Pensó por un momento que él iba a besarla de nuevo, pero Pedro se volvió a mirar el cuadro.
—Lidia cree que se parece a tí —dijo Paula.
—¿Es cierto? —él miró el cuadro sorprendido—. ¿Tú estás de acuerdo?
—Sí.
—Es mucho más guapo que yo —Pedro miró el cuadro con atención—. Pero sí que resulta familiar. La primera vez que lo ví también me lo pareció —movió la cabeza—. Ven. Tenemos que volver. Lidia se enfadará si se estropea la cena.
Paula, con el entusiasmo, apenas se dio cuenta de lo que comía. Pedro también había perdido su melancolía habitual hablando del cuadro.
—¿Te lo vas a quedar? —preguntó ella.
Él negó con la cabeza.
—Ahora que su autoría está confirmada, no puedo colgarlo aquí por razones de seguridad. Será un regalo de Navidad muy especial.
—O sea, que tu jovencita tendrá que languidecer sola en la sala.
—No, ella formará parte del mismo regalo. Colgaré otro cuadro en la sala.
¡Menudo regalo! Paula envidiaba al afortunado receptor. Alzó la vista con una sonrisa cuando llegó Jorge a por los platos.
—¿La señora quiere postre? —preguntó él.
Puesto que Paula apenas había notado el pescado excelente que había comido, asintió con una sonrisa.
—Sí, por favor.
—Es la primera vez que pides postre —comentó Pedro cuando se quedaron solos.
—Esta noche creo que hay que celebrarlo.
Pedro la miró un momento en silencio; su euforia parecía haber disminuido.
—¿Qué ocurre? —preguntó ella—. ¿Te duele algo?
—No. Estoy pensando que ahora que has hecho tu trabajo, te irás.
Hubo una pausa. Llegó Jorge con unas natillas para Paula y volvió a marcharse sin que nadie rompiera el silencio.
—Todavía no me voy a casa —dijo ella—. Quiero ir a Viana do Castelo un par de días antes de volver.
Pedro enarcó las cejas.
—¿Vas a un hotel?
—No he reservado en ninguna parte, pues no sabía cuánto tiempo estaría aquí, pero si me quedaban días antes del vuelo de vuelta, pensaba pedir transporte hasta Viana do Castelo y buscar algún sitio allí.
—¿Cuándo es tu vuelo?
—El domingo.
Él sonrió de un modo que se le iluminó todo el rostro.
—¿Tienes algún motivo para elegir Viana?
Ella negó con la cabeza.
—Solo que no está lejos de aquí y, que por lo que ví en la guía, parecía un lugar agradable para descansar. Me apetecía estar un par de días sin hacer nada aparte de nadar y tomar el sol antes de volver a la galería de arte.
—¡Pero eso puedes hacerlo aquí! —él se inclinó hacia ella—. Quédate en la Quinta hasta que tomes el avión.
Ella lo miró en silencio, con el pulso latiéndole con fuerza.
—Lo único que pido es tu compañía, lo juro —él esperó, pero como ella no dijo nada, se recostó en la silla—. Olvídalo. Jorge te llevará a Viana cuando tú quieras.
Ella carraspeó.
—¿No podrías llevarme tú mañana?
Él achicó los ojos.
—¿Por qué?
—Para enviarle el cuadro a Juan.
—No es necesario. Vendrá una mensajería a recogerlo.
—¡Lástima! —Paula le sonrió—. Había pensado que podíamos comer juntos luego.
Pedro achicó los ojos.
—¿Es una condición para quedarte aquí?
—No. Claro que no. He pensado que te vendría bien salir de aquí.
—Ya salgo… al hospital —la sonrisa de él era sombría—. He afrontado el peligro muchas veces en el pasado, pero ahora parezco un monstruo y no soy lo bastante valiente para comer en público.
—No pareces un monstruo para nada —repuso ella—, pero comprendo lo que sientes.
Pedro la miró a los ojos.
—Entonces quédate.
Ella lo miró a los ojos y tardó un rato en contestar.
—De acuerdo, pero no sé si debería. La vida en casa me va a parecer muy monótona luego.
—Pero allí tienes un amante.
—De una vez por todas, Andrew no es mi amante —ella echaba chispas por los ojos—. Y ya ni siquiera sé si es mi amigo.
—Pero él quiere que vivas con él.
—Porque cree que es un modo seguro de lograr que me acueste con él —contestó ella, que lamentó sus palabras en cuanto las hubo dicho.
Pedro sonrió ampliamente.
—Casi siento lástima por él. Porque tú no harás lo que quiere, ¿Verdad?
—No.
—Él no puede ser el primero que desea ser tu amante —dijo Pedro.
—Cierto. Pero ha habido pocas relaciones en mi vida.
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