jueves, 23 de agosto de 2018

Curaste Mi Corazón: Capítulo 18

—Eres muy buena conmigo. Gracias por el cumplido. Pero supongo que habrás notado que una pierna no es tan recta como la otra.

—Pues no.

—Te has vuelto a ruborizar. ¿Tanto te avergüenzo? Discúlpame, no es mi intención —la miró—. Aunque estás más hermosa cuando te sonrojas.

—Exageras.

—No, es cierto —declaró él—. Tu belleza no es solo de aspecto, sino también de inteligencia —sonrió—. Una combinación poderosa.

Ella se echó a reír.

—Hoy estás de buen humor.

—He pensado mucho en lo que dijiste ayer. Y es verdad. Tengo mi familia en Brasil y esta hermosa casa aquí y, a diferencia de mi querido hermano, estoy vivo y tengo un trabajo interesante esperándome en la Estancia cuando me reponga. Debería dar gracias a Dios por eso en vez de quejarme de la cicatriz y de mi pierna.

Alzó la vista hacia Jorge, que se acercaba a decir que lo llamaban por teléfono.

—La señora se niega a dar su nombre —comentó con tono de disculpa.

Pedro achicó los ojos.

—Disculpa, Paula.

Cuando volvió a la veranda, estaba furioso.

—¡Qué descaro! Eliana Cabral me vuelve a llamar para pedirme dinero.

—¿Esta vez ha dicho por qué?

—Dice que tiene deudas de juego y la han amenazado con violencia si no paga. Ha intentando ablandarme con lágrimas.

—¿No la crees?

Pedro se encogió de hombros.

—Es actriz. No le cuesta nada llorar. Cuando me he negado, me ha amenazado y ha dicho que me arrepentiré —enderezó los hombros—. Ya no puede hacerme más daño, así que vamos a olvidarnos de ella y pensar en cosas agradables. Esta tarde viene un mensajero a buscar el cuadro.

—Lo envolveré yo, si confías en mí para el trabajo.

—Pues claro. Tú eres la experta —él se desperezó con cautela en la silla—. He estado pensando…

—¿En el cuadro?

—No. En tí. Te pedí que te quedaras aquí en lugar de en Viana do Castelo, pero seguro que esto debe de ser aburrido para tí.

—Esta mañana no ha tenido nada de aburrida —ella señaló el jardín—. ¿Y qué hotel puede ofrecer más que esto?

—La compañía de otros huéspedes, quizá, y compras en la ciudad. A todas las mujeres les gusta comprar.

Paula se echó a reír y negó con la cabeza.

—Esta puede sobrevivir sin eso, lo prometo —hizo una pausa—. Pero me gustaría ver algo más de la comarca.

—¿Quieres que Jorge te lleve a dar una vuelta después de comer?

Aquello tenía que ser una broma.

—Yo esperaba que me llevaras tú —respondió ella—. Después de todo, se supone que conduces bien.

Pedro se echó a reír.

—Mejor que bien. Y me encantaría salir contigo esta tarde —miró su reloj—. Guardé el cajón en el que llegó el cuadro, así que, si me ayudas, podemos guardarlo ahora antes de comer.

Paula cerró el cajón en la veranda, después de comprobar que el cuadro iba seguro dentro.

—Probablemente lo pintó entre 1752 y 1759 —dijo a Pedro—. Gainsborough vivía entonces en una ciudad llamada Ipswich, antes de ir a buscar fama y fortuna en Londres.

Él sonrió satisfecho.

—Es un placer hablar con alguien que comparte mi interés por estas cosas. Menos mi madre, todas las demás mujeres que he conocido se aburrían con el tema.

—Es obvio que te has rodeado de las mujeres equivocadas —Paula se mordió el labio inferior—. Perdona, olvidaba que estuviste casado.

Él se encogió de hombros.

—A Mariana no le interesaba nada el arte. Quería un hogar, hijos y un marido que quisiera lo mismo. En aquel momento yo no lo quería.

—¿Eras muy joven cuando os conocisteis?

—Demasiado joven para el matrimonio. Pero Mariana era muy guapa y tierna y, como yo tenía que venir a Europa a competir, nos casamos a las pocas semanas de conocernos. Cuando me marché, ella estaba embarazada. Volvió a casa de su familia, pero perdió el niño. Como yo no pude ir a casa inmediatamente, buscó consuelo en un amigo de la infancia. Con el tiempo, se divorció de mí y se casó con él.

Pedro suspiró.

—El modo en que me trató hirió mi orgullo. Aunque no me faltaban atenciones de otras mujeres.

Paula lo miró con curiosidad.

—Tenía la idea de que el divorcio no era legal en Brasil.

—Es legal desde los años setenta —le informó él—. Y ahora es un asunto muy fácil. Hablando en términos legales, claro. Para las personas devotas, como mis padres, el matrimonio es de por vida —se encogió de hombros—. Ellos quieren que vuelva a casarme y les dé nietos. Ahora que Lucas ha muerto, soy el único hijo.

Paula asintió con tristeza.

—Yo tampoco tengo hermanos.

Él la miró a los ojos.

—¿Te gustaría tener hijos?

—Sí, pero antes necesitaría un marido, y nunca he conocido a nadie al que haya podido imaginarme en ese papel. Y supongo que debo darme prisa, pues ya tengo veintiocho años.

—¡Qué vieja! —se burló él—. Yo tengo unos cuantos más.

—Eso es distinto. Un hombre puede seguir engendrando hijos décadas después de lo que la Madre Naturaleza se lo permite a una mujer —Paula señaló el cajón—. ¿Cuándo vendrán a por él?

—Esta tarde. Pero no tenemos que esperar. Jorge estará aquí para entregarlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario