traeré también café para el señor.

Pedro asintió.

—Los dos me cuidan bien —dijo cuando se quedaron solos—. Jorge es muy estricto con mis ejercicios y mañana me llevará a Viana do Castelo a una revisión con el doctor y una sesión con el fisioterapeuta. Prefiero conducir yo, pero para las visitas al hospital, Jorge insiste en hacerlo él —dijo en voz alta, para que lo oyera el aludido, que regresaba con una bandeja.

Jorge sonrió.

—Ordenes de doña Ana—repuso.

—Se lo ordenó mi madre, así que no hay nada que hacer —comentó Pedro resignado.

—Gracias —Paula sonrió a Jorge cuando le puso el té delante.

—De nada, doctora. Buenas noches.

—Y bien —preguntó Pedro cuando se quedaron solos—. ¿Crees que mañana resolverás nuestro misterio?

—Espero que sí, o habrás gastado mucho dinero para nada trayéndome aquí.

—Y gastaré más para que te quedes más tiempo —él arrugó el ceño—. No sé si eso ha sonado bien. Tienes que disculpar mi inglés.

Paula negó con la cabeza.

—Tu inglés es excelente. Y el de tus empleados también, aunque tienen mucho más acento que tú.

—Ellos aprendieron inglés básico para tratar con los visitantes de la Quinta. Parte del año la alquilamos para vacaciones; por eso construí la piscina y la cancha de tenis.

Paula lo miró atónita.

—¿Puedes soportar que el público use tu casa?

—Cuando no estoy aquí, sí —él se encogió de hombros—. Soy un hombre práctico. La gente paga bien por quedarse aquí y eso me da dinero para el mantenimiento. Pero este año hemos aceptado pocas reservas.

—¿Lidia cocina para los huéspedes?

—Eso no lo permito. Solo ofrecemos el desayuno. Hay buenos restaurantes en la zona. Yo no los frecuento, por razones obvias.

—No me extraña, teniendo a Lidia para cocinar para tí.

—Tú no me dejas que explote mi autocompasión —comentó él con una mueca.

—Pues no —respondió ella—. Podrías haber muerto en el accidente, pero estás aquí, en este lugar hermoso y con gente sirviéndote.

—Es verdad —se burló él—. No me falta de nada, excepto compañía.

—Supongo que eso será porque quieres.

Él se encogió de hombros.

—Hasta ahora no la echaba de menos. No me había dado cuenta de lo solo que estaba hasta que he tenido el placer de contar con tu compañía.

Paula achicó los ojos.

—No me interpretes mal —se apresuró a decir él—. Lo que intento decir es que no sería humano si no disfrutara de la compañía de una mujer que es experta en el tema que más me interesa y que es una mujer muy atractiva. Eso no puedes negarlo.

—Soy pasable —comentó ella.

—Pero aprisionas ese hermoso cabello y llevas ropa severa para disfrazarte —la miró a los ojos—. No temas, yo no espero nada más que tu trabajo y tu conversación.

—Ya lo sé —repuso ella, furiosa porque él hubiera imaginado que ella pensaba otra cosa.

—Ahora he vuelto a molestarte —musitó él.

Paula suspiró.

—Volviendo al tema que tanto te interesa, hay algo en ese joven que me resulta muy familiar.

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