—Los Kiwi Klubs son famosos en el mundo entero. Todo el mundo los conoce.
—Sí, lo sé. Sería un paso adelante en tu carrera profesional… supongo.
—¿No estás contento conmigo? —preguntó ella.
—Claro que lo estoy —respondió Nicolas—. Pero es una buena oportunidad para tí y no me parecía bien no decírtelo.
—No quiero dejar el Luna Azul —declaró Paula—. Y menos después de todo lo que tú y tus hermanos han hecho por mí.
Nicolás le dió una tarjeta de visita.
—Decide lo que sea mejor para tí, que es justo lo que hicimos cuando te apoyamos en el asunto con Gustavo. Llama a Holloway y, después de hablar con él y ver qué te ofrece, puede que te igualemos su oferta.
Nicolás se marchó unos minutos después y Paula se sentó en un taburete al fondo de la sala de ensayos. No le apetecía estar todo el tiempo virando y trabajar de coreógrafaen los Kiwi Klubs, pero no estaría de más llamar a ese hombre. Sobre todo, ahora que la relación con Pedro no parecía ir bien. Necesitaba tener alternativas. Trabajar en el Luna Azul era lo mejor que le habíapasado nunca. Pero sabía que, si Pedro y ella rompían, no podría seguir allí.
Pedro estaba teniendo un mal día, por lo que se encontraba de mal humor cuando llegó al club y entró en el despacho de Nicolás.
—¿Qué pasa?
—Quería hablarte de Paula. Pero… ¿Qué es lo que te pasa?
Pedro frunció el ceño.
—Me han puesto una multa por pasar del límite de velocidad con el coche. Lorena O'Neil ha dicho que, si no salgo con ella esta noche, va a dejar de mencionar el club en su blog de famosos. Y, para colmo, tengo que ir a Nueva York para unos anuncios publicitarios.
—Te compadezco. Debe ser terrible tener que salir con una mujer tan guapa y aparecer en televisión.
Pedro lanzó una furiosa mirada a su hermano.
—No empieces. Y no me digas que mi vida es un lecho de rosas y que no tengo motivos para quejarme.
Nicolás se encogió de hombros.
—Está bien, no lo haré.
Pedro se dejó caer en uno de los butacones de cuero del despacho de su hermano. En una de las paredes había un retrato al óleo de un adolescente Nicolás enfundado en un esmoquin.
—¿Nunca te has preguntado por qué papá hizo que nos pintaran a los tres así? — preguntó Pedro.
—Supongo que porque quería que se lo dejáramos en herencia a nuestros hijos.
—¿Has pensado alguna vez en formar un hogar? —preguntó Pedro a su hermano. La idea de formar su propio hogar no dejaba de rondarle por la cabeza últimamente—. Yo siempre he pensado que nosotros tres no estábamos hechos para el matrimonio.
Nicolás se encogió de hombros.
—A mí me pasa lo mismo. Los negocios me parecen mucho más sencillos que las mujeres.
Pedro se echó a reír.
—Dímelo a mí. ¿Con quién estás saliendo ahora?
—Eso no es asunto tuyo.
—¿Un amor secreto?
—No. Y no es amor, sino sexo.
¿Era eso lo que había entre Paula y él también? ¿Era solo sexo?
—¿Has estado alguna vez enamorado, Nico?
—Una vez —admitió su hermano—. Pero fue hace mucho tiempo, era muy joven.
—¿Cómo era?
Nicolás se lo quedó mirando con las cejas arqueadas.
—Ya sé que es una pregunta tonta, pero es que no sé realmente qué es el amor. ¿Cómo se sabe si uno está o no enamorado de una mujer?
Nicolás se recostó en el respaldo de su asiento.
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