martes, 28 de agosto de 2018

Curaste Mi Corazón: Capítulo 24

Pedro eligió ocupar esa noche la habitación al lado de la de ella en vez de compartir de nuevo su cama, pero cuando Paula llevaba media hora dando vueltas en la cama, su puerta se abrió y cerró de nuevo con suavidad y Pedro se metió en el lecho, con su cuerpo desnudo caliente y duro al lado del de ella.

—No podía dormir —susurró.

—Yo tampoco —confesó ella.

—Te deseo mucho, Paula.

Como a ella le ocurría lo mismo, respondió con fervor apasionado a los besos de él.

—No puedo esperar más, querida.

Paula tampoco podía. No necesitaban más preliminares. Su cuerpo estaba preparado desde el momento en que entró en contacto con el de él, y ella emitió un gemido visceral de satisfacción cuando la penetró. El embrujo de los músculos interiores de ella lo excitaba de un modo que la hacía deleitarse en la sorpresa de su propio poder, poder que lamentó luego cuando el orgasmo los dejó temblando en brazos del otro demasiado pronto, atónitos por la fuerza de todo ello.

—Discúlpame, querida —jadeó Pedro; alzó un poco la cabeza—. He sido muy rápido.

Ella negó con la cabeza con vehemencia.

—Esta noche lo quería rápido.

Él soltó una risita y le besó la nariz.

—Quizá ahora podamos descansar.

Paula durmió pesadamente en el calor y la seguridad de los brazos de Pedro y despertó temprano por la mañana. Él la estrechó con más fuerza en sus brazos.

—¿Cambiarás de idea ahora? Vente conmigo hoy.

Ella lo miró recelosa.

—¿Por eso te colaste en mi cama anoche? ¿Para hacerme cambiar de idea?

—No. Vine porque no podía seguir ni un momento más sin tí. Dúchate deprisa. Desayunaremos juntos antes de que lleguen los de la empresa de seguridad.

Paula se duchó, hizo su equipaje y bajó a reunirse con Pedro ataviada con el pantalón negro y la camisa blanca de su primer encuentro.

—¡Ah! —exclamó él—. Anoche eras tentación en mis brazos y esta mañana vuelves a ser la doctora estricta. Me gustas así, estás muy sexy —olfateó el aire cuando llegaba Jorge con el desayuno—. Lidia ha preparado un desayuno caliente. ¿Se irá a Braga pronto?

—Su hermano llega a las ocho —contestó Jorge. Destapó los platos—. Lidia dice que por favor se lo coman todo.

Paula obedeció encantada, pues no sabía cuándo volvería a comer algo decente. En el avión no solía comer mucho. La mera idea de dejar que Pedro volara en dirección contraria hizo que se le contrajera el corazón.

—¿Tu vuelo es directo? —preguntó.

—No. Hay una parada corta en París y después una más larga en Sao Paulo. Y en Porto Alegre tomaré un avión más pequeño para llegar a la Estancia.

—Eso es mucho tiempo para estar inmóvil —comentó ella.

—Me las arreglaré.

—¿Qué harás con tus ejercicios y la fisioterapia cuando llegues a casa?

—La piscina está lista, y los ejercicios me los sé de memoria. Seguiré con ellos en Estancia Grande.

Paula lo miró con ansiedad.

—¿Cómo te las arreglarás con la pierna durante el vuelo?

—En primera clase tendré sitio para estirarla —él sonrió—. Y habrá azafatas que cuiden de mí.

Paula se ocupó en rellenar las tazas para ocultar una punzada de celos.

—Si estuvieras conmigo, no me importaría el dolor —musitó él—. Cambia de idea. Vente conmigo.

—No puedo —ella se secó una lágrima furtiva cuando Lidia llegó a despedirse.

La mujer la miró.

—¿Le da pena irse, doctora?

—Desde luego que sí —Paula se levantó y la besó en la mejilla—. Ha sido muy amable.

Lidia sonrió y le apretó la mano.

—Vuelva pronto, doctora. Mi hermano me espera y Pascoa está en el coche, así que tengo que irme. Adiós.

La mujer se alejó. Pedro tomó la mano de Paula.

—Estoy muy agradecido al señor Massey por haberte enviado a mí.

—Cuando me viste la primera vez, no estabas muy complacido.

—Es cierto. ¡Parecías tan seria con esa ropa y las gafas!

—Normalmente solo me las pongo para el ordenador, pero quería impresionarte con mi competencia —ella sonrió—. ¿Funcionó?

—Sí, señora. Perfectamente.

—Tú no estuviste muy amigable.

Pedro la miró a los ojos.
—No quería tener a una mujer en casa con este aspecto.

Paula se inclinó y plantó una serie de besos a lo largo de la cicatriz; recibió una serie de besos en la boca como respuesta.

—No tardaste en cambiar de idea —musitó cuando pudo hablar.

A él le brillaron los ojos.

—Me sedujo tu inteligencia.

—¿De verdad?

Él se llevó la mano de ella a los labios, súbitamente serio.

—Cambia de idea. Vente a Brasil conmigo.

Paula pensó que aquello no era justo. Pedro le ponía muy difícil la despedida.

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