—Probablemente —también estaba enfado.
A Pedro Alfonso no le gustaba que le llevaran la contraria.
—¿Le apetece un té? —preguntó Jorge cuando cruzaban el vestíbulo.
Paula le sonrió.
—Creo que subiré un rato a mi habitación.
—Le subirán té —dijo él con firmeza.
—¿Han venido a buscar el cuadro?
—Sí, señora. Está camino de Londres.
Paula suspiró. Después de su altercado con Pedro, sospechaba que esa noche la cena no sería muy divertida. Lidia le subió el té y le explicó que era el día libre de Pascoa.
—¿Ha tenido un buen viaje? —preguntó.
—Sí, muy bueno. Viana do Castelo me ha gustado mucho.
—Me alegro. Ahora descanse hasta la cena.
Paula tomó el té, pero no consiguió concentrarse en la lectura, así que tomó una ducha larga y después pasó más tiempo que de costumbre arreglándose el pelo y maquillándose para subirse la moral. Cuando llegó Lidia para anunciar que el señor Pedro la esperaba en la veranda para cenar, llevaba consigo la bolsa con los zapatos.
—El señor Pedro dice que se ha dejado esto en el coche.
Paula bajó de mala gana. Pedro le salió al encuentro en el vestíbulo y sonrió cuando vió que ella se había puesto las sandalias nuevas.
—Discúlpame, Paula. He perdido los estribos.
—Ya lo he notado —ella sonrió—. ¿Volvemos a ser amigos?
—Por supuesto —él la acompañó a la veranda suavemente iluminada y la miró con aire retador—. Pensaba que quizá no querrías cenar conmigo esta noche.
—No hay peligro de eso —le aseguró ella.
—¿Porque has perdonado mi mal genio?
Paula negó con la cabeza sonriente.
—Porque tengo hambre.
Él sonrió a su vez, lo que hizo que de pronto pareciera más joven.
—Te burlas de mí y eso me gusta mucho —se puso serio—. Te echaré mucho de menos cuando te vayas.
—¿Tú no volverás a Brasil pronto? —ella sonrió a Jorge, que llegaba con un plato de bolinhas—. ¡Mmm! Me encantan.
Pedro se echó a reír.
—Es un placer ver a una mujer que come con buen apetito.
—Supongo que las mujeres de tu pasado vivían a base de zanahorias y aire fresco.
—Es posible que lo hicieran en mi ausencia —contestó él con cinismo—, pero conmigo elegían los platos más caros de la carta.
—¿Y qué les parecía la cocina de Lidia?
Pedro negó con la cabeza.
—Ninguna de ellas vino aquí. La Quinta es mi refugio. Cuando competía en Europa, tenía un apartamento alquilado en Lisboa, y el resto de la temporada competía demasiado lejos para pensar en nada que no fuera la siguiente carrera. Las mujeres, empezando por Mariana, siempre se han quejado de que mi concentración en el deporte era tan intensa que no me quedaban sentimientos para las relaciones.
—¿Echas de menos las carreras?
—Mucho. Pero como me dijiste tú, tengo mucho por lo que estar agradecido, incluida la maravillosa cocina de Lidia.
—Amén —musitó Paula.
Después hablaron de temas menos emotivos, y Paula se sintió gratificada por el interés que mostraba él por su trabajo en la galería. Estaban tan absortos en la historia de uno de los descubrimientos importantes de Juan, que alzaron la vista consternados cuando llegó Jorge con aire preocupado y, después de disculparse con Paula, habló con Pedro en portugués y le tendió una carta. Pedrola leyó con aire sombrío.
—Jorge ha encontrado esto pegado en una de las ventanas del salón —dijo—. No la ha visto hasta ahora, que estaba comprobando que todo estuviera bien cerrado para la noche. Tengo que ir a mirar personalmente; no tardaré mucho.
Cuando se alejó con Jorge, Paula recogió los platos y llevó la bandeja a la cocina. Lidia se la quitó de las manos con desmayo.
—¡Doctora! Yo haré eso.
—Jorge está ocupado con el señor Pedro, así que he decidido hacer algo útil. ¿Puedo mirar por aquí?
—Sí.
Paula la siguió a la amplia cocina, donde electrodomésticos de última generación convivían en armonía con una cocina de leña antigua que obviamente seguía allí por sus cualidades estéticas.
—¡Qué maravilla de lugar! —exclamó.
Lidia sonrió con tristeza mientras cargaba el lavavajillas.
—Me siento culpable porque esa carta ha llegado cuando Jorge me ha llevado de compras —comentó.
—No ha sido culpa de ustedes —dijo Paula—. ¿Puedo llevarme té y café para el señor Pedro?
La mujer la miró con desmayo.
—No he servido el postre. He hecho arroz con leche.
—Lo tomaremos más tarde.
Cuando Pedro se reunió con Paula, ella lo miró y le sirvió café.
—¿Has descubierto algo?
—No —él dejó el bastón y se sentó agradecido. Le mostró la nota—. Me amenaza a mí, a mi casa y a todos los que vivimos en ella si no pago dinero.
Paula frunció el ceño.
—La persona que la ha dejado ha debido de ver que Jorge y Lidia se iban a comprar—. ¿Crees que Elena ha tenido algo que ver?
Él se encogió de hombros.
—Espero que no haya más personas que vayan a por mí —terminó el café y se puso en pie al oír el timbre de la puerta—. Será la Guarda Nacional. Los he llamado para denunciar esto.
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