—¿Y bien? —preguntó cuando llamó Juan después de que le enviara una foto.
—Uno de sus primeros trabajos menores —repuso él con júbilo—, pero estoy seguro de que es un Gainsborough.
Paula suspiró.
—¡Aleluya! Yo también.
—¿Se lo has dicho al cliente?
—No. Se lo diré esta noche.
—Muy bien. Y una vez que hagas eso, ya no será necesario que sigas allí.
—No, no lo será —asintió ella—. Pero a menos que me necesites en la galería, me gustaría quedarme hasta el domingo, cuándo tengo el vuelo. Me apetece pasar un par de días al sol.
—Me parece bien. Has terminado el trabajo antes de lo esperado y Judith controla la galería con firmeza —él soltó una risita—. Soy un paciente tan malo que la pobre está deseando alejarse de mí.
—Pues date prisa en ponerte bien. Y gracias. Te avisaré cuando el cuadro esté en camino.
Paula cerró el teléfono y se sentó a mirar la cara del cuadro. Estaba segura de que no la había visto en investigaciones pasadas, ¿Pero por qué le resultaba tan familiar? Era un hombre joven, de no más de veinte años. La llegada de Lidia con una bandeja la sobresaltó. La mujer dejó la bandeja en la otra mesa y se acercó a mirar. Movió la cabeza sorprendida.
—Se parece al señor Pedro.
Paula abrió mucho los ojos.
—Tiene razón. Por eso me resulta familiar. Tendría que haberlo visto antes. Los ojos y las cejas… La boca no tanto y tiene el pelo liso, pero sí hay un parecido. ¿Cuándo cree que volverá el señor Alfonso?
—No sé. Jorge llamará cuando salgan.
—Bien. Tomaré el té y luego me daré un baño. Me llevaré el cuadro arriba conmigo. Quiero que sea una sorpresa.
Lidia se echó a reír.
—Una sorpresa muy agradable.
Paula llevó el cuadro a su habitación y lo dejó sobre el arcón a los pies de la cama. Tomó un baño rápido, se envolvió el pelo mojado en una toalla para poder tumbarse en la cama y se durmió en el acto. La despertó el sonido del teléfono.
—Hola, Andrés —dijo con resignación.
—¿Sabes qué hora es? —preguntó él furioso—. Esta noche tengo una cena de trabajo.
—Pues entonces vete ya. Lo siento. He trabajado tanto que me he quedado dormida después de darme un baño.
—¡Por el amor de Dios! ¿Tan duro es pasarse el día limpiando un cuadro?
Paula desconectó el teléfono. Se levantó y, después de un momento de duda, se puso el vestido verde que tanto realzaba su figura, se cepilló el pelo hasta sacarle brillo, se adornó las orejas con unos pendientes de oro y volvió a conectar el teléfono. No tenía sentido que se aislara del mundo porque Andrés fuera un pelma. El aparato sonó inmediatamente, pero esa vez la que llamaba era Romina Frears, amiga íntima suya desde que compartieran habitación en la universidad.
—¿Qué le pasa a Andrés? —preguntó Romina—. Me ha llamado nervioso y dice que le has colgado. ¿Ha hecho algo malo? Porque me ha dicho que te pida disculpas en su nombre.
—Eso es nuevo —Romina y Andrés no se caían muy bien—. Está enfadado porque me vine a Portugal sin él y porque no lo llamo.
—¿Te exige sexo por teléfono?
—¡Y unas narices! ¿Cómo va el mundo del periodismo?
—Aburrido. Acabo de hacer un artículo sobre las diez ideas más sensuales en vestidos para el otoño. Y por cierto, ¿Por qué tu trabajo te lleva a la playa y el mío me tiene aquí encerrada?
—No estoy en la playa. Esto en el norte.
—¿Y quién es ese hombre que te paga las vacaciones?
—¡Eh, que yo trabajo mucho!
—Eso no responde a mi pregunta.
—Te daré detalles cuando vuelva —llamaron a la puerta—. Tengo que dejarte, es hora de cenar. Te llamaré antes de irme.
Paula dejó a Pascoa al pie de las escaleras y continuó sola hasta la veranda. Pedro le salió al encuentro y al verla la miró de un modo que hizo que a ella se le acelerara el pulso.
—Buenas noches, Paula. Estás muy hermosa.
—Gracias —respondió ella.
—¿Qué tal el día?
—Muy ocupado. ¿Cómo te ha ido a tí con el doctor?
—Se ha mostrado complacido por mis progresos —contestó él con satisfacción—. Y la fisioterapia no ha sido tanta tortura hoy —llenó dos copas de vino y le pasó una—. Quizá porque mi recompensa era contar con tu compañía esta noche.
Paula se sentó en la silla que le apartó él.
—Me alegra que hayas tenido un buen día. Yo también.
Pedro se sentó a su lado.
—¿Has hecho progresos?
Ella asintió y se puso en pie.
—Debería haber traído el cuadro conmigo. Voy a buscarlo.
Pedro la siguió hasta el pie de las escaleras, donde se quedó mirándola. Si había terminado de trabajar en el cuadro, se marcharía pronto. Tenía que encontrar el modo de persuadirla para que se quedara más tiempo. Sonrió cuando la vió aparecer con el cuadro.
—Aquí está. ¿Lo llevamos a la sala debajo de las luces?
—Sí, señora —Pedro se adelantó cojeando a dar las luces de la sala.
Paula puso el lienzo encima del escritorio. La exclamación que lanzó Pedro al verlo fue toda la recompensa que necesitaba ella.
—Lo he limpiado todo lo que he podido —explicó—. La restauradora quitará las partes más recalcitrantes y le dará un acabado lo más parecido posible al original. No hay firma, lo cual es bastante común, pero Juan comparte mi opinión. Por la fotografía que le he enviado, cree que no hay duda sobre el artista.
—¿Puedo osar adivinarlo? —preguntó él.
—Por favor.
Pedro respiró hondo y la miró.
—¿Thomas Gainsborough?
La sonrisa radiante de ella fue toda la respuesta que necesitaba. Lanzó un grito de triunfo, la rodeó con sus brazos y la besó en la mejilla. Enseguida la soltó y se apartó con timidez.
—Perdóname.
—Perdonado —le aseguró ella sin aliento—. Yo también habría besado a alguien cuando Juan me lo ha confirmado.
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