jueves, 9 de agosto de 2018

Curaste Mi Corazón: Capítulo 4

—Yo no vivo aquí, doctora —él sonrió—. La Quinta das Montanhas es mi casa de vacaciones, el refugio al que escapo para estar solo de vez en cuando.

¡Menuda casa de vacaciones!

—Esta zona es muy hermosa —comentó ella—, pero es completamente desconocida para mí. A diferencia de la mayoría de los británicos, yo nunca había estado en Portugal.

—Entonces es muy importante que disfrute de su primera visita.

Pedro Alfonso aunque renuente, era un anfitrión atento, pero a Paula le costaba relajarse mientras comían pollo al grill con hierbas aromáticas.

—¿La comida es de su gusto? —preguntó Pedro, rellenándole la copa.

Ella asintió.

—Mis felicitaciones al chef. Es un genio.

Él la miró divertido.

—Era broma. Aquí cocina Lidia, la esposa de Jorge.

—Pues la genio es ella —Paula sonrió con calor a Jorge cuando llegó a retirar los platos—. Estaba delicioso. Por favor, dígaselo a su esposa.

Él asintió con la cabeza.

—Obrigado, senhora. ¿Quiere pudín?

Paula sonrió.

—No puedo comer nada más.

Jorge le devolvió la sonrisa con un entusiasmo que le ganó una mirada seca de su jefe.

—¿Café, señora? ¿O té?

—Ni siquiera eso, gracias.

—Yo quiero café, Jorge, por favor —dijo su jefe con soma—. Y trae agua mineral para la señora.

—Agora mesmo, senhor.

Cuando se retiró Jorge, Paula se recostó en la silla y miró la luz de la luna, que añadía magia a la escena.

—¡Qué pacífico es esto! —comentó—. Entiendo que le parezca un paraíso.

Él cerró los ojos.

—Probablemente es porque nunca he estado aquí el tiempo suficiente para cansarme de tanta paz… hasta ahora —la miró—. Espero que no le haya causado problemas tener que sustituir tan repentinamente al señor Massey.

Ella negó con la cabeza.

—Ninguno que no haya podido resolver.

—Muy bien. Me interesa mucho su trabajo. ¿Qué es lo que hace usted en la galería, doctora?

Paula se aferró a aquel tema con alivio.

—Mi trabajo consiste principalmente en buscar en Internet obras no identificadas o catalogadas de un modo erróneo que han pasado desapercibidas. Puede ser muy emocionante.

—Espero que mi cuadro también lo sea.

—Yo también —respondió ella con fervor.

—Ese comentario ha sido muy sentido.

Ella sonrió.

—Cuando nos traen cuadros a la galería, es Juan el que da la mala noticia si son copias o falsificaciones.

Él asintió.

—Y a usted no le gusta la tarea de darme esa noticia.

—No —ella lo miró a los ojos—. Pero lo haré si tengo que hacerlo.

—No tema, doctora Chaves. Si mi cuadro es falso, no la culparé a usted. Ni dudaré de su criterio.

—Gracias. Admito que eso me ha preocupado cuando… —ruborizada, guardó silencio.

—¿Cuando qué?

—Cuando le ha sorprendido tanto que fuera una mujer.

—Solo porque esperaba un hombre —respondió él—. Pero si el señor Massey confía en su capacidad para hacer el trabajo, yo también.

—Gracias.

—De nada. Deje que le sirva más vino.

—Solo agua, gracias. Necesito tener la cabeza despejada para mi trabajo de detective por la mañana.

La sonrisa súbita de él le alteró el rostro de tal modo que anuló toda impresión de familiaridad. Pedro Alfonso sonriente dejaba sin respiración de tal modo que no se parecía a ningún hombre que Paula hubiera visto antes.

—Usted considera su trabajo como resolver un misterio —comentó con curiosidad.

—En cierto modo. Es muy gratificante y estimulante revelar la identidad de una obra de arte perdida.

—Quizá mi cuadro sea una de ellas.

Paula  confiaba con fervor en que así fuera.

—¿Tiene idea de quién puede ser el artista?

—Tengo más esperanza que idea. Pero no diré nada hasta que usted dé su opinión. ¿Madruga usted?

—En días laborables sí. Empezaré mañana a la hora más temprana que resulte conveniente.

Pedro, consciente de que no había dado un recibimiento muy cálido a su huésped, se esforzó por redimirse.

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