jueves, 30 de agosto de 2018

Curaste Mi Corazón: Capítulo 26

—Vamos. Quiero algo más que eso. Asumo que tiene dinero si ha pagado por tus servicios, ¿Pero es joven, viejo, soltero, casado, delgado, gordo, calvo o…?

—Divorciado. Treinta y pocos, delgado, pelo moreno rizado.

Laura era de cuerpo pequeño y delicado, pero con una cabecita rubia muy astuta y conocía a Paula desde la adolescencia.

—Te ha gustado mucho.

—Sí.

Laura frunció el ceño con frustración.

—Háblame. Dime lo que ha pasado para que estés tan triste. Estoy preocupada.

Paula le contó su estancia en la gloriosa casa de Pedro empezando por el principio. Le contó su primer encuentro, su entusiasmo cuando identificó el Gainsborough y cómo había descubierto que su anfitrión era el piloto de carreras Pedro Alfonso.

—Las carreras no son lo mío, así que no había oído hablar de él.

—¿Qué? ¡Estás de broma! —Paula abrió mucho los ojos—. Yo una vez salí con un periodista deportivo que lloró cuando Pedro se retiró tan joven. Me habría gustado estar allí contigo para entrevistarlo. Perdona, sigue.

Escuchó sin interrumpir hasta que terminó Paula y entonces movió la cabeza maravillada.

—Te ha pasado por fin, ¿Eh? Te has enamorado. ¿Vas a volver a verlo?

Paula sonrió débilmente.

—No es fácil cuando vivimos en continentes distintos. Además, probablemente se olvide de mí en cuanto vuelva a su rancho.

—¡Tonterías! —exclamó Laura—. Tengo que buscarlo en Internet. Quiero verlo por mí misma.

—Tengo fotos en el portátil. Conéctalo si quieres.

Laura obedeció en el acto y soltó un silbido cuando apareció la primera foto. Volvió la pantalla hacia Paula.

—¿Esta es la casa?

—Sí, su casa de vacaciones en Portugal. Y ese es Pedro.

Laura miró la imagen en silencio.

—Es muy sexy. Y por la expresión de sus ojos, yo diría que también está muy prendado de tí.

—Solo nos hemos conocido unos días.

—¿Y qué tiene eso que ver?

Paula miró a Laura, que observó las demás fotografías.

—¿Te das cuenta de que yo podría ganar dinero si escribiera un artículo con este material?

—Sí, pero no lo harás.

—Por desgracia, no —Laura apretó los labios—. Tu Pedro es guapo.

—Cree que la cicatriz lo vuelve feo.

—Se equivoca. Es muy sexy. ¡Y esos ojos ardientes! No me extraña que te hayas enamorado de él. ¿Cómo evitarlo?

Paula rió por primera vez y Laura asintió con aprobación.

—Eso está mejor. Fabián y Rodrigo traerán la comida y yo he puesto la mesa arriba —le tendió la mano—. No digas que no. Dormirás mucho mejor después.

Paula no deseaba nada más que meterse en la cama.

—Dame una hora —dijo—. Pero antes de lavarme quiero deshacer un poco el equipaje.

—Date prisa. Nos vemos arriba a las siete —Laura se volvió a la puerta—. ¿Le has dicho al abogado que volvías hoy?

Paula la miró con desmayo.

—Se me ha olvidado. Le pondré un mensaje ahora.

Se estaba secando el pelo cuando sonó el timbre de la puerta.

—¡Bienvenida a casa! —exclamó Andrés por el telefonillo—. Ábreme.

Ella abrió la puerta y lo esperó en la sala. Andrés entró con un ramo de flores, el pelo engominado, bien vestido y con solo un poco de sobrepeso. O quizá era el contraste con Pedro. Paula respiró hondo, preparándose para cinco minutos desagradables.

—Hola —dijo él sonriente. Agitó una mano delante de la cara de ella—. Tierra a Paula.

—Hola, Andrés —respondió ella sin calor—. Me temo que me has pillado en mal momento. Me estoy preparando para salir.

Él frunció el ceño.

—Pero acabas de llegar.

—Sí.

Él le tendió las flores.

—Son una ofrenda de paz.

—Gracias —ella las dejó sobre la mesa.

Andreés la miró con recelo.

—¿Se puede saber qué te pasa?

—Estoy cansada.

—¿Y por qué vas a salir?

—No salgo. Voy a cenar arriba.

—Con los sospechosos habituales, claro —se burló él, pero cambió de actitud cuando ella lo miró de hito en hito—. Paula, perdona si no estuve muy acertado antes de tu partida, pero creo que tenía cierto derecho a enfadarme porque te fueras el mismo día que tenía entradas para Glyndebourne.

—No estoy de acuerdo —repuso ella con frialdad—. Tu comportamiento fue desagradablemente inmaduro.

Él la miró con furia.

—¿Inmaduro? Eso tiene gracia. La inmadura aquí eres tú, Paula. Ya es hora de que dejes esta pensión de estudiantes y te mudes a mi casa.

—Esto no es una pensión, es la casa de mi familia. Además, tú solo quieres compartir mi cama —replicó.

—Compartiré la tuya si lo prefieres.

Ella negó con la cabeza.

—Eso no va a pasar, Andrés.

Los ojos de él se volvieron fríos.

—Oh, sí va a pasar —la tomó por los hombros y la sacudió un poco cuando ella hizo una mueca de disgusto—. Ya estoy harto de que me tomes el pelo.

—¿Que te tome el pelo? —siseó ella ultrajada cuando él le clavó los dedos en la piel; inmediatamente después se sonrojó avergonzada porque Fabián y Rodrigo entraron en la estancia seguidos de Laura.

Andrés dejó caer las manos y miró desafiante a los dos hombres musculosos que se colocaron ante él.

—¿Te ha hecho daño, Paula? —preguntó Rodrigo con voz letal.

—Dí una palabra y lo echo de aquí —ordenó Fabián, con un acento escocés más pronunciado que de costumbre.

—Nada de eso —contestó ella con irritación. Se volvió hacia Andrés—. Creo que es hora de que te vayas. No es el modo en que yo habría elegido decir adiós, pero esto es un adiós.

Andrés dió un paso hacia ella.

—Escucha, Paula, si te he hecho daño, lo siento. ¿Podrás perdonarme?

—Sí —ella consiguió sonreír débilmente—. Pero esto sigue siendo un adiós, Andrés.

No hay comentarios:

Publicar un comentario